06 octubre 2013

En la última fila

Hace años mi padre me contaba como una de sus grandes hazañas, que debido a que no podía ir a la escuela todos los días porque tenía que ayudar a su madre, cuando entraba en el aula, el profesor le sentaba en la última fila. Durante toda la clase, él se esforzaba como nadie: levantaba varias veces la mano, contestaba a todo lo que sabía, sumaba lo más rápido que podía, y a medida que iba respondiendo correctamente, le iban sentando cada vez más adelante. El día en el que, cuando sonaba el timbre del final de la clase, había conseguido estar sentado en el pupitre de la primera fila, era el más feliz de todos los niños.

Mi  padre me enseñó dos cosas importantes: mirar siempre hacia adelante y valorar el esfuerzo que cuesta conseguir algo. Para ello, hay que esforzarse, me decía, por aguantar los malos tragos.

Es algo que hago sin ninguna dificultad. Como un resorte escondido entre las capas de la piel, ante cada adversidad que se presenta, algo me ayuda a sobreponerme. Cuando sucede algo, siento al momento un pinchazo de dolor en el estómago y en seguida me pongo muy seria y me digo a mi misma: pase lo que pase, iremos hacia adelante, siempre hacia delante. Es un mantra espontáneo y poderoso.

Eso no significa que no duela ver a los demás cómodamente sentados en sus pupitres. Pero hay que ver más allá, me diría mi padre: míralos bien, están callados, y serios, pero les delatan sus pensamientos. Te miran de soslayo mientras tú llegas de puntillas para luchar por lo que el otro día era tuyo, ¿pero sabes lo que piensan en realidad? ni te odian ni te menosprecian, muy al contrario, te admiran: viéndote a ti, saben que el milagro que haces que se produzca cada día no es un sueño. Si tú eres capaz de llegar al primer lugar, significa que quizás no sea tan difícil. Además, te conocen, salen contigo a jugar al patio y se han dado cuenta que eres como ellos. Tuvieron miedo al principio, pero ya no, porque eres cercana: te ríes, te inventas juegos para ellos, te emocionas, les cuentas lo que te preocupa, les haces reflexionar.

Algunos piensan que estás un poco loca, pero en el fondo saben que esa locura es un regalo del cielo para todos ellos, porque esa alegría mueve montañas, atraviesa océanos y glaciares, incluso desiertos perpetuos.  Esa locura les permite a unos soñar despiertos y sobrevivir al tedio. Esa locura les exhorta a otros a ponerse a cambiar este pequeño mundo y hacerlo más humano. Esa locura es capaz de transformar un día gris en un fantástico día de vacaciones…


Ya sé que es duro empezar cada vez en la última fila. Temes que un día se terminará de golpe la energía y no serás capaz de conseguir el reto y su premio. En realidad, seguiría mi padre, el premio no es el que crees...
¡El premio son ellos! Cuando no estás en clase, tus compañeros te echan de menos. No te lo dicen, porque alguien les enseñó a no ser osados en sus comentarios. Alguien lo susurró una vez:" es curioso que se note más tu ausencia que tu presencia". Tienes que estar orgullosa, pues quizás has cambiado tanto su días que convertiste lo extraordinario en posible y sin tu presencia, la magia se pierde y las cosas vuelven a ser como antes…

Mi padre me miraría ahora fijamente, me pondría una mano en el hombro y me diría: no tengas miedo, la ilusión y tus ganas lo harán posible. Eres afortunada por poder llegar cada día a la primera fila. Cualquiera que sea el sueño que tengas, está ahí mismo...al final del día.

2 comentarios:

María-José Dunjó dijo...

Me encanta tu escrito, que transmite como siempre inspiración y entusiasmo. ¡Gracias por tu optimismo y también por ese poderoso!

"Pase lo que pase lo que pase, iremos hacia delante, ¡siempre hacia delante, Cris!"

Un beso grande

María-José Dunjó dijo...

Me encanta tu escrito, que transmite como siempre inspiración y entusiasmo. ¡Gracias por tu optimismo y también por ese poderoso mantra!

"Pase lo que pase lo que pase, iremos hacia delante, ¡siempre hacia delante, Cris!"

Un beso grande