22 enero 2011

Pequeño milagro de otoño

Cada sábado en las afueras de una gran ciudad ocurre un pequeño milagro.
La noche antes, un anciano prepara a conciencia la ropa para el día siguiente, la misma de cada sábado, porque quizás así podrán reconocerlo antes y quedarse tranquilas pues vuelve a estar allí para pasar con ellas la soleada mañana. Esta vez no olvidará la bufanda de lana, porque está empezando a refrescar y no quiere volver a pasar aquel maldito catarro del año pasado que le retuvo en la cama durante dos tristes sábados. Llegó a asustarse, pero ya pasó.
La noche antes, un ambiente especial se percibe en el aire de la colina justo a las afueras de la ciudad. Desde ahí, las luces blancas de los edificios se confunden unas con otras y las calles se transforman en una fina hilera de brillantes amarillos. La ciudad se extiende como una sábana centelleante y en el borde, solo se ve la oscuridad del mar.
Y a esa hora, todos los habitantes de la casa de piedra se anticipan para la alegría del sábado.

Son las díez de la mañana, y el anciano se despide de las enfermeras y en soledad, inicia su ritual semanal. Con pasitos lentos y la espalda encorvada subirá hasta la colina. Hoy no necesita detenerse a descansar en los bancos al sol, porque ha ido ahorrando durante la semana la energía suficiente. Además debe apresurarse, porque sabe sin duda que ellas le estarán esperando.


Desde la cuesta ya se oye la algarabía de todos los inquilinos de la casa, pletóricos y expectantes. El chico le ha visto desde la terraza y cuando llega, ya las tiene preparadas. Le tiende las correas rojas. Hace rato que solo se oyen ladridos en aquel apartado lugar. Hoy todos ellos serán  los animales más felices del mundo, porque es sábado, y a pesar de ser perros abandonados y olvidados, hoy presumirán de un amo que les sacará a pasear.
El chico le dice adiós con la mano y mientras el anciano baja la cuesta atento a sus dos perras juguetonas a un lado y a otro, piensa que ahora ellas parecen más esbeltas y que a él se le ve menos encorvado, más joven.

Todos un poquito menos solos, un pequeño milagro.

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