23 junio 2011

La hoguera de San Juan

Quemar todo.
Quemar todo lo que sobra.
Quemar todo lo que sobra y rejuvenecer al instante.

Si pudiera realizar un ritual mágico la noche de San Juan, si fuera posible participar en una fiesta íntima y fantasmagórica bajo las estrellas, justamente hoy, en la noche más corta del año, yo elegiría para mí el siguiente ritual:
Cogería un puñado de astillas de fina madera y las iría lanzando lentamente a la hoguera que crepita ante mí. Cada una llevaría aferrada uno de aquellos pensamientos que me oprimen el pecho de vez en cuando, y en ese acto sencillo, los haría dormir para siempre.
Luego, gritaría las palabras que me callo en tantas circunstancias, para que se desvanecieran entre la humareda que, a ráfagas de viento, se iría elevando hacia el cielo negro y compacto.
Finalmente, escribiría en unos papelitos cuadrados todos los errores que recuerdo que no quiero volver a repetir. Al arrojarlos al fuego, avivarían por segundos las llamas, para arrugarse y fundirse con todos los matices embriagadores del rojo.
De repente me sentiría mucho más ágil, menos pesada, así que sería muy sencillo despojarme de cada uno de mis miedos y prejuicios y acercarme con pasos ligeros a la orilla del mar. Las olas me harían cosquillas en los pies y la luz de la luna reflejada en el agua crearía pequeños destellos. Avanzaría poco a poco hasta hundirme en el mar salado de la tranquilidad, y al sacar de nuevo la cabeza del agua, todo sería, por arte de magia, más facil...

Splaaaassssssh...


12 junio 2011

Saltando desde el árbol de la montaña

Hay historias que empiezan en la mente y que van saltando de una a otra. Se construyen  como aquel cuento o canción de un árbol que tiene un tronco, del que nacen unas ramas, de las cuales crecen las hojas verdes, y del que cuelgan unas deliciosas manzanas, dentro de una de las cuales hay un gusanito que sale a tomar el sol. Las historias surgen así, de casualidad, y caben unas dentro de otras, como las muñecas rusas, y son tan finas como las distintas capas de una cebolla….
La canción o el cuento podría empezar por casualidad, tontamente, con un coche al que adelanto, con un chica joven de larga melena al volante, que lleva de copiloto una jaula con un jilguero, medio envuelto en una manta amarilla, con un lado destapado para que cante mirando hacia la autopista y para que yo pueda verle fugazmente… ¿hacia dónde se dirigirá tal pareja? De esa historia surgen dos relatos inconexos, uno de día y otro de noche, el oscuro aparece de repente, en una curva, donde unos adolescentes han hecho una parada para liarse un porro bajo las estrellas y beber un poco de áspero whisky de petaca, antes de llegar al pueblo donde se celebra una verbena de verano. Un coche rojo se para a su lado, del que tras la ventanilla bajada, se asoma una mujer de larga melena vestida totalmente de negro con un cigarro en la boca:“¿Sabéis dónde puedo comprar tabaco? Voy hacia Madrid y tengo miedo que se me acabe”. Les señala el asiento de al lado, donde se amontonan innumerables cartones de tabaco…Los chicos dan un respingo de miedo y se quedan con el dedo paralizado hacia la dirección donde se vislumbran unas luces, mientras que la mujer se aleja por la solitaria carretera.
A ese municipio han llegado esta mañana una familia cargada hasta los topes: van a pasar las vacaciones al camping, y el pequeño coche renquea debido a las subidas de la carretera serpenteante. En el techo, una baca con las maletas, y en el maletero, la tienda familiar con sus palos y sus vientos, la neverita pequeña, las sillas y la mesa plegables, los juguetes de los niños, los platos de plástico, las ollas, los manteles, los cubiertos, los cuatro sacos, hasta la escoba y el recogedor, y el juego de cartas y el ajedrez. Los niños en el asiento de atrás no tienen lugar donde poner los pies, porque debajo de los asientos están los cubos de plástico y las almohadas…pero ellos siguen cantando y dando guerra. Dos jaulas, con el jilguero y el canario, cierran la estampa de la familia feliz. Quizás se pasen por la verbena, donde la música de toda la vida no para de sonar, como aquel disco antiguo en aquella casa tan grande en la que me invitabas a pasar las tardes de aquel verano.
Recuerdo el sonido de las agujas jugueteando con alguna canción, aquella atmósfera oscura y cálida, el olor de la inmensidad de libros de la  biblioteca y sobre todo, la pequeña escalera de caracol que llevaba  hasta un sitio secreto que no me atreví a  acceder. Recuerdo también las conversaciones a media voz, el tiempo que se deshacía en la tarde a merced del sol que caía lentamente. Me hablabas de todo aquello que te preocupaba, y yo te escuchaba medio hipnotizada por aquel sitio tan estravagante sin ponerle demasiada atención. Hasta que me explicaste la historia del busto de arcilla del salón. Una obra hecha por una mujer maravillosa, que murió demasiado joven, cuya existencia corrió paralela a la del niño rubio que corría por tu casa al que no querías, porque era el hijo de tu padre y de una maldita mujer que se instaló en casa cuando aún el halo de tu madre recorría el ambiente de aquella casa grande y efímera para mí.
Cuántos cientos de casas con leyendas en su interior descansan ajenas a todo con sus ventanas tapiadas a la curiosidad y a la envidia. Excepto para aquella extraña pareja, que durante el fin de semana, examinaban con ahínco su exterior en busca de cualquier abertura, de un mínimo resquicio para colarse en el silencio del abandono. Una vez dentro, recorrían el pasado de cada habitación, mediante potentes linternas, fotografiando sus fantasmas, desenmascarando el polvo y las ruinas, y cualquier objeto extraño lo consideraban un tesoro. En su diario de búsqueda anotaban meticulosamente cada detalle. ¿Cuál podría ser la dedicación de estos personajes en realidad?...
Yo tambíen busco tesoros en las vidas de otros, en imágenes fugaces, en mis propies recuerdos bañados de una sutil cortina de imaginación…y así empiezo una historia que contiene a otra, y voy saltando de una a otra, probando caminos y abandonándolos, paseando por un cuento hasta hacer que el gusanito de la manzana salga a tomar el sol, justo en medio de la manzana madura, al final de las hojas verdes, en una de las  ramas del tronco del árbol de la montaña.
En definitiva, un cuento o una canción.

05 junio 2011

Fiestas de verano

Ayer por la tarde cuando llegué a casa escuché una fuerte música. Cerré el contacto, bajé del coche, abrí la puerta de casa y me dirigí hacia la cocina. Desde ese punto, la música sonaba aún a mayor volumen. Desde la ventana abierta de una de las habitaciones, asomé con curiosidad la cabeza e inmediatamente la volví a esconder: a unos metros, en aquella gran casa donde nunca había nadie, en el jardín se celebraba una fiesta. Más de una treintena de jóvenes andaban de aquí para allá hablando animadamente o siguiendo el ritmo de la música con la cabeza, el pie o las caderas.
Desde mi escondite, observé a los distintos grupos: los que a esas horas ya estaban borrachos, vociferaban y competían con acallar al cantante del grupo musical.Otros más tranquilos, se sentaban por estricto orden de llegada, en las cuatro hamacas negras que rodeaban la piscina o sino en el césped. Otro corro jugaba con el Iphone correspondiente: twitteando el evento para los que no habían podido asistir y enviando las fotos de la envidia. Un par de chicas se dejaban caer en la zona de la banda del chico con las solapas del cuello levantadas y el flequillo oscilante y otro par lo admiraban desde la distancia. Una solitaria mesa en medio del escenario clamaba al cielo poder sostener alguna de las múltiples latas rojas que se esparcían por el jardín a modo de setas rojas en un mullido sotobosque. Sin embargo, nadie percibía su presencia, ni siquiera el conjunto de los apalancados, que lo conformaban las parejas oficiales que ya lo eran antes del cumpleaños del anfitrión, los cuales  se regalaban carantoñas cada quince minutos, aunque de vez en cuando, a todos se les escapaba la mirada hacia los locos cantores.

¿Quién no fue nunca invitado a una fiesta de un amigo de un amigo cuyo amigo vivía en una casa fantástica en las afueras de la ciudad?
¿Quién no llamó a una amiga para que la acompañara a una exclusiva fiesta porque no conocía a nadie, pero en la que estaría aquel chico que siempre le había gustado?
¿Quién no traspasó el umbral de la entrada con una sonrisa apasionada cuando él la vino a recibir a pesar que simplemente le dijera un par de palabras?
“No sabía que tu venías…me pareció verte desde lejos y por eso me acerqué … Bueno, pues, ¡bienvenidas! pero os tengo que dejar, que soy el encargado de la música…"
¿Quién no recorrió una bella casa desconocida repleta de gente en cada rincón en busca de un polo de color azul turquesa a juego con unos ojos del mismo color?
¿Quién no se encontró con la dificultad añadida de tener la mente nublada por el exceso de alcohol en aquel entorno tan lleno de humo?
¿Quién no se rió sin control mirando hacia el cielo negro de oscuridad, aspirando el olor de la libertad en la brisa de verano, bajando y subiendo la cabeza al son de una música que recordaría siempre?
¿Quién no se asomó al balcón para mirar cómo volaban los vasos de plástico o se lanzó en tropel a la piscina con ropa?
¿Quién no disfrutó del momento culminante en el que el teléfono rugía o el timbre de la puerta aullaba para silenciar de golpe las risas adolescentes?
Bajé las persianas de la habitación para amortiguar el ruido con un suspiro de tenue envidia. Más que las fiestas, lo que si que echaba de menos, porque es lo que nunca más se recupera, era la  inocencia de entonces, esa despreocupación, esa forma de vivir el momento sin más, sin consecuencias ni condiciones, sin el día del mañana, sólo hoy y ahora.

Ayer, justo a las doce, dejó de sonar la música y un montón de jóvenes, entre risas y atropellos, abandonaron la casa fantástica de un anfitrión desconocido para algunos de ellos. A pesar de la retransmisión en directo y del revuelo de la fiesta, no será hasta dentro de unos años cuando se den cuenta que aquel fue uno de los días más divertidos que vivieron, porque entonces, en esa fiesta de verano, el hoy y el ahora eran el principal motivo de sus vidas.