¿Y si fuera posible tomar una pastilla de
menta, como aquella que tomaban los niños para aprender idiomas, geografía,
matemáticas en Cuentos por teléfono
de Gianni Rodari y, durante unas horas, nos borrara de la mente los prejuicios
hacia los demás?
Durante ese tiempo, seríamos impermeables a
aquellos ojos que siempre ven más allá de lo que se percibe, que perciben más
allá de la verdad y seríamos parecidos los unos y los otros. De esa igualdad
se desenrollaría una cuerda invisible que nos uniría a todos con anécdotas cercanas, por deseos aún no cumplidos, por guiños y miradas cómplices. Y de
esa unión que nace de lo más profundo, de la emoción y el
sentimiento, se dibujaría una larga escalera que comenzaríamos a subir juntos,
sumando fuerzas, dejando escapar lastres inútiles que manteníamos casi por
orgullo.
Durante el trayecto nos iríamos animando y riendo incluso
de nosotros mismos e iríamos convenciéndonos de que lo importante no es hacía dónde,
sino cuán de agradable es el camino. Y al final de la escalera, ¡qué más da el
final!, cada uno sería más grande y auténtico, más ligero y más feliz, a pesar
del esfuerzo, porque sin él, no le otorgaríamos ningún valor.

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