La luz empieza a colarse, tímida pero firme, en la habitación y entonces empiezo a notar que me estoy despertando. Y no quiero, al menos no antes que suene el despertador. Me concentro en volver a dormirme
y aprovechar los últimos minutos de vacío mental pero ya no puede ser así que con esos
movimientos tan conocidos, simples y rápidos decido saltar de la cama y apagar la alarma inútil.
Cada uno es como es y a estas alturas
difícilmente voy a empezar una batalla contra mí misma, pero es
que voy de más a menos durante el día, y siento que quizás ahora debería ahorrar un poco más. Recargada la energía cada mañana, me
dedico a ir soltando esa preciada gasolina durante horas hasta acabar
agotada cuando cae la noche. Y hasta ahora no he podido controlarlo. No me doy
cuenta de cuándo empieza a suceder, solo soy consciente de ello cuando me oigo hablando
a gran velocidad, cuando empiezo a perder palabras entre las frases, cuando me escucho en un tono
de voz apasionado, entregada a relacionar esto con aquello y aún más allá, sorbiendo, respirando todo el aire a mi alrededor.
A menudo forma parte de un viaje, que sé dónde empieza pero no dónde acaba,
surtido de ejemplos que surgen alborotados y sonrientes al sentirse llamados por una selectiva memoria.
Y si a los que me escuchan les gusta perderse,
les miraré un momento y me dejaré balancear de esto hacia aquello hasta acabar en
algo sugerente, fantástico, adorado, pequeño y querido…Justo entonces, un sutil pestañeo me empujará a rebobinar hacia atrás a gran velocidad, intentando
que no se note demasiado, hasta aquel punto en el que empecé a perderme en
mi madeja de encajes, en mi torrente de historietas...
Un amigo mío se sorprendía de cómo
podían llegar a suceder todas aquellas historietas cotidianas que yo le contaba, aquellas
donde los desconocidos me decían 'mañana
lo dejo', o 'cuidado que llegan los extraterrestres!' o 'te importaría revisarme el inicio
de mi novela?' o 'a mí también me gusta el desierto, porque te deja como
detenido, sabes?'...Las historietas me paraban durante unos minutos y luego se iban desvaneciendo entre las calles de la poderosa ciudad, que sabe engullir sin descanso tantas vidas y hacerlas invisibles…
Por eso, cuando me oigo hablar a gran
velocidad, cuando comienzo a perder las palabras entre las frases, sé que el cable está conectado e iré vaciando el torrente de energía para regalarlo condensado entre
risas y palabras. Y si a los que me escuchan les gusta jugar, tomarán mi historia para hacerla suya, y solo entonces, se producirá un efecto mágico, imprevisible: las
experiencias se mezclan, se entrecruzan, se hacen grandes y nos sobrevuelan. Ya no hará falta rebobinar atrás, qué importa dónde empezamos, porque donde nos hemos trasladado es un espacio más puro, compuesto de notas
chispeantes, rescatadas de la memoria, un torrente donde siempre fluye el agua fresca.
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