04 abril 2013

Tras el cristal

El cristal separa una habitación de otra: una totalmente vacía, con un sofá de color negro que invita al silencio, y la otra llena de rosas, cuyos pétalos se agitan con un leve y contínuo movimento de aire.
El cristal separa dos mundos sin posibilidad de juntarse pero con la certeza que un día se dibujará allí mismo un estrecho camino y entonces deberemos cruzar a través de ese cristal hoy dolorosamente grueso.
No sé cómo despedirme, porque en realidad no quiero hacerlo, pero sé que no hay más. Contigo se separa, para no volver, lo que nos mantenía ligados a lo más profundo de nuestras raices, a lo más alejado de nuestra historia, la de dos generaciones atrás.
Con tus historias viajaba hasta la masia donde os criásteis con mi abuelo, contemplaba los campos que la rodeaban, las otras casas, hasta podía chapotear en la riera, en cuya orilla crecían altas cañas.
Desde allí abajo, el crujir de las ruedas de los carros en la tierra seca se hacían más potentes. Me adentraba en la casa de la familia, me sentaba contigo alrededor de la llar de foc con los otros niños, y nos poníamos a escuchar las conversaciones de los mayores o nos íbamos de aventura a descubrir los pasadizos secretos que los antiguos moros habían excavado en el suelo de la casa para poder escapar hacia la playa. Recorríamos también los paisajes desolados por una guerra injusta, “una guerra entre germans”, y llegábamos hasta la cárcel con el corazón en vilo para descubrir si de verdad era posible el milagro y encontrar, entre aquellos infelices, a tu amor, a mi admirado  oncle Vicenç.
Y en aquel patio atestado de gente nos lo señalaban con el dedo y lo recogíamos, y llorábamos de alegria, aunque por dentro lo mirásemos con extrañeza al ver cuánto había cambiado. Aunque tuviera, por todo el terror pasado, el pelo todo blanco, no importaba, ya vendrían tiempos mejores…
Contigo se marcha también el último enlace con mi querido abuelo. Cada vez que me hablabas, le oía también a él: tu timbre de voz era el suyo e iguales eran todas aquellas expresiones tan vuestras. Incluso la manera de coger el trozo de pan, o de trajinar por la cocina, cuando te miraba le veía a él a través de ti. Tus historias de infancia y juventud se entrelazaban con las suyas, eran una sola.
Me tengo que despedir, aunque no quiera, de una persona tan especial como tú: una persona menuda y aparentemente frágil, pero con un carácter franco y sencillo cuya terquedad debió ser tu tabla de salvación en los momentos más duros. Una persona querida por todos, sin excepción, porque tu casa siempre estaba abierta para cualquiera: cuando llegábamos nos ofrecías asiento y conversábamos mientras el reloj de la pared se quedaba parado escuchándonos, y mientras pasaba la tarde, nos ofrecías quedarnos a cenar, que tenías una vedella amb suc que habías preparado al chupchup durante unas cuantas horas. No nos dejabas ir sin antes envolvernos las pomes al forn para que nos las llevásemos, o si no, nos regalabas un grapat de las mandarinas de casa de Ester que son de las antiguas pero que están muy dulces. Si algún día nos hubiéramos quedado solos tendríamos, como aquel abuelito al que acogísteis durante años, un lugar en vuestra casa, la de l’oncle y la tuya.
Me despido con una sonrisa, porque sé que por fin ha llegado el momento de reunirte con Vicenç y volver a ser aquella entrañable pareja sencilla pero fuerte, indisoluble, y sobre todo, muy querida por todos.




Un abrazo y un beso muy fuerte, tia Paulina.

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