24 junio 2012

Otra oportunidad

Estoy sentada aquí, en la mesa blanca, empezando otro verano más, y mientras no se me ocurre nada, miro hacia un infinito que se me acaba pronto, al traspasar una puerta abierta de par en par y dar dos pasos hasta una pared encalada hace ya unos años. A sus pies, unas cuantas macetas se amontonan sin ninguna armonía, y sus inquilinas, cuatro plantas rescatadas del olvido, tratan de superar el mal trago de las altas temperaturas. Me gustaría encontrar la pista para empezar a desgranar una historia, o como mínimo un pensamiento. De momento, nada, en blanco, pero yo sigo tecleando por si en el taconeo de los dedos hallo una canción que me lleve hasta un cuento.
De repente, las plantas pachuchas, las macetas descoloridas, los chorretones de agua sucia en la pared, me llevan hasta una película antigua, de aquellas que pasan casi desapercibidas excepto por un detalle que las hace inolvidables: la película contaba la historia de un hombre normal, de unos cincuenta años, que había trabajado toda su vida en IBM, un gigante de la informática. Uno de tantos que imaginamos durante toda su jornada ante una pantalla de ordenador, en una mesa separada de otras por una pequeña mampara. Este señor era un hombre sin altibajos ni grandes pasiones, tampoco tenía familia cercana ni amigos del alma, pero su vida parecía aparentemente tranquila, hasta que, inesperadamente, un día pierde el trabajo y, por los avatares del destino, acaba viviendo en una especie de local social con otros como él.
Por casualidad, por factores que desconocía o que no pudo manejar, un día se sorprendío mirándose al espejo y no se reconoció. Se estaba lavando los dientes junto a personas desconocidas, en un sitio que no era el suyo, ante un espejo pequeño que no era el de su baño de siempre. Fué entoncés cuando se hundió, aunque no dijo una palabra, porque no estaba acostumbrado a hablar de sus sentimientos. Sin embargo, la película no trata de su caída, sino de su suerte, ya que en su divagar por la ciudad, se cruzó con una especie de ángel que le salvó por ser quien era en ese momento, un deshauciado. Al principio me chocó la elección de aquella señora, pero después de reflexionar un tiempo, lo entendí:
Existen personas que se sienten bien rescatando plantas medio secas que se acaban de abandonar, muebles antiguos que un día tuvieron vida pero que hoy esperan la muerte en un contáiner o peluches sucios y tuertos que alguien arrojó antes a la basura. Ellas recogen con primor todos esos desechos para darles una última oportunidad. Colocan la planta en una nueva maceta, la riegan adecuadamente de agua, sol y buenas palabras. Arrastran los muebles hasta casa, y los reparan para que renazcan de sus recuerdos. Lavan a mano los peluches y los tienden al sol y en cuanto se secan, les cosen sus heridas y los ponen en la cabecera de la cama. Así son felices. No valoran las cosas recien estrenadas, ni las esquisiteces, prefieren rehacer, recomponer, reconstruir...En definitiva, dar una nueva oportunidad a lo que ya otros no valoran.
Mientras pienso en esto, fijo de nuevo la mirada en mi pequeño infinito: la pared blanca, las macetas desiguales, las plantas rescatadas que se animan a seguir creciendo…y, en ese instante, sonrío.

10 junio 2012

Un canto contra la crisis

Estoy cansada de la crisis. No sólo la económica, sino la del espíritu, la de la alegría, la de la esperanza. Ayer vi un programa en el que se veía una gráfica de los tres últimos grandes momentos de depresión económica: 1986, 1994 y 2012. Todos respondían a una causa histórico-político-económica, porque en los días que corren, no hay ninguno de esos factores que fluya por su cuenta y riesgo.
La recesión afecta especialmente a todas aquellas hormiguitas que ahorran con tesón para comprar un bonito regalo de cumpleaños para su amor, a las personas invisibles que visten con monos azules y que se dejan los ojos o los pulmones para llenar una hucha y poder irse con la familiar hasta la playa y allí disfrutar de un merecido descanso con el zumbido del mar y el olor a fritura. Son todos aquellos que no tienen excelentes abogados para negociar ni ostentan grandes cargos políticos. Ellos no conocen ningún secreto con el que poder amenazar. Son invisibles y sin embargo, salen en todos los listados de pago de Hacienda o de multas impagadas. Si cometen cualquier pequeña falta, se les perseguirá sin excepción.
Con este panorama es fácil desesperarse. Sin embargo, existe siempre una alternativa ante los malos momentos: hundirte con ellos o alejarte lo más posible; unirte a la negatividad o descubrir nuevas posibilidades.
Yo que nací en una casa de locos entrañables y de eternos soñadores, en la que nunca tuvimos grandes riquezas pero que supimos reirnos de todo, lo tengo un poco más fácil para ver el lado positivo. La gráfica de ayer me hizo detenerme a pensar en qué hacía yo en esos años y concluir que, ciertamente, vivimos y superamos cada uno de esos periodos. Lo importante es que, en cada uno de esos ciclos, mientras un cachito de mundo se hundía, a su lado, había otro que nacía.
Aquí un ejemplo personal:
El 86 fue un buen año, porque en la adolescencia todos los momentos son una sorpresa tras otra y, sobre todo, porque mi padre volvía a tener trabajo, después de estar más de un año en paro. Él fue uno de los que sufrió del cambio de paradigma tecnológico, en su caso, por la sustitución de las melódicas y emblemáticas máquinas de escribir por los ordenadores. Ya hacía unos años que se venía avisando de esa posibilidad, pero cuando las empresas empezaron a echar a centenas de personas a la calle, se convirtió en una catástrofe.
A otras familias también les había ocurrido, pero eso no mejoraba la depresión de mi padre: un día te levantas para empezar tu rutina habitual y te das cuenta que el despertador no suena porque ayer ya no lo pusiste. Tus hijos siguen desayunando en la cocina para ir a la escuela y sin embargo tú no tienes nada que hacer. Cuando sales a la calle, no sabes por dónde empezar a buscar, y “vas dando voces”, pero las puertas se van cerrando con el paso del tiempo y te vas quedando mudo porque las personas que confiabas que te podían ayudar, no te llaman. Tus hijos siguen necesitando crecer, alimentarse y comprarse ropa nueva, pero también necesitan de tus bromas, de tus risas…pero no te salen.
Un día alguien me preguntó cuándo me hice mayor, y me di cuenta que había incluso una fecha concreta: la noche en la que, desde mi cama, oí a mi padre murmurar: no sé qué puedo hacer, empiezo a entender porqué la gente es capaz de ponerse a robar…
Pero un día, la suerte cambió, por fin alguien oyó "las voces que había dado"  y pudo empezar de nuevo a trabajar, en un puesto del que ya no se movió hasta su jubilación. Y a pesar que yo me volví mayor después de aquel episodio, aún tuve mucho tiempo y espacio para seguir creciendo entre risas y locuras caseras, para continuar estudiando y para ir descubriendo el mundo de la adolescencia con mis amigas, con las que bailaba al ritmo de la música disco, sin un solo pensamiento en la mente, las tardes de domingo.

Hagámoslo posible. Seguro que hay algo de positivo de todo esto...¡Sólo hay que buscarlo!

03 junio 2012

Short Cuts (I love BCN)

Pedalear en soledad me permite admirar al mundo que vibra y se mueve en una alfombra colorista y contradictoria.Trazos de vida se muestran en los balcones, en las plazas, entre lineas de las conversaciones, en los parques y en las avenidas o cruzando la calle cuando el señor se pone verde…
A la velocidad de las piernas, en breves instantes se pasa de la sonrisa al drama y en minutos, uno vuelve a reconfortarse porque tras la esquina, la vida continúa.

Al girar por Paseo San Juan, veo unos abuelos que descansan de su paseo alineados en cada uno de los bancos. Casi todos llevan un bastón enhiesto a pesar de la curvatura de su espalda. Sus pensamientos se pierden con la mirada fija en un crío que no deja de balancearse hacia delante y atrás, mecido por un caballo de madera sin larga crin ni herraduras.
Al otro lado, unos matrimonios jóvenes han decidido quedar para verse y empiezan varios diálogos que se detienen constantemente para avisar al crío del caballo, o a la niña de las coletas que tenga cuidado porque no para de caer al suelo....y echarse a llorar. Las conversaciones se alejan como frágiles mariposas en direcciones opuestas y ellos se quedan por un momento tan mudos como los abuelos.
Más allá un hombre greñudo y de semblante descuidado anda hurgando en los contenedores con sigilo, no vaya a sorprenderle un poli, o aquellos niños o sus madres, o la fija mirada de un abuelo, aunque hace ya unos metros que los dejé atrás.
Hago una parada de trámite, -¿me da usted media docena de huevos?-, a mi lado, una moto deja de rugir para enmudecer a mi lado -¿les queda algún pollo…muerto?-...-oiga usted, nosotros tenemos pollos matados, no muertos, que no es lo mismo -.Todos reímos por dentro o por fuera, según cada cuál. Seguro que los abuelos se reirían simplemente y los matrimonios jóvenes….pues tendría que pensarlo.
Más arriba, cuando la gota de sudor empieza a invadirme la frente, una algarabía se me acerca: ¡hoy en una calle de Gràcia, hay comida entre vecinos!. En una barbacoa se acaban de asar los tomates y en un garage abierto se improvisa una gran mesa rematada con un hule de cuadros verdes y vasos de plástico amarillos. Podríamos invitar a todos, incluso al greñudo, si se diera una buena ducha, se afeitase y promete no terminarse el vino.
En la calle siguiente, una pareja discute en la puerta de casa: -tu no me dijiste que aquello te importaba tanto, si lo hubiera sabido…-ella tiene una llave en la mano y un pie en la escalera, y la cabeza dispuesta a esconderse en su caparazón. Me gustaría decirle que lo piense bien, que los portazos no sirven para nada, pero voy de paso. Seguro que si le preguntara al greñudo él quizás tendría una historia para ella o si fuera a ver al chico que quería conversar en medio del griterío de los niños, él compartiría sus penas, lástima que les separen unas calles.
Hago un par de pedaladas más y me cruzo con unos jóvenes que dicen que “Zapatero fue unos de los diputados más jóvenes, a los 26 años…”. ¿Por dónde andará este diálogo? ¿y hacia adónde irá?...pero como se trata de política y tiene poco crédito para mis oídos, los dejo que se alejen sin más.

En la acera izquierda de Balmes, justo después de cruzar Mitre y parar a pedirle a una chica dónde había comprado la barra de pan que llevaba, paso delante de un banco con tres señoras rubias que gesticulan en un idioma que no entiendo. De repente, una de ellas toma una bolsa y se acerca a los labios una botella que tiene escondida y ello me hace sacudir la cabeza y pensar cómo se concatenan unas historia con otras, solo separadas por un poco de asfalto y un montón de edificios.
Al final de la cuesta me cruzo con un chico que me dice Buenos Días a las tres de la tarde y concluyo que muchas veces, no es necesario ir al cine o al teatro, ni leer un buen libro ni ver la televisión para admirar como el mundo vibra en tan solos unos pocos kilómetros de un domingo cualquiera.
¡Love Barcelona!