15 junio 2014

Reuniones distintas, mismas personas


Es la hora de la reunión.
La puerta está cerrada para recordarnos que llegamos tarde, pero dentro parece no importarles. Desde fuera se perciben ya sus caras sin rubor. Los temas aún no han empezado a tratarse y de momento, se parlotea de banalidades sin más. Poco a poco vamos cayendo como marionetas sin manos a la espalda en aquella silla que, sin hablarlo, hemos escogido para que nos pertenezca durante ese rato. Nadie dice nada, pero lo que realmente importa son esos suspiros inaudibles que hemos ido soltando al desplomarnos.

Se respira tensión, como no podía ser de otra manera. Incorporamos algún chiste para rebajarla, pero en realidad lo que nos invade es el miedo o el aburrimiento o una mezcla con distinta proporción de ambas. Ni a derecha ni a izquierda podemos fiarnos de nadie, aunque todos seamos personas de carne y hueso. A pesar de que cuando lleguemos a casa, todos nos reiremos de las mismas tonterías de la tele y a pesar de que ninguno podamos resistir las cosquillas en los pies.

Y nos pasamos horas debatiendo, negociando, soltando medias verdades y falsas risas, o justamente lo contrario, según el lado de la mesa de cristal oscuro en que te encuentres. Apuntamos frases y números que probablemente no volvamos a mirar si es que no van con nosotros, y de vez en cuando, nos evadiremos mirando en el fondo de nuestro móvil a ver si encontramos la puerta de emergencia para salir a respirar …

Nos vamos como llegamos, aún puestas las corazas, sujetando las pesadas armas, hablando con autoridad para proteger nuestro cuerpo frágil y flexible y un alma vulnerable y maravillosa…

Es la hora de nuestra cena. La puerta de la calle está abierta para que quien llegue tarde entre directamente y nos sorprenda con risas y abrazos, porque en realidad lo importante es venir, y sobre todo, disfrutar. Los temas no han empezado a surgir pero mientras abrimos las cervezas y sirviendo el vino saboreamos con ilusión el reencuentro. Nos sentamos sin querer en el sitio de siempre, y si alguien falla ese día, lo notamos y lo echamos mucho de menos.

Se respira autenticidad, como no podía ser de otra manera. Como ya nos vamos conociendo mejor, incorporamos alguna que otra alusión al trabajo, o a temas personales, pero en seguida empezamos a escuchar, a relajarnos, a dejarnos llevar por la conversación. Porque aunque a derecha e izquierda tengamos a personas distintas, lejanas a nosotros en muchos aspectos, se respira una atmósfera de confianza que permite expresar sin miedo aquello que nos preocupa e incluso lo que llevaba demasiado tiempo encerrado.

Y nos pasamos horas hablando, debatiendo, escuchando, dejando ir frases profundas y explicando aventuras íntimas que acaban siendo compartidas entre risas. Mientras tanto, los temas de nuestra reunión van fluyendo como lluvia fina sobre la hierba que crece. Y no es necesario apuntar nada, porque lo importante es que cada uno incorpore sus propias reflexiones. Desde que entramos, los móviles quedaron abandonados en el salón, porque queremos estar presentes durante todo el viaje.

Y nos vamos aún más felices de cómo llegamos, más leves, más seguros, agarrando con orgullo nuestra fragilidad, hablando con suavidad para mimar un cuerpo frágil y flexible y un alma vulnerable y maravillosa.
La única diferencia entre las dos reuniones es la distancia del corazón desde la que nos expresamos...

No hay comentarios: