15 abril 2012

Dejar o no dejar atrás, esa es la cuestión

“Yo ya he dejado atrás nombres y teléfonos,
Yo ya he dejado atrás el miedo al ridículo,
Yo ya he dejado atrás los sábados insólitos,
en los que andaba haciendo el tonto…”
¿soy la única a la que este estribillo transporta al dulce desvarío de una época pasada?, ¿soy la única a la que estas frases arrastran hasta una estación donde siempre es verano, a un lugar lleno de mucha gente feliz, hacia un instante inolvidable y mágico?
Yo ya he dejado atrás nombres y teléfonos, aunque algunos teléfonos sean tan exóticos como los de las antiguas cabinas de Telefónica, como la de la Plaza del Ayuntamiento, donde en las tardes de sábado de nuestros quince años nos dedicábamos a llamar a todos los chicos de la lista. La mayoría de veces, la voz de una madre nos contestaba después de dos o tres tonos y como respuesta obtenía solo unas risas sofocadas antes de oir el sonido seco del auricular al desplomarse. Otras veces, la más atrevida de nosotras preguntaba si Óscar, David, Luís o Pere podía ponerse al teléfono… Ése era, sin duda, el momento de tensión máxima.
Pero la tensión nos envolvía también mucho más tarde, cuando al abrigo de la discreción que nos otorgó el gran invento del móvil, jugábamos a decirle al chico que nos gustaba, en un alarde de orgullo, en la puerta de la discoteca, que si lograba recordar nuestro número, obtendría una respuesta al otro lado de la linea del corazón. Solo tienes que memorizarlo: ...3210403...
Yo ya he dejado atrás el miedo al ridículo, especialmente el que me aterraba justo cuando regresabámos cargados hasta los topes hasta la montaña de prados verdes, y volvía a ser el primer día del verano: ¿los que habían sido mis amigos el año pasado se acordarían de mi y volverían a aceptarme en su grupo?.
Durante mucho tiempo, la necesidad de pertenencia me hizo ser ridícula: llegué a adoptar las palabras del grupo en lugar de inventarme las propias, incluso imité sus andares, aunque me costara, ya que sentía escalofríos al pensar que alguien podía estar observándome. 
Por eso vestí su marca de pantalones, adoré a sus idolos musicales y sus actores favoritos fueron también los míos…hasta que un día, el ridículo me dejó libre y pude empezar a opinar por mi misma. Aunque al hacerlo, ya mucho más tarde, creara algunas situaciones ridículas, y es que hablar de griegos y romanos, del mensaje de las películas, de sucesos novelescos y de cien mil sueños, bajo un lenguaje muy particular, no fue la mejor estrategia para mi integración profesional.
Yo ya he dejado atrás los sábados insólitos, en los que andaba haciendo el tonto, en los que me atrevía a casi todo después de decir las palabras mágicas: 1,2,3. Hacer el tonto siempre ha sido uno de mis planes favoritos, por eso nunca los limité a los sábados ni a entornos festivos.
Tarareo canciones inventadas al subir las escaleras de casa desde tiempo inmemorial y bailar agarrados por la calle es y será mi ideal romántico forever. Con el tiempo, un sinfín de arrugas demuestran que soy transparente a las emociones e incluso algunas cajeras de supermercado, guardias de seguridad, cobradores de parking, taxistas, conductores de autobús, maîtres de restaurantes, osteópatas y otros más, pueden dar testimonio de que una chica un poco especial un día les hizo preguntas un poco extrañas mientras sonreía con desparpajo.
Hace poco pensé que realmente con lo que nos quedaríamos es aquello que una vez nos atrevimos o quizás no debímos, pues lo pasamos en grande sin pensar en mañana. En el clan de los racionales en el que estoy adscrita, quizás esto tenga mucho sentido. Si eso es cierto, espero no dejar atrás ninguno de los hermosos momentos que me faltan por vivir. Así que estaré muy atenta al momento para hacer el tonto.

Inspirado en la canción Nombres y Teléfonos, de Francisco Nixon.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo que te pasa con esa canción es lo que me pasa con "20 de Abril" de "Celtas Cortos"...

Y para muestra... un botón...

http://www.youtube.com/watch?v=NB9akh6hmHQ

http://grooveshark.com/#!/search?q=20+de+abril

JAUME

Anónimo dijo...

Yo he aprendido eso de mejor pedir perdón que pedir permiso....

Cris dijo...

Totalmente de acuerdo, si pides permiso no solamente puede que no te lo den si no que te entra la duda y ya no te atreves!