31 julio 2011

Noches de Verano

Cada verano me pasa lo mismo: por viajar al otro lado del mundo y ser  el único momento en el que puedo contemplar la vida de los otros como un funambulista alejado de su realidad, justo al otro lado del cable que une ambos mundos, me quedo como suspendida en el espacio. De la misma manera, es inevitable que me quede suspendida también en el tiempo, ya que como parada obligada en mi rutina habitual, no hay temas nuevos que tenga que arreglar o de los que deba protegerme.
En estas circunstancias, mi mente también se va de vacaciones al mejor lugar, al pasado dorado, y de vez en cuando, se aventura a explorar aquellos temas que quedaron enredados tiempo atrás. Todo ello ocurre durante la noche, al cerrar los ojos.
Normalmente en casa no duermo bien, aunque tenga la mejor cama del mundo, me despierto cuando aún no hay luz en la ventana pensando en los temas que me acaban de suceder, incluso los de aquel mismo día, y aunque me esfuerzo en dejarlos atrás, no dejan de revolotear como un zumbido molesto en la oscuridad. Durante las vacaciones, por suerte, cierro los ojos instantáneamente, y estos temas solo aparecen de vez en cuando. Cuando vuelve a ellos mi memoria, lo hace sin bloquearse. Aquí  los sobrevuelo desde un punto de vista más liviano, como cuando saltamos de un pensamiento a otro justo antes de quedarnos dormidos. Sin embargo, a veces entre los sueños de verano reviven temas que no debía tener cerrados (aunque a mí me lo parecía) o vuelvo sin querer hasta episodios de mi vida que ni me acordaba que existieran.
Y es que, sobre todo, desde la otra punta del mundo, vuelvo al pasado: a la universidad, a la piscina, a hacer bajadas en monopatín por la urbanización de Sils. Por las noches retorno a mi viejo barrio, me cruzo con los antiguos vecinos y llego hasta la puerta de mi casa de toda la vida, subo trotando por la escalera de casa de la abuela y traspaso la portezuela que rechina como siempre y que da al patio con sus macetas en fila de plantas viejitas y su encalado sucio por los regueros del agua, para llegar zigzagueando por los pasillos a mi cuarto con mis posters y mis cosas. En esos sueños, se mezclan sin aparente conexión personajes nuevos con otros casi olvidados, en un festín de sinsentidos.
En verano, vuelvo a ver a mis queridos abuelos, aunque casi siempre al final del sueño me doy cuenta que eso no es posible y entonces intento alargar el momento concentrándome en su voz o en sus caras, que aparecen sorprendentemente serenas y jóvenes. Durante las largas horas de sueño, en sitios diferentes y con ruidos extraños, en lugar de asustarme por la novedad, vuelvo a jugar con mi Laisi y me refugio en mi familia en los tiempos en que no existían los problemas. ¿Será por eso que al despertar tengo ganas de llamar a mi madre? Debe ser…
En verano, solo con cerrar los ojos, me duermo enseguida, y eso significa, de momento, que estoy de vacaciones.

28 julio 2011

Reflexiones de un viajero

Hace tiempo que pienso que ya he visto más de lo que a una vida se le debiera permitir.
Cada vez más, al empezar una nueva ruta me repito que cuando sea mayor no volveré a tomar un avión, ni haré largos trayectos, ni conoceré nuevos países. Tampoco pasaré calor ni frío si no es porque en mi hogar, el tiempo cambia a su aire, y no volveré a probar nuevos manjares si no es porque cerca de casa, han abierto un nuevo restaurante que me apetece descubrir.
En realidad, a estas alturas, empiezo a mezclar paisajes y culturas, relaciono sin querer los años de construcción de un monumento con los mismos en los que, en la otra parte del mundo, se alzaban o catedrales o pirámides mayas o simplemente, casuchas para albergar a una nueva  familia. La arquitectura se me antoja parecida o con ciertos puntos en común, o quizás sean los materiales empleados aquí o allá, o más bien sean los motivos de sus construcciones, las idénticas causas que forman la base de este mundo hecho a la medida del ser humano, tan sencillo o complejo pero en definitiva tan esencial.
Incluso los olores de la nueva tierra a la que aterrizo me acercan a otros lugares y estos a  otros más. Este profundo olor de arroz que hoy impregna el aire me lleva hasta Bali, y el aroma a tubérculo ahumado a la brasa  me transporta hasta las chabolas de Guatemala y la parrilla en la que se fríen los pescados me hace volar por un momento hasta las costas de Senegal para perderme entre los baobabs mágicos que forman parte de mis sueños.
Los sabores de Thailandia que no probaré se juntarán con las exquisiteces de Nepal que no degusté y me recordarán por fin qué valor tan grande que tiene una buena hogaza de pan.





Y al final, todos los viajeros nos acabamos embelesando por un momento arrebatado:
el acto sencillo de plantar a mano en arrozales cubiertos en agua que hace de fiel espejo de palmeras y maizales, el gesto honesto de las familias que sonríen en lengua incomprensible tumbados en sus chozas bajo el clima tropical que te envuelve en sudor a cada paso.
Quedas asombrado por lo cotidiano, como el baile de olores que nace entre la humareda de un mercadillo a oscuras, alimentado por bombillas amarillas, donde sigues asándote de calor.
Atrás, en la retina, quedan los colosales vestigios de la historia por los que aprendes del nacimiento y muerte de civilizaciones enteras de nombres evocadores ,(el reino del Siam, los jemer, los lannan, sukhotai, ayutthaya)...
Todos ellos pronto formarán parte de tu subconsciente y, por falta de uso, se perderán para siempre entre la neblina del tiempo.
Sin embargo, a pesar de tanto viaje, mis excursiones personales siguen siendo tan distintas a estas como debe ser contemplar el mundo desde las estrellas, desde una nave espacial  especialmente diseñada para evitar mareos o vértigos, con la que disfrutar de la espectacular visión sin miedo alguno. Mi mundo tan pequeño es quizás derivado de todo ese otro al que he podido mirar de puntillas, suspendida también, porque en el fondo viajar no es vivir, sino cruzar como un funambulista por la vida de otros, para desaparecer, lentamente, al otro lado del cable que tensa dos mundos…
Puede que contemplar la otra parte me haya hecho amar mucho más el que tengo, el que me espera más allá de altas montañas y caudalosos ríos, el que huele a conocido, el simple y querido, el mío.

17 julio 2011

El món petit

L’altre dia llegia que l’escriptor Josep Plà, quan li preguntaven sobre perquè contantment escrivia sobre els mateixos temes malgrat fos una persona que havia viatjat molt, sempre els deia: “por supuesto que escribo sobre lo cotidiano, ¿es que hay algo más?...”
Aquesta frase em va encantar, perquè em va tranquilitzar. De vegades, tinc una gran contradicció, no només a l’hora d’escriure, sinò a l’ hora de viure: sovint els grans esdeveniments o les grans figures em passen desapercebudes, i els detalls, en canvi, m’emocionen…
Així per exemple, un gran àpat a un restaurant amb estovalles almidonades, plats de diseny i cambrers estirats pot resultar-me soporífer, però un simple dinaret a la fresca sota un emparrat trobat a l’atzar pot ser simplement perfecte…
Aquesta contradicció  en la percepció ha arribat fins als aspectes més bàsics: quan toca plorar, no em surt, i així no em cau una llàgrima als casaments, batejos, comunions o d’altres, tampoc en els acomiadaments, on tothom sembla posar-se d'acord per agafar el mocador.
No obstant això, no puc evitar les llàgrimes quan descobreixo un avi donant la mà al seu net. Ja sé que llavors no toca, però és així. Percebo una història al darrera, una intenció, una fortalesa en aquest gest que és indefinible.
De la mateixa manera, quan toca riure, no ric, i malgrat intento seguir la pista d’un acudit, ni l’entenc, ni el segueixo, se m’oblida…! Si algú me’n fes explicar un, em faria una bona jugada. I el que em passa és que, de vegades, en els moments més inoportuns se m’escapa: quan el jefe em fot la bronca, o després d´algun “accident domèstic” o potser quan algú m’està explicant alguna cosa seriosa, llavors em poso a riure i m’haig de contenir pessigant-me amb els dits per esclafar amb el dolor la rialla que comença…
No sé perquè però sóc l’única que veu llocs meravellosos i super romàntics on els demés no els troben: un sofà abans vermell i mig trencat que algú ha arrossegat fins un amagatall a la carretera de les aigües per contemplar el mar i la gran barcelona em sembla un descobriment magnífic, i les escales del museu MNAC atapeïdes de gent en silenci escoltant la sonoritat dels músics ambulants resulten un racó que hauria de sortir a les guies. No em trobareu però a ciutats de grans avingudes, massa perfectes i sobèrbies, no m’atrauen si no s’intueix un fil de vida amagada darrera una cantonada.
Em fixo en els vagabunds que s’asseuen a la primavera de Barcelona i em pregunto cóm hauran acabat fins aquí (cóm aquell guarda de seguretat a “53 días de invierno”), observo a un d’ells llegint amb ulls miops un llibre de solapes velles i em conmou, més tard veig una grossa dona llegint una revista al costat de desenes de bosses com a única pertineça. Són éssers invisibles per a casi tothom. Però si acabo el dia observant a un rostre fosc i asiàtic mentre arregla primorosament el pom de les roses que vendrà aquesta nit sobre l’espigó, llavors recordo que la vida segueix essent simple i tendra.
Per això de vegades, vaig una mica a contracorrent. Abans intentava que no
se’m notés gaire, i seguia el ritme dels demés, però amb la serenor de l’edat cada vegada sóc més lluire per observar amb deteniment, per imaginar i  gaudir d’un món més petit. Quotidià, sempre.

10 julio 2011

De la ilusión al plan de acción

La ventaja de no estar deprimido es que cuando ves que estás mal, puedes establecer un plan de acción a medida. Quizás luego no tengas tiempo de llevarlo a cabo o puede que después ya no lo necesites, pero al menos tu cabeza es capaz de ver la solución, y esa es exactamente la clave del éxito.
La ventaja de no estar deprimido es que al mirar a tu alrededor no ves absolutamente a todo el mundo más afortunado que tu. Los contemplas con sus más y sus menos, conformados con su destino o exultantes de amor, pero los ves tan humanos como a ti mismo, y no te sientes un ser insignificante.
La ventaja de no estar deprimido es que hay buenos días y días nefastos, momentos inolvidables y otros muy aburridos, pero puedes mirar al cielo sin preguntarte cuándo acabará todo y cuando bajas solo al parque, puedes sentarte en un banco con la calma sin echarte a llorar seguidamente.
Siempre pensé que los deprimidos serían seres “normales” y conformistas, apáticos, solitarios y nada ambiciosos, hasta que un día me tocó a mí, con lo que todas mis premisas se quedaron de repente sin sentido. En aquel entonces, con una autoestima cada vez más escuálida y un positivismo cada vez más sombrío, yo me preguntaba hasta cuándo duraría aquello, cuándo sabría que aquel nubarrón se alejaba por fin de mi universo. Fue entonces cuándo la voz de una amiga me dijo con tranquilidad: “cuando menos te lo esperes volverás a sonreír por un detalle, por esto o aquello, y entonces, sabrás que estás curada. No será hoy ni mañana, por supuesto, pero un día, simplemente, volverá a salir el sol.”
De eso hace ya mucho tiempo, pero intento nunca olvidarlo del todo, supongo que para quitarle importancia o para evitar una recaída. Ahora no estoy deprimida, pero sin embargo, me falta el cupo de risas y buenos momentos para compartir, así que no me queda otra que elaborar un plan de acción.
Se m'ha girat feina!

03 julio 2011

De ilusión (también) se vive

Quan era petita, no menjava gens bé, però malgrat això, se’m veia sana i forta. Per això la meva mare assegurava rient que jo m’alimentava d’aire. Ho deia tan sovint que m'ho vaig arribar a creure, perquè amb freqüència mirava cap al cel amb la boca ben oberta, encantada amb el cel tan blau, deixant que l’aire envaís el meu cos.
Quan em vaig fer gran el meu tipus de nodriment va evolucionar, i enlloc d’aire, em vaig alimentar d’ il.lusions. Així, quan em sentia el cos dèbil, buscava il.lusions per cruspir-me-les tant aviat com pogués.
No calia que fossin massa espectaculars, perquè no me les creuria ni jo. Tampoc era necessari que es fessin realitat, perquè només eren fantasies. Tan sols era precís que fossin fetes a la meva mida. Ni més ni menys. I per això les meves pròpies il.lusions eren perfectes, perquè eren exactament tal com jo les volia.
Sovint hi torno, a buscar-les. Quan a moments el món em dona l’esquena, quan em sento massa petita per abastar-lo, quan se m’esmuny entre els dits alguna cosa que desitjo o quan no comprenc el que passa al meu voltant.

Llavors arribo en vaixell fins la Formentera de l'anunci i em veig a mi mateixa conduint una moto sense por, per primer cop, sentint com l’aire i el sol em colpejen la cara. En sento cridar-li rient a la meva amiga: “¿nos damos un bañito?” i en aquell moment fins hi tot se sent una alegre música al nostre darrera...
Llavors viatjo fins la Costa Brava, per veure el concert que acabo de llegir al diari del diumenge. Allà descobreixo que puc cantar i ballar fins la matinada sense cansar-me, sota les llums de l’escenari que parpelleigen, creant una atmòsfera única. Sé en aquell moment que la meva energia és infinita, i que em sento viva...
Llavors baixo pedalejant fins al barri del Raval després de la posta de sol i entre els carrerons estrets descobreixo un petit restaurant amagat a la cantonada d’una plaça desconeguda, en un lloc particular, rodejada d’ edificis pintats de colors i on es respira un ambient de mestissatge. Darrera les portes del petit local, m’espera una excelent vetllada de menjar oriental i tot sembla ser perfecte...
Llavors rebo una trucada molt especial i a l'altre costat del fil telefònic, trobo l’amistat en forma de conversa, recordant-me un cop més, que hi ha molta gent que m’aprecïa i m’estima. Es aleshores quan la il.lusió esdevé realitat, i en aquell precís instant el món se’m fa una miqueta més fàcil, menys esquerp, més meravellós...
I és per tot això, que d' il.lusions, alguns, VIVIM!