24 septiembre 2014

Lo admito, yo también me lío

A veces me siento rechazada. ¿Suena fuerte, verdad? A mí, también.
El rechazo es SENTIR que a ti, y solo a ti, te dicen que no y es CREER, aunque sea solo por un instante, que ello no va a cambiar nunca.
Quizás no sea la palabra precisa, exacta, porque esta está impregnada de imágenes que duelen solo al imaginarlas:
Una puerta cerrada de un portazo, delante de las narices, mientras alguien intenta pedir perdón; una mirada que se gira, las solapas alzadas de una gabardina, mientras la persona que iba a su encuentro, se estremece…

Quizás no me sienta rechazada, sino menospreciada. ¿Mejor así?  
Ellos menosprecian mi tiempo, mi dedicación, mi empeño, mi pasión justo cuando se hace el silencio, cuando se apaga la luz, cuando la velocidad aleja su coche de la puerta de casa. Ellos me menosprecian cuando alzan el vuelo, cuando se despiden, cuando no se atreven a decirme que no y callan. 
¿Por qué no me había dado cuenta antes? Si lo hubiera hecho, les hubiera dedicado menos tiempo y con suerte, les hubiera regalado mi energía a otros que lo necesitaban más. 
Sin embargo, me fue imposible percibirlo: cuando estábamos juntos parecían tan atentos y absortos que era difícil adivinar que más allá de aquello que habíamos compartido se levantaría una ráfaga de aire y esta desharía el hechizo y se olvidarían de todo.

Creo que ni siquiera me siento menospreciada, porque debo admitir que las personas nos liamos.
Ellos, y yo en su lugar; ellos, y yo en su posición, se nos olvidan a menudo la mayoría de promesas que compartimos, incluso aquellos planes que tanto deseamos nunca se llevan a cabo. La mayoría de las intenciones, buenas, verdaderas, que eran reales en aquel momento, jamás bajan a la tierra para convertirse en hechos. Y no somos del todo responsables, porque en realidad existe un enorme campo magnético que nos arrastra: vivimos en un mundo que nos exige no parar de rodar, nos atrapa y nos empequeñece, nos hace dudar de nuestras posibilidades, nos bloquea suavemente y nos ciega y ensordece, nos perturba los sueños y nos hace esforzarnos en pequeñeces. 
Ni siquiera nos ofrece algo tangible a cambio, salvo mantener lo que tenemos, aunque sea poco, aunque sea la montaña de promesas, planes, hermosas intenciones, que hemos ido amontonando y que dejaremos para el próximo año, o quizás, para la próxima vida.

Nos liamos, nos dejamos enredar suavemente y nos pasan las horas, y recorremos en un instante el trayecto del trabajo a casa, y nos pasa todo por delante, como embobados delante del televisor. Y olvidamos que quizás, por el camino, hemos compartido promesas, planes o intenciones con alguien. Y ese alguien se quedó por un momento, confuso: al principio notó una punzada de rechazo, más tarde se convirtió en el sabor del menosprecio y, por suerte, al final acertó con la respuesta: todas las personas se lían, y yo, también.

No queda otra que tener paciencia.

14 septiembre 2014

Pensamientos de verano

Flotar en el agua y dejarse llevar por el suave oleaje; mirar hacia el cielo y buscar con los ojos un par de nubes; la impresión de estar sostenido por una frágil cortina tejida con el agua del mar…
Para que no se desvanezca esa magia, tengo que concentrarme mucho para no mover ni una pierna, ni un brazo, ni un dedo, ni siquiera un pensamiento.

Flotar en la superficie, sin advertir que hay vida por debajo, mantener la calma y seguir relajado, vuelto del revés mirando al cielo y en realidad sin prestar atención a nada. Simplemente dejándose llevar por las aguas calmadas y levemente saladas del verano. Lo necesitamos más de lo que creemos, lo hacemos poco o casi nunca, no deja de ser un juego de niños, pero cuando lo probamos, ay, nos quedaríamos así durante horas…Este podría ser nuestro íntimo momento veraniego al que volver con el recuerdo.

Sumergirse en el agua y captar el sonido del auténtico silencio; mirar hacia los lados y descubrir con sorpresa una naturaleza de colores protegida por un gran manto azul; la percepción de estar en un espacio casi lunar, irreal, donde todo sucede con delicadeza…
Para que no se pierda esa especial simbiosis de mi cuerpo con el nuevo medio, tengo que concentrarme para aguantar un poco más la respiración y que los peces no se asusten de las burbujas.

Sumergirse en la profundidad, sin acordarse de que la vida sigue igual allá arriba, detenerse a disfrutar del silencio y darle la vuelta a la mirada para contemplar los detalles del fondo del mar. Nos produce una rara y nueva sensación, por qué no lo habíamos probado antes, y sin dudarlo, decidimos que queremos quedarnos un poco más en este lado del mundo. Esta podría ser, incluso, nuestra petición para el próximo verano.

Así es nuestra mente, repleta de pensamientos que nos sobrevuelan ligeros de como una brisa marina o que surgen, de repente, como un pulpo sorprendido en una oscura oquedad marina. Unos llegan para quedarse y otros solo nos despiertan para luego esfumarse con las corrientes, como las fantasmagóricas medusas. A veces, nos seducen y arrastran con hermosas melodías pero otras nos asustan, porque su voz es tan fuerte como el graznido de la gaviota.  

A todos los pensamientos hay que cuidarlos, mimarlos, contenerlos y calmarlos. A todos ellos hay que tenerlos presentes pero también dejarlos pasar. 

En la calma de la superficie o en el silencio del fondo del mar, todos vivimos un estupendo verano, que empieza y acaba, sobre todo, para volverlo a desear.