Cada verano me pasa lo mismo: por viajar al otro lado del mundo y ser el único momento en el que puedo contemplar la vida de los otros como un funambulista alejado de su realidad, justo al otro lado del cable que une ambos mundos, me quedo como suspendida en el espacio. De la misma manera, es inevitable que me quede suspendida también en el tiempo, ya que como parada obligada en mi rutina habitual, no hay temas nuevos que tenga que arreglar o de los que deba protegerme.
En estas circunstancias, mi mente también se va de vacaciones al mejor lugar, al pasado dorado, y de vez en cuando, se aventura a explorar aquellos temas que quedaron enredados tiempo atrás. Todo ello ocurre durante la noche, al cerrar los ojos.
Normalmente en casa no duermo bien, aunque tenga la mejor cama del mundo, me despierto cuando aún no hay luz en la ventana pensando en los temas que me acaban de suceder, incluso los de aquel mismo día, y aunque me esfuerzo en dejarlos atrás, no dejan de revolotear como un zumbido molesto en la oscuridad. Durante las vacaciones, por suerte, cierro los ojos instantáneamente, y estos temas solo aparecen de vez en cuando. Cuando vuelve a ellos mi memoria, lo hace sin bloquearse. Aquí los sobrevuelo desde un punto de vista más liviano, como cuando saltamos de un pensamiento a otro justo antes de quedarnos dormidos. Sin embargo, a veces entre los sueños de verano reviven temas que no debía tener cerrados (aunque a mí me lo parecía) o vuelvo sin querer hasta episodios de mi vida que ni me acordaba que existieran.
Y es que, sobre todo, desde la otra punta del mundo, vuelvo al pasado: a la universidad, a la piscina, a hacer bajadas en monopatín por la urbanización de Sils. Por las noches retorno a mi viejo barrio, me cruzo con los antiguos vecinos y llego hasta la puerta de mi casa de toda la vida, subo trotando por la escalera de casa de la abuela y traspaso la portezuela que rechina como siempre y que da al patio con sus macetas en fila de plantas viejitas y su encalado sucio por los regueros del agua, para llegar zigzagueando por los pasillos a mi cuarto con mis posters y mis cosas. En esos sueños, se mezclan sin aparente conexión personajes nuevos con otros casi olvidados, en un festín de sinsentidos.
En verano, vuelvo a ver a mis queridos abuelos, aunque casi siempre al final del sueño me doy cuenta que eso no es posible y entonces intento alargar el momento concentrándome en su voz o en sus caras, que aparecen sorprendentemente serenas y jóvenes. Durante las largas horas de sueño, en sitios diferentes y con ruidos extraños, en lugar de asustarme por la novedad, vuelvo a jugar con mi Laisi y me refugio en mi familia en los tiempos en que no existían los problemas. ¿Será por eso que al despertar tengo ganas de llamar a mi madre? Debe ser…
En verano, solo con cerrar los ojos, me duermo enseguida, y eso significa, de momento, que estoy de vacaciones.