15 octubre 2011

La familia perfecta

Justo delante de mi casa vive una familia como la de las películas. El es alto y apuesto, ronda los treinta y cinco y sabe que es un seductor. Ella posee esa belleza fría y distante,con una piel tan lisa como la de una muñeca y un pelo ondulado de un rubio brillante. Creo que nunca la he visto con el mismo vestido.
Todos los vecinos sabemos que él es un hombre de gran éxito en los negocios, tiene esa pose altiva del que está acostumbrado a dar órdenes muy a menudo, con aquel poder capaz de cambiar destinos. Ella sin embargo, no trabaja, a pesar que nos contó que fue a la universidad, aunque por supuesto tampoco es una ama de casa: tiene aficiones como montar a caballo o salir de compras todas las semanas.

Ambos tienen dos hijos tan perfectos como sus padres: tienen los dientes blancos y alineados, no están ni escuálidos ni obesos, su pelo jamás está alborotado y en la ropa nunca hay huellas visibles de una batalla entre críos.
Esta familia transmite una envidia sin sentimiento, ya que son un arquetipo demasiado irreal para tenerles rabia. Sin embargo, creo que hay algo que se nos escapa...
En su dormitorio, que está en la planta de arriba, hay una ventana que da a la calle y desde mi habitación, les veo perfectamente. Como ambos fuman, muchas veces suben hasta allí para que los niños no lo sepan. Entonces se apoyan contra la pared, abren las cortinas y la ventana y aspiran con fuerza el aire de la ciudad. En ese momento, cuando nadie les observa, se despojan de sus corazas y son simplemente seres humanos.
Sólo en esos instantes, la mirada de él se torna triste y le aparecen unas bolsas justo debajo de los ojos, como si acarreara un peso muy grande en su interior. 
A pesar de todos sus premios y del dinero que ya ha ganado, perece un hombre solo, con un secreto no puede contar a nadie. Cuando has descubierto esa mirada, todo el rompecabezas empieza a encajar: por eso fuma tanto, trabaja tanto, viaja tanto…
Se marcha muy pronto por la mañana y a veces ni siquiera regresa… ¿a dónde irá ese alma en pena durante las horas de extravío?, ¿con quién se sentirá cómodo para acostarse en un sofá y con los ojos cerrados, contarle sus miserias?, ¿quién le hará olvidar quién fué y en quién se ha convertido?
Cuando ella se asoma por la ventana, sus manos agarran el cigarrillo de forma crispada. Su caladas son intensas, como si quisiera tragarse de golpe todo el aire y luego expulsarlo en una especie de purificación insana…
Un rostro tan bello y sin embargo nunca sonríe. Posee una apatía que la delata: quizás preferíria ir al campo  hacer un picnic con ensaladilla y unos sandwiches o ir al cine o comerse un helado ensuciándose las manos de dedos largos y uñas recién arregladas en lugar de ir a reuniones sociales. Quizás le gustaría que su pareja se acordara de llamarla de vez en cuando para decirle “cariño, te echo de menos…”. Qunizás se sentiría mejor si en lugar de estar en casa o en el gimnasio, las mañanas las pasara rodeada de compañeros de trabajo hablando del programa de la noche anterior sin más complicaciones.
Ambos salen a menudo a fiestas sofisticadas, él siempre detrás de ella, admirándola como un trofeo, ella con unos vestidos preciosos y zapatos altísimos sobre los que se mece con gracia. Su coche azul y brillante deja un halo de sofisticación en el entorno, pero tras de sí, no parece haber nada más.
Me gustaría poder hablarles, decirles que no duden que la vida es maravillosa, que se relajen y que dejen de seguir los convencionalismos inútiles, pero por más que lo intento, me es imposible: ellos viven en los lejanos años sesenta, la ventana por la que los observo es una pantalla de televisión y ellos son solamente unos personajes de ficción.

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