30 noviembre 2014

Una pastilla de menta...

¿Y si fuera posible tomar una pastilla de menta, como aquella que tomaban los niños para aprender idiomas, geografía, matemáticas en Cuentos por teléfono de Gianni Rodari y, durante unas horas, nos borrara de la mente los prejuicios hacia los demás?
Durante ese tiempo, seríamos impermeables a aquellos ojos que siempre ven más allá de lo que se percibe, que perciben más allá de la verdad y seríamos parecidos los unos y los otros. De esa igualdad se desenrollaría una cuerda invisible que nos uniría a todos con anécdotas cercanas, por deseos aún no cumplidos, por guiños y miradas cómplices. Y de esa unión que nace de lo más profundo, de la emoción y el sentimiento, se dibujaría una larga escalera que comenzaríamos a subir juntos, sumando fuerzas, dejando escapar lastres inútiles que manteníamos casi por orgullo. 
Durante el trayecto nos iríamos animando y riendo incluso de nosotros mismos e iríamos convenciéndonos de que lo importante no es hacía dónde, sino cuán de agradable es el camino. Y al final de la escalera, ¡qué más da el final!, cada uno sería más grande y auténtico, más ligero y más feliz, a pesar del esfuerzo, porque sin él, no le otorgaríamos ningún valor.


Si no existieran, por unas horas, los prejuicios, nos abandonarían también, por un rato, aquellos miedos que nos bloquean a hablar de aquello que realmente nos preocupa. Y sin ellos, nos escucharíamos compartir frases a las que nunca habíamos puesto voz, y mientras las palabras van llenando el espacio, su música nos reconfortaría y nos proporcionaría el suficiente valor para enfrentarnos o para dejarlos pasar. Y quizás, en el diálogo con aquellos que durante este tiempo son como nosotros, nos dejaríamos acariciar por el eco de sus consejos, reflexionaríamos con aquel punto de vista que nunca se nos había ocurrido explorar. Y al final de la noche conseguiríamos exclamar, sin filtros, que podemos contrarrestar cada pena con una alegría, apagar cada contratiempo con una anécdota que puede hacernos estallar de risa.

Si algunas noches fuera posible tomar una pastilla de menta para olvidar por unas horas los prejuicios ajenos, estas se convertirían en noches reversibles, las cenas serían eventos emocionantes, las conversaciones, pura energía, las risas, sal y pimienta para el corazón. ¡Gracias por hacerlo posible!

22 noviembre 2014

Un torrente de agua fresca

La luz empieza a colarse, tímida pero firme, en la habitación y entonces empiezo a notar que me estoy despertando. Y no quiero, al menos no antes que suene el despertador. Me concentro en volver a dormirme y aprovechar los últimos minutos de vacío mental pero ya no puede ser así que con esos movimientos tan conocidos, simples y rápidos decido saltar de la cama y apagar la alarma inútil.
Cada uno es como es y a estas alturas difícilmente voy a empezar una batalla contra mí misma, pero es que voy de más a menos durante el día, y siento que quizás ahora debería ahorrar un poco más. Recargada la energía cada mañana, me dedico a ir soltando esa preciada gasolina durante horas hasta acabar agotada cuando cae la noche. Y hasta ahora no he podido controlarlo. No me doy cuenta de cuándo empieza a suceder, solo soy consciente de ello cuando me oigo hablando a gran velocidad, cuando empiezo a perder palabras entre las frases, cuando me escucho en un tono de voz apasionado, entregada a relacionar esto con aquello y aún más allá, sorbiendo, respirando todo el aire a mi alrededor. 
A menudo forma parte de un viaje, que sé dónde empieza pero no dónde acaba, surtido de ejemplos que surgen alborotados y sonrientes al sentirse llamados por una selectiva memoria.
Y si a los que me escuchan les gusta perderse, les miraré un momento y me dejaré balancear de esto hacia aquello hasta acabar en algo sugerente, fantástico, adorado, pequeño y querido…Justo entonces, un sutil pestañeo me empujará a rebobinar hacia atrás a gran velocidad, intentando que no se note demasiado, hasta aquel punto en el que empecé a perderme en mi madeja de encajes, en mi torrente de historietas...

Un amigo mío se sorprendía de cómo podían llegar a suceder todas aquellas historietas cotidianas que yo le contaba, aquellas donde los desconocidos me decían 'mañana lo dejo', o 'cuidado que llegan los extraterrestres!' o 'te importaría revisarme el inicio de mi novela?' o 'a mí también me gusta el desierto, porque te deja como detenido, sabes?'...Las historietas me paraban durante unos minutos y luego se iban desvaneciendo entre las calles de la poderosa ciudad, que sabe engullir sin descanso tantas vidas y hacerlas invisibles…


Por eso, cuando me oigo hablar a gran velocidad, cuando comienzo a perder las palabras entre las frases, sé que el cable está conectado e iré vaciando el torrente de energía para regalarlo condensado entre risas y palabras. Y si a los que me escuchan les gusta jugar, tomarán mi historia para hacerla suya, y solo entonces, se producirá un efecto mágico, imprevisible: las experiencias se mezclan, se entrecruzan, se hacen grandes y nos sobrevuelan. Ya no hará falta rebobinar atrás, qué importa dónde empezamos, porque donde nos hemos trasladado es un espacio más puro, compuesto de notas chispeantes, rescatadas de la memoria, un torrente donde siempre fluye el agua fresca.