24 noviembre 2012

Yo solo quiero que me quieran


A veces me siento transparente, sin más. Es una sensación agridulce, ya que como en otras ocasiones he deseado pasar desapercibida sin conseguirlo, no puedo quejarme.
El jueves pasado me convertí en invisible: intenté parar varios taxis alzando la mano y dejándola colgando de un hilo pero los taxistas pensaron que tenía una pregunta por hacerles y pasaron de largo, mientras yo me preguntaba si quizás mi ropa fuera
demasiado gris invierno…
El mismo día acudí a un evento en el que muchas caras me eran conocidas, pero sin embargo, nadie se acercó a mí para saludarme. Mi habitual vergüenza hizo el resto, y a pesar de llevar una hora elevada en mis tacones, salí del local con más pena que gloria. Estaba claro que aquel día no me veían….
Y eso que uno de mis comportamientos esenciales es hablar con otros seres invisibles, al menos saludarles con una sonrisa o con unas palabras amables.  Soy la reina de dar las gracias a los camareros en todos sus platos, a cualquiera que me entregue algo, incluso al policia cuando me tiende el papel de la multa. Soy la conversadora con los guardianes de los párquines a medianoche, la que nunca olvida un hola o un adios a la cajera del supermercado. Hay muchas personas que aparecen muchas veces mimetizadas por el entorno pero que también viven y sufren, cuyo corazón late… ¿no os ha pasado nunca que habéis visto cientos de veces a una mujer con bata o con uniforme y solo el día que la véis vestida de calle os dais cuenta en ese instante que es una persona real como tu?
Queremos ser invisibles a veces y sin embargo, nos morimos de ganas de hacernos notar, sobre todo en aquellos momentos en los que nos sentimos seguros, en un entorno en el que podemos demostrar nuestra valía… ¿Por qué sino son los bajitos son los que tienen más carácter? Ellos tuvieron que saltar mucho para ver a su cantante favorito en los conciertos, tuvieron que hacerse notar en las pistas de baile para atraer las miradas y, por el contrario: ¿no son los más altos los más entrañables, los más tímidos? Quizás a ellos les asustaba ser el blanco de todas las miradas a su llegada a las fiestas, o a lo mejor doblaban las rodillas para no poner tanta distancia entre ellos y los demás…

Con el don de la invisibilidad o no, todos necesitamos ser tenidos en cuenta, sentirnos especiales para unos u otros, ser parte de este universo tan lleno de diversidad. Así que al cerrar la puerta de casa y salir al mundo, tengamos en cuenta que a nuestro lado, los corazones laten y que en esencia, todos necesitan su trocito de amor.

10 noviembre 2012

Pleasantville

Al llegar a casa esta tarde, cansada aún de la semana, latente aún el runrun de los problemas que no puedo arreglar, me he quedado un instante quieta en la cocina y, rodeada de blanco y silencio, me ha venido a la mente la deliciosa película Pleasantville. Como siempre me pasa, de ella solo recuerdo breves flashes en blanco y negro y la patina de color que fué apareciendo a medida que se desarrollaba la película, así que para rememorarla tendré que juntar los antojos de mi memoria con un poco de imaginación.
Pleasantville es el nombre de un pueblo ideal con aires de los 50, donde todo es aparentemente perfecto, donde nunca pasa nada: allí los días empiezan con un mismo saludo a los vecinos al salir de la flamante casa unifamiliar y termina con un beso en la frente de cada niño antes de cerrar el interruptor de la luz. Allí no existen los peligros ni las crisis, ni las dudas ni el estres, pero sin embargo algo sucede, porque la vida se desliza lentamente en blanco y negro y no tiene destellos de color.
En Pleasantville no existe la cultura y las páginas de las novelas están en blanco. Los libros se amontonan en las estanterias como parte del decorado. Los niños no tienen que aprender más que simples modales en la escuela.
En Pleasantville, sus habitantes no sueñan por las noches en paraísos lejanos, ni anhelan tener lo que hoy se les niega. No saben lo que es la pobreza ni el odio, pero tampoco conocen lo que es el amor ni la pasión.
En Pleasantville, no hay nada más allá de la señal que indica el final del pueblo, pero nunca nadie ha tenido la curiosidad por ir a verlo.

Pero un día, la paz se ve interrumplida con la llegada de un par de muchachos que llegan a ese extraño pueblo desde el mundo real. Sin pretenderlo, estos chicos consiguen abrir los ojos y también los sentimientos a sus habitantes y llenar de color ese mágico lugar...
Un beso a la luz de la luna, contar despacio una historia fantástica a los maravillados oyentes, pintar un enorme paisaje en una pared vacía, darle una bofetada a alguien que se lo merece, regalar un ramo de flores silvestres, dejar el trabajo en un acto de rebeldía, gritar te quiero, estallar de risa delante de todos…

Y mientras todo ello va ocurriendo, la pantalla se va tiñendo lentamente de colores para poseer cada una de aquellas flamantes casas que se inundan de magia y de sombras, de pasión y angustia en un proceso que ya no tendrá vuelta atrás.
Hoy aquella película me ha inspirado porque, sin quererlo, me he dado cuenta que quizás me estoy desvaneciendo. Debe ser este cansancio que me invade en la semana.
Miro con detenimiento a mi alrededor y observo de nuevo la cocina. No es solamente blanca....
Si ya veo el color, ¿será porque esto está a punto de cambiar...?