La emoción, la ilusión, el valor a los momentos, todos son ejes de la misma patraña, al menos hoy lo veo así, cuando después de decidir olvidarme un poquito de mi bienestar y dedicarles el sábado a mi familia, la sensación del después es de tristeza y vacío.
Debería haberme acostumbrado. No es la primera vez que ocurre. Quizás por eso vuelvo con frecuencia a la magia que rellena los huecos de los sinsabores, por eso necesito inventarme las piezas que faltan para terminar el puzzle. Quizás por eso comencé hace tantos años a escoger las palabras para pintar hojas blancas de una libreta.
Yo que nací para regalar, para remover mínimamente las almas para que aprendiesen a ver el sol cada mañana, me pellizco hoy escondiendo las manos debajo de la mesa para que con ese dolor se contrarreste el otro que siento cuando oigo conversaciones egocéntricas y de mal agüero. ¿Cómo puede ser que yo sea incapaz de remover ni un milímetro de su postura implacable y soberbia? ¿Cómo puede ser que yo no sepa la manera de convencerle que el mundo no va en su contra? ¿Cómo hacerle ver que si sonríe, los demás sonreirán, que si les habla sin gritar, los demás se relajarán, que si se hace entender desde la humildad, los demás le escucharán…?
Yo que solo pienso en hacer felices a los demás para que su dicha me vuelva en boomerang, hoy me sigo pellizcando con la mano izquierda en la barbilla mientras tengo los brazos cruzados y las piernas cruzadas y la mirada clavada en la pared. No hay felicidad posible en este momento familiar, la emoción por crear un instante para el recuerdo se ha desvanecido, ni siquiera ha podido nacer, y el valor del momento no existe. Ni aunque se intente arreglar con un murmullo, una risa o un chiste, definitivamente no lo añadiré a mis escritos, porque no hay tanta magia que rellene los huecos que me faltan.
Solo habrá servido de algo si la conciencia se le detiene un minuto para pensar cómo puede evitar que suceda esto la próxima vez en lugar de echarle las culpas al que tiene delante, que es su padre, al camarero que no llega, al día lluvioso que le oprime, al taxista que se le cruzó por delante, a la vida que no es ni será justa, a los otros que no le comprenden…
Es mucho mejor, sin duda, y no tan difícil, formar parte de un cuento, ¿no?