Hace unos años me apunté con unos amigos a
clases de teatro. Recuerdo que eran los viernes por la tarde y cuando salíamos, nos sentíamos tan contentos, tan vivos, que no podíamos más que expresarlo saltando,
gritando y riendo en medio de la calle. Todo el cansancio de la semana se había disipado
por completo y nos sentíamos capaces de todo.
Supongo que era porque esas frases
en realidad no significaban nada para mí, simplemente eran una música de fondo
para mis oídos. Mi mente sabía que solo tenía que estar preparada para grabar si las palabras que escuchaba iban a ser recordadas durante años. Porque yo iba
ser, desde mucho antes y hasta mucho tiempo después, la reina de las frases:
Las soltaba en medio de una conversación, como
conclusión de un tema, para poner ejemplos, para hacer sonreír y, en muchas ocasiones, para
recordar de dónde veníamos y porque estábamos allí. Las pronunciaba con o sin
música, probablemente a gran velocidad, tal como fluían desde el interior.
Los efectos sobre los demás eran variados: algunos me
miraban con cara extraña, y de su análisis se desprendía que quizás yo era un poco extravagante, otros simplemente dejaban de escucharme tras ellas y se despedían corteses. Algunos reflexionaban y dudaban y se volvían a casa visiblemente contrariados. Solo unos
pocos las guardaron también en su corazón, igual que hice yo al escucharlas por primera vez.
Lo más hermoso de esta historia es cuando
ellas, las frases, despertaban de su sueño en otros labios, mucho tiempo después:
Escucharlas con otra música era delicioso, pero hacerlo contemplándolas agarradas de la historia
de otros era maravilloso. Con el tiempo, habían tomado otro sabor, un color
diferente y contenían nuevos matices, eran más sabias.
Habían servido para
tomar una decisión, habían desencadenado tormentas y reconciliaciones. Habían volado entre nevadas montañas,
descubierto nuevos horizontes. Habían ayudado a rebajar una pena o a sentirse menos solo.
Esas frases, en definitiva, habían ayudado a entender un poco más este
loco mundo, tan lleno de contradicciones. Un lugar en el que a menudo no decimos lo que pensamos, en el que lo que pensamos no se comparte, en el que lo que se comparte no es auténtico del todo.
Por suerte, somos unos cuantos los que aún nos sentimos permeables a las palabras. Ellas nos permitirán encontrar aquella frase para ahuyentar a los males o para reírnos de la
indiferencia. Con ellas podremos, de repente, agarrarnos a los buenos momentos y revivirlos.
Canción Post: Flume - Bon Iver
Canción Post: Flume - Bon Iver