12 junio 2011

Saltando desde el árbol de la montaña

Hay historias que empiezan en la mente y que van saltando de una a otra. Se construyen  como aquel cuento o canción de un árbol que tiene un tronco, del que nacen unas ramas, de las cuales crecen las hojas verdes, y del que cuelgan unas deliciosas manzanas, dentro de una de las cuales hay un gusanito que sale a tomar el sol. Las historias surgen así, de casualidad, y caben unas dentro de otras, como las muñecas rusas, y son tan finas como las distintas capas de una cebolla….
La canción o el cuento podría empezar por casualidad, tontamente, con un coche al que adelanto, con un chica joven de larga melena al volante, que lleva de copiloto una jaula con un jilguero, medio envuelto en una manta amarilla, con un lado destapado para que cante mirando hacia la autopista y para que yo pueda verle fugazmente… ¿hacia dónde se dirigirá tal pareja? De esa historia surgen dos relatos inconexos, uno de día y otro de noche, el oscuro aparece de repente, en una curva, donde unos adolescentes han hecho una parada para liarse un porro bajo las estrellas y beber un poco de áspero whisky de petaca, antes de llegar al pueblo donde se celebra una verbena de verano. Un coche rojo se para a su lado, del que tras la ventanilla bajada, se asoma una mujer de larga melena vestida totalmente de negro con un cigarro en la boca:“¿Sabéis dónde puedo comprar tabaco? Voy hacia Madrid y tengo miedo que se me acabe”. Les señala el asiento de al lado, donde se amontonan innumerables cartones de tabaco…Los chicos dan un respingo de miedo y se quedan con el dedo paralizado hacia la dirección donde se vislumbran unas luces, mientras que la mujer se aleja por la solitaria carretera.
A ese municipio han llegado esta mañana una familia cargada hasta los topes: van a pasar las vacaciones al camping, y el pequeño coche renquea debido a las subidas de la carretera serpenteante. En el techo, una baca con las maletas, y en el maletero, la tienda familiar con sus palos y sus vientos, la neverita pequeña, las sillas y la mesa plegables, los juguetes de los niños, los platos de plástico, las ollas, los manteles, los cubiertos, los cuatro sacos, hasta la escoba y el recogedor, y el juego de cartas y el ajedrez. Los niños en el asiento de atrás no tienen lugar donde poner los pies, porque debajo de los asientos están los cubos de plástico y las almohadas…pero ellos siguen cantando y dando guerra. Dos jaulas, con el jilguero y el canario, cierran la estampa de la familia feliz. Quizás se pasen por la verbena, donde la música de toda la vida no para de sonar, como aquel disco antiguo en aquella casa tan grande en la que me invitabas a pasar las tardes de aquel verano.
Recuerdo el sonido de las agujas jugueteando con alguna canción, aquella atmósfera oscura y cálida, el olor de la inmensidad de libros de la  biblioteca y sobre todo, la pequeña escalera de caracol que llevaba  hasta un sitio secreto que no me atreví a  acceder. Recuerdo también las conversaciones a media voz, el tiempo que se deshacía en la tarde a merced del sol que caía lentamente. Me hablabas de todo aquello que te preocupaba, y yo te escuchaba medio hipnotizada por aquel sitio tan estravagante sin ponerle demasiada atención. Hasta que me explicaste la historia del busto de arcilla del salón. Una obra hecha por una mujer maravillosa, que murió demasiado joven, cuya existencia corrió paralela a la del niño rubio que corría por tu casa al que no querías, porque era el hijo de tu padre y de una maldita mujer que se instaló en casa cuando aún el halo de tu madre recorría el ambiente de aquella casa grande y efímera para mí.
Cuántos cientos de casas con leyendas en su interior descansan ajenas a todo con sus ventanas tapiadas a la curiosidad y a la envidia. Excepto para aquella extraña pareja, que durante el fin de semana, examinaban con ahínco su exterior en busca de cualquier abertura, de un mínimo resquicio para colarse en el silencio del abandono. Una vez dentro, recorrían el pasado de cada habitación, mediante potentes linternas, fotografiando sus fantasmas, desenmascarando el polvo y las ruinas, y cualquier objeto extraño lo consideraban un tesoro. En su diario de búsqueda anotaban meticulosamente cada detalle. ¿Cuál podría ser la dedicación de estos personajes en realidad?...
Yo tambíen busco tesoros en las vidas de otros, en imágenes fugaces, en mis propies recuerdos bañados de una sutil cortina de imaginación…y así empiezo una historia que contiene a otra, y voy saltando de una a otra, probando caminos y abandonándolos, paseando por un cuento hasta hacer que el gusanito de la manzana salga a tomar el sol, justo en medio de la manzana madura, al final de las hojas verdes, en una de las  ramas del tronco del árbol de la montaña.
En definitiva, un cuento o una canción.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

quina ratllada no? I didn't like it. I'm sorry. Me quedo nomes amb el cotxe carregat cap al 'camping'?

James

Cris dijo...

M'encanta la teva sinceritat...i ja van dos. Es tractava d'això de cóm és possible saltar d'una ratllada a una altra....
Enfin,tal qual!