30 junio 2013

Sin bajar la mirada

Hoy leí en un relato corto la breve historia de dos que se encontraron a través de un chat pero que no duraron más que dos citas porque él era un mirón. A pesar que según sus palabras eso era el inicio del amor, ella no quiso aceptarlo...y se acabó.
Ello me hizo pensar. Quizás mirar tenga un punto egoista y los que lo hacemos seamos un poco cobardes: podemos mirar durante tiempo y sin embargo, nada nos impide seguir andando y pasar de largo como si nada.
En cada viaje, desde cada lugar lejano y desconocido, no hacemos sino mirar de esa manera, largamente.Y aunque en la memoria se quede enganchado un trocito de la historia que se ha empezado a escribir sin escribirla, nos marcharemos sin más.
Durante años, mirar nos ha servido de confirmación y aprendizaje. Cuántas veces si no nos hemos quedado absortos contemplando con admiración a aquellos  que quizás eran solamente un poquito más altos que nosotros. Desde lejos y a escondidas tratábamos de captar ese gesto o aquel tono de voz. ¿Quien no ha ensayado luego o escrito esos secretos en el diario para poderlos usar como propios?... Así hemos ido creciendo y  nos hemos ido pareciendo más unos con otros, formando grupos con miradas y frases conocidas.

Ser capaz de no bajar la mirada, ¡eso si que es complicado!, especialmente cuanto te sientes tan insignificante que crees que ni te lo mereces.
Y es que mirar a los ojos nos hace estar presentes, significa escuchar con la mente y con el corazón y sobre todo, le muestra al otro nuestro verdadero yo, ese que llevamos guardado y que es tan difícil de hacerse ver. Por eso es necesario a momentos sobrevolar toda esa intensidad, e ir a dar una vuelta con los ojos por el bar, o posar el vuelo en el reloj o juguetear al despiste con el móvil… ¡ay, cuánto nos dice ese brillo especial que tienen hoy tus pupilas…!
Para algunos, el juego de las miradas furtivas es una diversión pemitida desde que cae la noche, a la luz de las estrellas que tintinean en el cielo o las que se encienden y se apagan al compás de la melodía. Probablemente algunos crean que son poco románticas o que carecen de magia, pero solamente el destino sabe con certeza cómo acabará esta historia iniciada a la luz de la luna.
Hay cientos de miradas: las terroríficas que pueden congelar el instante y las que suplican clemencia al que no la tiene. Todos alguna vez hemos mirado a través de un pozo de  lágrimas o tuvimos que responder a la pregunta insistente de una mirada. Algunas lo dicen todo sin mediar palabra y otras culminan un día perfecto. Hay miradas tan poderosas que al encontrarse, consiguen que el mundo se parta en dos y surja, de nuevo, la esperanza… 
Así son ellas.
Inspirado en uno de los relatos de Raúl Ariza en Elefantiasis

16 junio 2013

Un poco de silencio

Cuando me sumerjo dentro del agua azul de la piscina y cierro los ojos y la mente, me invade una sensación de paz. Solo entonces, los movimientos de mi cuerpo son lentos y pausados a pesar que una fuerza me lleva a subir de nuevo a la superficie. Creo que esta sensación debe ser lo más parecido a flotar en el espacio para una estrella o a volar durante los sueños para todos nosotros. Curiosamente, a pesar de aguantar la respiración, no tengo miedo.
Sin embargo, bien distinta es la sensación de mi cuerpo fuera del agua, en los momentos de tensión que me acechan continuamente. Sin querer frunzo el ceño y pequeñas arrugas se instalan alrededor de mis ojos. Justo después, me encuentro con las piernas y los brazos cruzados y empiezo a removerme en el asiento. Y si al hablar no me escuchan, o si es peor y quien habla solo repite palabras injustas, no puedo evitar pellizcarme con la mano izquierda sobre la otra para conseguir despertarme y dejar de sentir miedo. El desgaste para el cuerpo es cruel: los músculos de los hombros se elevan y hasta los huesos del cuello empiezan a querer izarse para desaparecer o hacia adelante, intentando vencer a una fuerza fantasma que no se detiene porque no me entiende. La respiración es distinta, casi imperceptible.
(...)
Sopla una ligera brisa entre los árboles y nos invaden los trinos de los pájaros, de lejos se oye el tañido de una campana insólita de una iglesia. Pero pocos escuchan la melodía. Si nos fijamos mejor, descubrimos incluso el sonido de un avión surcando el infinito, los petardos ahogados porque se acerca el verano, la música recién estrenada de una terraza lejana o el alboroto de los niños y el grito del entrenador en el partido de fútbol. Pero estamos despistados para oirlos.
Hoy pido un poco de silencio, uno que contenga solamente sonidos amables, de los que te hacen sentir bien. Pero sobre todo me gustaría que los demás también pudieran oirlo de vez en cuando. Así se encantarían y podrían callarse y dejarían de martillear con las palabras. ¡Qué ruidos más distintos! Sus voces son como el zumbido de una sierra eléctrica talando un hermoso árbol en medio de la espesura del bosque o como el largo y grave sermón en una lengua desconocidad. Son como el aporrear de las manos de un niño sobre las teclas de un piano indefenso...Que se callen, que escuchen, que se callen por fin  y comprendan que no está bien, que así no se va a ningún sitio.
Existen unos segundos mágicos al terminar una sesión de natación: cuando con un par de gestos, me despojo del gorro y las gafas y me sumerjo lentamente dentro del agua y aguanto la respiración con los ojos cerrados.Todo está oscuro y existe un especial silencio. Mi cuerpo toma su propio camino, quiere flotar, y mi mente se deshace. Ojalá aguantara más tiempo sin respirar. Ojalá otros fueran capaces de hacerlo de vez en cuando.