Quizás sea porque acabamos eligiendo lugares
en los que parece que nunca va a suceder nada, extremo Norte o puro Sur de
cualquier lugar desde el que uno quiera izar su bandera. Puede que sin
buscarlo, encontremos en la nada un refugio que nos permita huir de los
millares, millones de impertinentes estímulos que se nos atragantan
diariamente.
Quizás sea porque terminamos vagabundeando a
pesar del sinfín de mapas que se amontonan a nuestros pies y, o bien convertimos un breve paseo
en una excursión en la que el reto es regresar por un camino distinto, o bien
nos detenemos aquí y ahora y nos dejamos adormecer por las horas. Puede que sin
buscarlo, encontremos en este deambular una forma de rebelarnos contra los
horarios y las obligaciones que nos desbordan el alma.
Aunque no sepa la razón, lo cierto es que en estas
circunstancias, roto, de una vez por todas, el vínculo que me une a mi forma de
ver, sentir y entender la vida allí en casa, con los míos y mis cosas, se
produce en mí un extraño efecto que, por largamente conocido, ha dejado de
incomodarme:
Lejos, en la nada, en ningún sitio, los
pensamientos de lo que más me preocupa pierden peso y vuelven a hincharse al
compás de los vientos del Este que nos sobrevuelan. Aquello que había olvidado
regresa como en sueños, aunque no esté dormida, y de repente, una a una las circunstancias
que rodean mi particular historia, empiezan a emerger como náufragos que
retornan: algunas se arrastran, amortiguadas por el paso del tiempo, otras
corretean, como recién nacidas de la memoria. Y mientras paseo, mientras
pienso, mientras me aburro, mientras callo y dejo que mi vista se pierda en
algo que no es más que otro, un lejano y distinto mundo, lentamente se van
tejiendo y destejiendo hileras de historias pasadas, con lo bueno y lo malo, lo
olvidado y lo anhelado, para componer un traje esencial que prescinde de lo superficial y prestado.
Lejos, todo lo que abarrotaba mi vida tiene
una distinta y distante visión, que no tiene más remedio que desvanecerse al compás de los
vientos del Este que nos acompañan. Es a través de los huecos que ahora quedan
libres de se cuelan y reaparecen títulos de canciones que no recordaba,
conocimientos relegados que aprendí y recuerdos de personas y sentimientos que una vez fueron importantes pero que se encontraban dormidos, apresados por millares o millones de
obligaciones pendientes, objetivos que llevar a cabo, mensajes a los que
responder, pequeñeces, ahora, a las que atender.
No sé cuál es la razón, en realidad, de esta
sensación de encontrarme detenida, suspendida
entre el viento y el mar, aquí en la lejanía, en este horizonte de mar donde
parece que nunca vaya a suceder nada, pero su extraño efecto me reencuentra con
mi auténtica yo.