05 junio 2011

Fiestas de verano

Ayer por la tarde cuando llegué a casa escuché una fuerte música. Cerré el contacto, bajé del coche, abrí la puerta de casa y me dirigí hacia la cocina. Desde ese punto, la música sonaba aún a mayor volumen. Desde la ventana abierta de una de las habitaciones, asomé con curiosidad la cabeza e inmediatamente la volví a esconder: a unos metros, en aquella gran casa donde nunca había nadie, en el jardín se celebraba una fiesta. Más de una treintena de jóvenes andaban de aquí para allá hablando animadamente o siguiendo el ritmo de la música con la cabeza, el pie o las caderas.
Desde mi escondite, observé a los distintos grupos: los que a esas horas ya estaban borrachos, vociferaban y competían con acallar al cantante del grupo musical.Otros más tranquilos, se sentaban por estricto orden de llegada, en las cuatro hamacas negras que rodeaban la piscina o sino en el césped. Otro corro jugaba con el Iphone correspondiente: twitteando el evento para los que no habían podido asistir y enviando las fotos de la envidia. Un par de chicas se dejaban caer en la zona de la banda del chico con las solapas del cuello levantadas y el flequillo oscilante y otro par lo admiraban desde la distancia. Una solitaria mesa en medio del escenario clamaba al cielo poder sostener alguna de las múltiples latas rojas que se esparcían por el jardín a modo de setas rojas en un mullido sotobosque. Sin embargo, nadie percibía su presencia, ni siquiera el conjunto de los apalancados, que lo conformaban las parejas oficiales que ya lo eran antes del cumpleaños del anfitrión, los cuales  se regalaban carantoñas cada quince minutos, aunque de vez en cuando, a todos se les escapaba la mirada hacia los locos cantores.

¿Quién no fue nunca invitado a una fiesta de un amigo de un amigo cuyo amigo vivía en una casa fantástica en las afueras de la ciudad?
¿Quién no llamó a una amiga para que la acompañara a una exclusiva fiesta porque no conocía a nadie, pero en la que estaría aquel chico que siempre le había gustado?
¿Quién no traspasó el umbral de la entrada con una sonrisa apasionada cuando él la vino a recibir a pesar que simplemente le dijera un par de palabras?
“No sabía que tu venías…me pareció verte desde lejos y por eso me acerqué … Bueno, pues, ¡bienvenidas! pero os tengo que dejar, que soy el encargado de la música…"
¿Quién no recorrió una bella casa desconocida repleta de gente en cada rincón en busca de un polo de color azul turquesa a juego con unos ojos del mismo color?
¿Quién no se encontró con la dificultad añadida de tener la mente nublada por el exceso de alcohol en aquel entorno tan lleno de humo?
¿Quién no se rió sin control mirando hacia el cielo negro de oscuridad, aspirando el olor de la libertad en la brisa de verano, bajando y subiendo la cabeza al son de una música que recordaría siempre?
¿Quién no se asomó al balcón para mirar cómo volaban los vasos de plástico o se lanzó en tropel a la piscina con ropa?
¿Quién no disfrutó del momento culminante en el que el teléfono rugía o el timbre de la puerta aullaba para silenciar de golpe las risas adolescentes?
Bajé las persianas de la habitación para amortiguar el ruido con un suspiro de tenue envidia. Más que las fiestas, lo que si que echaba de menos, porque es lo que nunca más se recupera, era la  inocencia de entonces, esa despreocupación, esa forma de vivir el momento sin más, sin consecuencias ni condiciones, sin el día del mañana, sólo hoy y ahora.

Ayer, justo a las doce, dejó de sonar la música y un montón de jóvenes, entre risas y atropellos, abandonaron la casa fantástica de un anfitrión desconocido para algunos de ellos. A pesar de la retransmisión en directo y del revuelo de la fiesta, no será hasta dentro de unos años cuando se den cuenta que aquel fue uno de los días más divertidos que vivieron, porque entonces, en esa fiesta de verano, el hoy y el ahora eran el principal motivo de sus vidas.

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