24 febrero 2013

Reencuentros

A muchos de nosotros nos une un pasado lejano y nos separa el pasado que le sigue después. Eso sucede con toda naturalidad, sin enfados, ni riñas. La vida es así. Sin embargo, es curioso que si un día el destino se decide a ponernos de nuevo los unos frente a los otros, durante unos segundos, a pesar de la curiosidad o de las ganas de hablarnos, existe la tentación de disimular que no nos hemos visto, o que, al vernos, no nos hayamos reconocido.
¡Qué extraños son los reencuentros!, en un instante te trasladan hacia el propio pasado, hasta otra vida a la que ya cerraste la puerta, y te conducen hasta un yo del que ya poco queda.
Como no estabas preparado para que sucediera hoy y ahora, en ese momento aparece la duda de pararte o seguir hacia delante. Si disimulas te sientes muy mal, pero no es porque seas seas frío o descuidado, sino todo lo contrario, es porque te hubiera gustado que hubiera ocurrido de forma distinta...
Porque... ¿es posible repasar los últimos tres años en ese encuentro casual, cuando solo tenemos dos minutos antes de entrar en el cine?... ¿Cómo se puede responder a la pregunta qué tal te va aparte de bien, muy bien?... ¿no es triste que del reencuentro quede poco más que unas cuantas frase atropelladas y banales?... En esos casos, lo único que te hace sentir mejor es despedirte desde lo más hondo y atinar a decir me alegro mucho de haberte visto y pasar tus manos por sus brazos en un intento de abrazo rápido...y es que se hace tarde, esta noche es muy fría y la película está a punto de empezar. ¡A ver si nos vemos en la salida!
¿Y si te reencuentras con alguien que hace lo menos veinte años que no te ves? El pasado forma parte de tu infancia y los recuerdos se emborronan ante ese encuentro fortuito, así que és difícil dedicir afrontar ese momento. Lo más curioso es porqué todos acabamos preguntándonos a qué te dedicas, como si la profesión indicara lo que eres, lo que sientes.Y después viene una pregunta sencilla, dónde vives, y después, ya sin poderlo evitar, finalizamos reviviendo el universo donde nos sentimos seguros, el pasado dorado por el tiempo, aquella niñez que compartíamos. Pero los minutos pasan, y los que ahora comparten nuestros presentes, nos miran apremiándonos para irnos. Nos hubiera gustado seguir hablando de aquellos años y deseamos con sinceridad que la vida les haya tratado bien. Por ello nos despidimos  balbuceando a ver si conseguimos quedar todo el grupo un día de estos.... y te vuelves hacia la otra persona y con delicadeza pronuncias encantado de conocerte.
En todos los casos, les digas o no algo, te pares o no, la consecuencia es siempre la misma: justo después de seguir tus pasos, tu mente se queda anclada en el pasado, comparándolo con el presente. Solo entonces, ves a través tuyo, como si fueras otro, para contemplar el paso del tiempo, tan simplemente que parece mentira que todo ello haya sucedido tan rápidamente…Pasa la vida, así que no nos queda otra que disfrutar al máximo el presente.

10 febrero 2013

Un lugar en blanco y negro


He viajado hasta un país vasto e inmenso, tan grande que sus habitantes no pueden reconocerse. Quizás fueron vecinos alguna vez, pero nunca lo averigüarán. Su pasado es reciente y la búsqueda de un futuro mejor les empujó hacia la gran ciudad. Mientras ésta acumula más y más caras distintas, los campos se quedan mudos y helados, sin nadie que los cultive. La urbe es una abigarrada mezcla de desconocidos, los cuales nunca desvelarán su origen por vergüenza o desconfianza.

He viajado hasta un territorio de color gris, en el que las nubes se resisten a abandonar el cielo y el sol es solamente un sueño de verano. Para remediarlo en las ciudades importantes se han instalado potentes focos de luz para que la gente, deslumbrada, no suspire por lo que les es vedado. No tienen ni sol ni calor, y para olvidarlo, se ha invertido en grandes estufas que riegan de calor el interior de cualquier edificio para que la gente, engañada, no desee por fin abrazarse.

He viajado hasta un sitio donde los cuentos, la familia ni la tradición cuentan. Todo ello les fue arrancado de cuajo y ahora, si alguien les pregunta, ya no recuerdan, por rabia o por olvido. Quizás un día las puertas del corazón tuvieron que cerrarse para no sufrir. En lugar de sentimiento, lo que notas es una armadura perfecta de superficialidad.

He viajado hasta un lugar muy lejano, tan remoto que sus habitantes hablan una lengua muy extraña de la que es imposible entender una palabra ni leer una frase. Por eso, durante aquellos días me esforcé tanto como pude por hablar despacio, me ayudé con el teatro de las manos y usé el lenguaje universal de la sonrisa. Sin embargo, aquellas personas habían estado tan aisladas que a duras penas me entendieron...

El espectro del pasado nos acecha y el futuro es incierto, quién lleva nuestro barco está corrompido...Mejor vivir así y ahora... 

He viajado hasta un rincón del mundo donde te reciben sin pasión y en el que, a pesar de tus esfuerzos por gustarles, no se desprenden de la máscara provisional que llevarán de por vida. Solo hay un instante en el que un destello les delata: tras unas copas de más les oigo pronunciar palabras que hablan de anhelos, de viajes, de alegría de vivir.

Pero es mejor no soñar, aún no sabemos lo que queremos.

Al final de una larga ruta se llega a un país rico y sorprendente pero que tiene un velo que lo deja son color. De allí te vas en un susurro, invadido por una pena indescriptible por la gente que quizás no tenga la oportunidad de cerrar los ojos, volar unas horas y al volver a abrirlos...esté de nuevo en casa.

02 febrero 2013

Una noche cualquiera (losers)

Nunca sabes lo que puede ocurrir al salir a la calle. Probablemente no pase nada de nada y vuelvas sobre tus pasos con la misma cara de aburrido con la que cerraste la puerta, pero de vez en cuando, si prestas atención, puedes observar cosas que te hacen reflexionar y hacerte sentir, al momento, un poco más vivo.
La otra noche, al pasear el perro en aquellas horas donde casi todo está en sombras excepto las luces de las ventanas y los bares que dan el partido del miércoles, me fui deteniendo en las esquinas sin darme cuenta para reflexionar sobre lo que había visto mientras caminaba tranquilamente por mi ciudad.
Al lado de casa, un muñeco vestido de Papa Noel descansaba en silencio entre los escombros de los containers de distintos colores. Daba lástima el pobre: en menos de un mes había pasado de ser el protagonista indiscutible de la Navidad a ser un torpe muñeco olvidado. Al verlo, Plug se lo llevó en la boca y trotó alegre calle abajo, pero en la siguiente esquina también el lo abandonó.
Más adelante, dirigí mis pasos hasta el bullicio de los bares de tapas con sus pantallas gigantes teñidas de verde hierba recién cortada, las cuales habían provocado que, por primera vez, los ojos de la mayoría de vecinos mirasen fíjamente hacia unos metros más adelante y no se hundiesen en el profundo universo de sus teléfonos.Como tampoco se fijaron en mi presencia, continué mi camino.

Me detuve y até a Plug a la pata de un banco y entré en uno de esos establecimientos sin horario a los que acudes cuando no queda más remedio, cuando, al llegar destrozado a casa, de repente abres la nevera y te das cuenta que está vacía. Una vez dentro del supermercado, cogí la cesta roja y repasé con insípida pasión las filas de alimentos para escoger cuáles iba a cenar aquella noche.También busqué un capricho: mis galletas del Príncipe, pero ese día no había. Ello me dió pie a tener la única conversación sin significado laboral. A través del cristal, sonreí a Plug que me esperaba recto como un señorito atado a su cadena roja.

En el camino de vuelta, decidí girar por otra calle más tranquila, sin bares. Más allá nos interrumpían un montón de muebles apoyados en la acera. Al otro lado de la calle, dos chicas o señoras trataban sin éxito de arrastrar un enorme sofá de tres plazas con el mayor disimulo posible, a pesar de aquella evidencia con tanto peso. Pensé que al llegar a su destino, descansarían cómodamente en aquel sofa. A mi me detuvo otra cosa: un pequeño detalle entre aquellos muebles tirados, un hermoso y antiguo parchís. Y de repenté me fuí hasta mi infancia. 
A verlo vuelvo a escuchar el sonido del dado dentro del cubilete, pero también a mi abuelo diciéndome: “¡Venga, sopla antes de tirar, te dará suerte...! ¡Va, que si sacas un cinco, ganas!”. Gloriosas tardes de emoción y juegos…
"Los recuerdos son lo único que no puede abandonarse", me dije, y por ello le dediqué una foto antes de marcharnos. Plug y yo seguimos andando de vuelta a casa, y por fin preparé la cena, me atonté brevemente con la televisión y después cerré la luz y los ojos hasta otro dia.