Vértigo, eso es exactamente lo que se siente cuando dejas de controlar los pilares en los que se asienta tu vida. Sin embargo, es tan solo una apariencia, ya que en realidad la causa de este mareo es que se va aflojando el hilo que te agarra a la estabilidad que crees haber construido: las obligaciones, un
destino, tu trabajo, aquel objetivo…
La primera imagen que nos viene a la mente al pensar en vértigo es la que regresa unida al grito que lanzábamos de niños en el
parque de atracciones a punto de descender en la montaña rusa, en lo alto de la noria o al caer por la cascada del “túnel fantasma”. Ese momento representaba miedo y emoción a partes iguales, aunque en verdad el vértigo había empezado a gestarse antes, justo después de soltar
la mano de nuestros padres para subir a la vagoneta nosotros solos.
Abandonamos el vértigo más adelante y nos creímos que aquello había sido cuestión de la edad y que con el aprendizaje se había olvidado.Pero era solamente una creencia: al introducirnos en la comunidad de las reglas y los horarios, con trabajos pautados y despertadores insensibles, abandonamos sutilmente la mayoría de los riesgos diurnos. Solamente los más insensatos seguían tentados a dejarse arrastrar por aquellas noches de incendio...Sin embargo, al hacerlo tampoco sentían vértigo, ya que la nebulosa de la noche y sus estrellas les ocultaban la verdad.
Ahora que hemos conseguido dejar mucho de aquello atrás, emerge de nuevo la capacidad para preguntarnos, como al principio, por qué esto, por qué así, para qué. Y con esa caja finalmente abierta, surge la duda de por qué razón hemos vivido de una manera tan similar a otros siendo nosotros tan únicos. Esta reflexión es el inicio de otras muchas que nos llevarán a aflojar los hilos de nuestra enmarañada estabilidad... De repente reviviremos la punzada de una sensación casi olvidada...
Sentimos vértigo por atrevernos a conducir lejos de la autopista de nuestra realidad, vértigo por decidir tomar una salida que señala un
destino que aún no conocemos, vértigo por abandonar gran parte de lo conocido y hastiado
pero nuestro, al fin y al cabo. Esto es mucho más que un mareo, es una fuerza que nos impide avanzar,
una tormenta de verano que nos obliga a parar, a guarecernos y
reflexionar.
Para algunos, este será el final de la
aventura y con suerte, más allá verán la señal para volver a la autopista, podrán retomarán el camino a casa donde, ya apaciguados, aprenderán a mover suavemente la cabeza y respirar profundamente para dejar pasar lo que no les guste. Se centrarán por fin en
lo realmente importante: los pequeños detalles de los que está trufada la vida.
Para otros, esta tormenta será la señal inequívoca de que lo que están a punto de dejar es importante, pero que quizás lo que hay más allá vale realmente la pena. La mezcla de miedo y emoción que aún retienen de otro tiempo les servirá de catalizador para atreverse, como cuando eran niños, a emprender una dura prueba, dejar la mano de sus padres, subir a la vagoneta del "tren fantasma" y adentrarse en lo desconocido que les regala la vida.
Para otros, esta tormenta será la señal inequívoca de que lo que están a punto de dejar es importante, pero que quizás lo que hay más allá vale realmente la pena. La mezcla de miedo y emoción que aún retienen de otro tiempo les servirá de catalizador para atreverse, como cuando eran niños, a emprender una dura prueba, dejar la mano de sus padres, subir a la vagoneta del "tren fantasma" y adentrarse en lo desconocido que les regala la vida.
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