24 septiembre 2011

Huecos por rellenar

La emoción, la ilusión, el valor a los momentos, todos son ejes de la misma patraña, al menos hoy lo veo así, cuando después de decidir olvidarme un poquito de mi bienestar y dedicarles el sábado a mi familia, la sensación del después es de tristeza y vacío.
Debería haberme acostumbrado. No es la primera vez que ocurre. Quizás por eso vuelvo con frecuencia a la magia que rellena los huecos de los sinsabores, por eso necesito inventarme las piezas que faltan para terminar el puzzle. Quizás por eso comencé hace tantos años a escoger las palabras para pintar hojas blancas de una libreta.

Yo que nací para regalar, para remover mínimamente las almas para que aprendiesen a ver el sol cada mañana, me pellizco hoy escondiendo las manos debajo de la mesa para que con ese dolor se contrarreste el otro que siento cuando oigo conversaciones egocéntricas y de mal agüero. ¿Cómo puede ser que yo sea incapaz de remover ni un milímetro de su postura implacable y soberbia? ¿Cómo puede ser que yo no sepa la manera de convencerle que el mundo no va en su contra? ¿Cómo hacerle ver que si sonríe, los demás sonreirán, que si les habla sin gritar, los demás se relajarán, que si se hace entender desde la humildad, los demás le escucharán…?
Yo que solo pienso en hacer felices a los demás para que su dicha me vuelva en boomerang, hoy me sigo pellizcando con la mano izquierda en la barbilla mientras tengo los brazos cruzados y las piernas cruzadas y la mirada clavada en la pared. No hay felicidad posible en este momento familiar, la emoción por crear un instante para el recuerdo se ha desvanecido, ni siquiera ha podido nacer, y el valor del momento no existe. Ni aunque se intente arreglar con un murmullo, una risa o un chiste, definitivamente no lo añadiré a mis escritos, porque no hay tanta magia que rellene los huecos que me faltan.

Solo habrá servido de algo si la conciencia se le detiene un minuto para pensar cómo puede evitar que suceda esto la próxima vez en lugar de echarle las culpas al que tiene delante, que es su padre, al camarero que no llega, al día lluvioso que le oprime, al taxista que se le cruzó por delante, a la vida que no es ni será justa, a los otros que no le comprenden…
Es mucho mejor, sin duda, y no tan difícil, formar parte de un cuento, ¿no?

16 septiembre 2011

La ciudad de los prodigios

Mi jefe siempre nos repite la misma frase:“Use the difficulty”. La tiene tan integrada en su esencia, que incluso nos regaló a todos por navidad el libro de Tom Sawyer señalando el capítulo que debíamos leer para entenderlo. Pienso que quizás esa contradicción que para él dirige su vida es como la mía de adorar en el fondo los detalles más diminutos, las vivencias cotidianas, lo más sencillo, por supuesto, como la verdadera sal de la vida.
La primera vez que vine a NY por trabajo fue acompañada, aún con el viejo chip del turista, con la necesidad de hacer fotos de los edificios y todo eso. En ese momento, la ciudad me pareció una tomadura de pelo, una exageración ciertamente, toda ella construida con cartón piedra y llena de remiendos, con andamios molestando el paso bajo gigantescos bloques de oficinas…Sin embargo hoy, que he vuelto sin ninguna expectativa, con la simple compañía de una maleta roja, se me ha mostrado de una forma diferente e irremediablemente, me he enamorado de ella.
Igual que a todas las chicas, reconozco que me he dejado seducir por un espejismo de una realidad inexistente, quizás de un deseo, de un instante tomado al azar, o quizás ha sido su extravagante manera de ser la que me ha arrastrado irremediablemente a sus brazos…
He descubierto sin pretenderlo porqué esta ciudad engancha a tantos a pesar de todas sus contradicciones tan evidentes: desde su basura vestida en grandes bolsas negras ante escaparates que son lo último en creatividad, hasta sus amplísimas avenidas ordenadas  en las que saltan atrotinados taxis amarillos y camiones de gran tonelaje, pasando por sus hoteles de medio pelo con precios abusivos… Y es que a  pesar de su soberbia y de su falsedad, esta es una ciudad de los prodigios, un lugar en donde la magia de un instante te envuelve cada día.
Para ser el protagonista de este cuento, solo tienes que hacer una cosa, just give them a second and smile…
Si sonríes, puedes cruzarte por la calle con un desconocido y que te diga good morning con sinceridad, y si sigues sonriendo un taxista egipcio te preguntará si las españolas son tan guapas como tú y el siguiente, que es nepalí, se reirá contigo cuando le propongas viajar en una máquina del tiempo para visitar inmediatamente su ciudad y la tuya.
Si sonríes y hablas abiertamente, un camarero colombiano que tiene buen ojo te contará en español que después de 3 años, él también sigue sin entender porqué la propina es obligatoria, y si sigues hablando con transparencia, en una encantadora pastelería te perdonarán con un gesto benevolente que les pagues la suya…
Si sonríes y te relajas, verás como en un restaurante de moda, un señor rico y achispado baila un agarrao con su novia entre las mesas, mientras su amigo le roba sin clemencia la comida del plato, ya que quién se fue a Sevilla perdió su silla…o su comida (y más si en el viaje va acompañado), y cuando vuelvas del baño, ese mismo señor gordo de tanto comer te reconocerá y te dirá con palabras ininteligibles, que su amigo está loquito de atar…
Si sonríes y hablas de más, probablemente estés a punto de perder tu asiento en la fila de emergencia, pero al momento, la misma azafata negra y oronda te dirá I love Barcelona y tengo previsto el viaje de mi vida el próximo octubre…¿tu sabes algún hotelín para pasar la noche en Barcelona?. Te olvidarás de ella al momento, te irás al baño a cambiarte el traje por algo cómodo para el viaje de vuelta y después de una hora, te cruzarás con una azafata negra y oronda que te reconocerá y te dedicará un guiño…Wow!
Si sonríes y les miras con bondad, así sin más, directamente a los ojos, verás que alguno te devuelve la mirada, porque también está solo en este viaje y sabe reconocerte, y porque en realidad hay pocos neoyorquinos de verdad. Esto es un gran melting pot de razas, costumbres y actitudes, un hervidero de prodigios esperando el momento oportuno para sorprenderte y hacerte cambiar de opinión sobre la city.
Ciertamente, NY me ha tendido una sutil trampa y me he quedado enganchada. Fully in love. Me estoy yendo y ya solo pienso en cuando volver…


PS. Aquí te pueden pasar muchas cosas, y no necesariamente malas :-)

08 septiembre 2011

Luces Plateadas

La primera vez que fuí a una boda tenía 11 años. En aquel evento, me rodeaba un montón de gente desconocida que hablaba abiertamente de temas que aún no me habían enseñado en el colegio. Yo que era muy curiosa y tenía un gran afán por aprender, trataba de poner muchísima atención a las conversaciones para no perderme nada. Como mínimo, lo intentaba. Allí ví con mis propios ojos a mis padres divertirse a lo grande, más allá de las instantáneas que había en la caja de cartón que mirábamos con mi hermano los domingos por la mañana en su cuarto.Mi padre no paraba de reirse con sus amigos a carcajadas, poniéndose servilletas en la cabeza y pedía a gritos un brindís por los novios y otro más, mientras todas las señoras y también mi madre fumaban torpemente apoyando el codo sobre la mesa…¡no podía más que estar encantada observando aquel nuevo mundo!.
Como en aquella fiesta no había obligaciones ni horarios, fueron pasando las horas y el cielo se llenó de luces en forma de estrella...hasta que de repente alguien habló de que pronto habría que ir bajando a la discoteca.
-Papa, yo quiero ir.
A la sala de baile se accedía a través de unas escaleras en el mismo hotel, bajo un neón azul en el que se leía un nombre extrañísimo: “Boîte”. ¿Os imagináis a una niña espiando tras una puerta, oyendo como comenzaba a sonar una música en pruebas? Era una tentación demasiado difícil para pasarla por alto.
-¡Papa, yo quiero ir!.

Ahora no sé si las niñas hacen pucheros para convencer a los padres, pero en aquel momento, yo utilicé todos mis trucos para conseguir bajar los peldaños y abrir la enorme puerta de doble hoja que se cerraba tras de sí dejando atrás el silencio y la luz para dar paso a un lugar mágico, un sitio oscuro y brillante a la vez, donde la música nacía de las grietas de paredes y se pegaba al suelo, justo debajo de mis zapatos. Una enorme bola plateada giraba lentamente allá arriba justo en medio de la pista de baile, salpicando las paredes con un brillo metálico.
Sin pensarlo mucho, me solté de mi padre y me situé justo bajo aquel sol giratorio, en el centro de la pista aún vacía, y por primera vez me dejé llevar por la música que traspasaba con su volumen mis oídos y que por ingravidez se colaba en mi interior con una fuerza inusitada y me hacía mover sincopadamente todas mis extremidades. Al abrir de vez en cuando los ojos me aturdían unas luces azules, rojas, verdes y blancas, que también seguían el ritmo que se había adueñado de mi.
Fue un momento único, y que se borró en las entrañas del tiempo. Sin embargo, me he vuelto a acordar de él ahora, justo después de la última boda de uno de mis buenos y leales amigos. Repasando sus buenos momentos he ido retrocedido hacia atrás y he llegado sin querer hasta aquel hotel en Santa Susana donde descubrí un nuevo mundo no infantil.
Pocas veces me he dejado llevar de esa manera sin más, sin ayuda de gintònics o mojitos que me ayudaran a desabrochar  la racionalidad que me aprieta el alma…pero cuando sucede, me doy cuenta porque al abrir los ojos en medio de la pista, vuelvo a contemplar allá en lo alto una gran bola plateada que da vueltas, y vueltas, y vueltas...


Ps: Dedicat al Guiiiiillem, desitjant-li que sigui molt feliç.