Aunque mi cabeza estaba llena a rebosar de indicadores macroeconómicos y de políticas sociales, mi mente seguía resistiéndose. Aún hoy me pregunto si el lugar donde me refugiaba era el cielo o sencillamente me perdía entre los olores de la primavera que se filtraban entre los árboles del parque. Mi rutina era invariable a aquellas horas: seguir andando hasta llegar al paso de peatones y luego bajar por las escaleras de la estación de metro igual que decenas de estudiantes.
Sin embargo, a los cinco minutos, mi mente resentida se ponía a observar los zapatos que me contaban historias anónimas. O si no, fijaba la vista en las manos relajadas sobre regazos que se tambaleaban hacia los lados durante las curvas como si tararearan una vieja canción.
Mi barriga seguía gimoteando de hambre cuando de repente se sentó a mi lado una mujer excesivamente alta, a la que le acompañaba un señor que podría tener todos los años del mundo, que se quedó de pie como su fuera su guardaespaldas. En seguida supe que se había girado hacia mí y que no quitaba ojo de mi libro naranja, así que disimulé tratando de concentrarme en aquellas páginas sin alma.
Al cabo de unos minutos, su voz ronca interrumpió mis cábalas sobre qué estaría mirando. Me preguntó qué estaba estudiando, se interesó por mis avances, pero rápidamente su mente indómita me reveló lo que necesitaba explicar desde hacía mucho tiempo. Mientras me contaba su historia, no la miré ni una vez a los ojos, porque su cara grande y sus ojos hundidos me daban un poco de miedo, pero sobre todo, porque lo que decía tenía una profundidad que conmovía. Tenía las manos llenas de anillos, y al moverlas, las pulseras de bisutería barata se estremecían. Me habló sin detenerse de una juventud llena de sueños truncados por la cruda realidad. Me habló de lugares sórdidos en los que de vez en cuando fulguraban pequeñas estrellas. También ella una vez pensó en estudiar como yo pero no pudo ser...

Aún hoy recuerdo aquella despedida y sus palabras retornan de vez en cuando hasta mi mente orgullosa, sobre todo cuando las primeras líneas de una página en blanco me hacen bajar de las escaleras hacia un nuevo viaje…
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