08 enero 2011

Fuerteventura

Lo importante no es ir a la playa, sino poder disfrutarla justamente cuando en casa vas vestido a capas, tu rostro queda oculto bajo la bufanda y tu piel ya no recuerda el color tostado del verano.

En esas circunstancias, llegar a Fuerteventura es una especie de poción mágica para el alma y se refleja en una sonrisa perenne que no puedes disimular.

Y con esa alegría en tu cuerpo, puedes apreciar sus colores rotundos: el cielo azul, la roca oscura volcánica, las paredes siempre blancas y las palmeras altas y siempre verdes; te dejas arropar por su gente amable y sencilla, sin pretensiones.

Y de repente, tan relajado, te vas dejando llevar por el viento que eleva granitos invisibles de las finas dunas doradas por el sol.

En Fuerteventura no busques aglomeraciones, ni compras glamurosas, ni diseños complicados: los pueblos del interior te mostrarán humildemente cúan dura ha sido siempre la vida en la isla. Puedes percibir el aislamiento que significa toda una vida rodeado de olas y de mar.
Y si no quieres conocer su historia, puedes quedarte con los alemanes, sus inmigrantes más populares,  todos concentrados en núcleos que han crecido para abastecer el turismo del sol: supermercados, pubs, apartamentos y restaurantes con comida majorera con toques "kartoffen" en el menú.


Sin embargo, mi recomendación es que pases de largo y continúes hacia donde el sol te lleve, que mires hacia el horizonte y que de vez en cuando te pares para contemplar el reflejo de tu infancia en los juegos de los niños que corretean por la playa, ajenos a todo.


Inspira fuerte y deja que tus pulmones se llenen de la energia solar, del viento afortunado....
¡Disfruta de una navidad en bikini!








1 comentario:

María-José Dunjó dijo...

Que bueno, así es!! A Canarias hay que ir en invierno, te lo dice una chicharrera... Besos, Mjo