22 julio 2014

En suspensión...

No sé cuál es la razón en realidad.
Quizás sea porque acabamos eligiendo lugares en los que parece que nunca va a suceder nada, extremo Norte o puro Sur de cualquier lugar desde el que uno quiera izar su bandera. Puede que sin buscarlo, encontremos en la nada un refugio que nos permita huir de los millares, millones de impertinentes estímulos que se nos atragantan diariamente.
Quizás sea porque terminamos vagabundeando a pesar del sinfín de mapas que se amontonan a nuestros pies y, o bien convertimos un breve paseo en una excursión en la que el reto es regresar por un camino distinto, o bien nos detenemos aquí y ahora y nos dejamos adormecer por las horas. Puede que sin buscarlo, encontremos en este deambular una forma de rebelarnos contra los horarios y las obligaciones que nos desbordan el alma.
Aunque no sepa la razón, lo cierto es que en estas circunstancias, roto, de una vez por todas, el vínculo que me une a mi forma de ver, sentir y entender la vida allí en casa, con los míos y mis cosas, se produce en mí un extraño efecto que, por largamente conocido, ha dejado de incomodarme:
Lejos, en la nada, en ningún sitio, los pensamientos de lo que más me preocupa pierden peso y vuelven a hincharse al compás de los vientos del Este que nos sobrevuelan. Aquello que había olvidado regresa como en sueños, aunque no esté dormida, y de repente, una a una las circunstancias que rodean mi particular historia, empiezan a emerger como náufragos que retornan: algunas se arrastran, amortiguadas por el paso del tiempo, otras corretean, como recién nacidas de la memoria. Y mientras paseo, mientras pienso, mientras me aburro, mientras callo y dejo que mi vista se pierda en algo que no es más que otro, un lejano y distinto mundo, lentamente se van tejiendo y destejiendo hileras de historias pasadas, con lo bueno y lo malo, lo olvidado y lo anhelado, para componer un traje esencial que prescinde de lo superficial y prestado.
Lejos, todo lo que abarrotaba mi vida tiene una distinta y distante visión, que no tiene más remedio que desvanecerse al compás de los vientos del Este que nos acompañan. Es a través de los huecos que ahora quedan libres de se cuelan y reaparecen títulos de canciones que no recordaba, conocimientos relegados que aprendí y recuerdos de personas y sentimientos que una vez fueron importantes pero que se encontraban dormidos, apresados por millares o millones de obligaciones pendientes, objetivos que llevar a cabo, mensajes a los que responder, pequeñeces, ahora, a las que atender.

No sé cuál es la razón, en realidad, de esta sensación de encontrarme  detenida, suspendida entre el viento y el mar, aquí en la lejanía, en este horizonte de mar donde parece que nunca vaya a suceder nada, pero su extraño efecto me reencuentra con mi auténtica yo.


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