03 marzo 2013

Volver a empezar

Aunque el día ha sido espléndido y por fin he sentido la primavera después de su letargo invernal, a pesar de la buena comida que mis padres han cocinado especialmente para mí, hoy he vuelto a casa con el corazón encogido. Al visitar a mi tia Paulina, la única que queda y que sigue recordándome a mi abuelo, su hermano, por primera vez he percibido que ya no tiene ganas de vivir: a dos meses del centenario, aunque ha soportado estoicamente el ir despidiendo a todos los de su generación, ahora no puede con el dolor. Su cabeza despierta y lúcida le dice que así ya no vale la pena... Mientras me lo cuenta se vuelve a acomodar como puede en la silla de terciopelo azul, hablando con voz renqueante y con los ojos cerrados, y a ratos, una mueca de dolor se le adivina en el rostro al intentar moverse de nuevo.
Y mientras tanto, ¿cómo aprovechamo la plenitud de nuestro cuerpo todos los demás? Yo creo que poco y mal, solamente a ratos y sin valorar demasiado el gran regalo: el tiempo que se nos concede para disfrutar de la salud propia y la de los demás. A veces al cuerpo lo dejamos para el final, para solamente vestirlo, como un maniquí de nuestra imagen al que le ponemos complementos mientras él aguanta cualquier atrevimiento. El va detrás de cada anelo, del afan de destacar para que alguien nos mire...

¿Y cómo le sacamos partido a nuestra mente despierta y llena de curiosidad? Yo pienso que con el tiempo, la dejamos perder, nos adormecemos con el tedio de los días de trabajo, absorvida por el esfuerzo mental que le ponemos al pequeño problema que es el centro de nuestra vida y que se halla en la subcarpeta del directorio común de todos los empleados. Así nos va, olvidando los sueños de infancia, dejando de lado las aficiones que nos hacían felices, conformándonos con quedarnos en casa porque estamos tan cansados que nada nos puede hacer vibrar.

Abrimos los ojos, nosotros podemos, pero sin embargo, los volvemos a cerrar o miramos hacia otro lado, no vaya a ser que lo que observamos nos aparte de la actual comodidad. Levantamos los brazos, es sencillo, pero no pensamos en abrazar a los que queremos, simplemente se nos escapa el bostezar. Podemos echarnos a correr en cualquier momento, pero preferimos esperar a que llegue el momento, ¿pero cuál será?. Soñar es un momento apasionante y dar una vuelta más entre las sábanas, pero se nos olvida en seguida…
Y sin embargo, llegará el momento que ni los ojos verán con claridad, ni los brazos ni las rodillas aguantarán el peso de los años. Quizás hasta un día el soñar no tendrá sentido porque ya no queda tiempo para hacerlo realidad...
Es el momento de hacer algo...