28 abril 2013

Una tarde sin nada

Ni frío ni calor. Se elevan las teclas de un piano que va lentamente invadiendo la sala donde el televisor es solamente un cuadrado oscuro. Luego aparece la voz de William Fitzsimmons que susurra algo que no llego a comprender. Cuando la canción está terminando, suenan a lo lejos las campanas de las siete de la tarde que nunca antes había oído aunque siempre estuvieron ahí.
Al concentrarme, minúsculos ruidos se hacen visibles. Alzo mi vista por encima de la pequeña pantalla y contemplo el cielo totalmente gris que lleva pegado a la ciudad todo el fin de semana. Creo que si esto se mantuviera muchos días, podría llegar a deprimir a cualquiera. Mirando las nubes me han venido a la cabeza las extrañas comparaciones que Haruki Murakami va incluyendo en sus textos. Es increible como las aceptamos como parte de su universo increible, siempre el mismo, en el que somos engullidos de una vez. Están ahí, tremendas o sutiles, como susurros flotando en el aire húmedo de un Abril que no termina de florecer, o sí, o quizás así es la vida, dándolo todo pero de forma caprichosa. Un paso adelante y un paso hacia atrás, como meciéndose…
Si me concentro siento incluso el balanceo de mis dedos al presionar suavemente las teclas. Lo hacen así para dejarlas que se sorprendan por las palabras que surgen sin pensar, quizás es este su baile favorito….De los dedos sigo hacia las manos, quedándome en los puños doblados de una sudadera azul marino enorme pero acogedora como la música, como la tarde. Me he quedado encantada. No tengo frío. Ni frío ni calor.

La tarde también se queda encantada por breves suspiros, tan calmada como el mar de una mañana de verano: umm, quién pudiera recibir en este instante el roce de un rayo de sol, una carícia de esa energía regeneradora. Pero toca esperar un poco más, la previsión del tiempo sigue dibujando una nube azul con dos gotitas de lluvia colgando…
El también espera, muy quieto, y también escucha, como yo, el trinar de los pájaros para los que efectivamente ya es primavera. Espera que alguna paloma se aventure a bajar hasta su césped verde a clapas por el que corretea risueño todo el día. Cuando suceda, él correrá y saltará hacia allí mientras ella alza el vuelo riéndose en su cara otra vez.
Mientras tanto, sigue sonando la lista de música, escogida para que me regale melodias acorde con el semblante gris que se le ha enganchado a la ciudad durante tod el fin de semana. El día sigue arrastrándose sigilosamente minuto a minuto, entre suspiros, melodía, silencios…
Aquí dentro, ni frío, ni calor.

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