Esta mañana, mientras me mareaba en el coche jugando con el teléfono, leí por casualidad en el perfil de twitter de una amiga lo siguiente: tengo pasión por aprender, casi enfermiza. Esas palabras hubieran pasado desapercibibidas si esa semana hubiera sido una de tantas, en las que me paso las horas resolviendo problemas y atendiendo a los demás. Sin embargo, como mi rutina había cambiado fugazmente y me había pasado unos días aprendiendo en un seminario (que no un curso, según clarificaba el profesor), esa frase retumbó de pronto en mi cabeza durante un rato.
Aprender, aprender, aprender, ese era mi objetivo vital hace unos años, y a pesar que ese deseo aún persiste, se ha ido diluyendo con la confirmación de que es imposible captarlo todo y que la tranquilidad de espíritu también merece su tiempo. Para ello no hay más remedio que hacer algunas concesiones que probablemente me harán más conformista pero también más realista.
Sin embargo, esta semana me he dado cuenta que hacía demasiado tiempo que nadie no me explicaba algo importante con el principal objetivo que yo pudiera luego tomar cada pieza y construir mi propio cuento. ¡Cuánto hacía que no me sentaba durante horas a escuchar a otro para poder comprender, interpretar y soñar que seguía siendo posible cambiar el mundo!. ¡Cuánto tiempo sin tener ahí delante a alguien esforzándose para que un puñado de ávidos alumnos saliéramos de nuestras dudas o para crearnos nuevos interrogantes, para que, en definitiva, fuéramos al final mejores que cuando llegamos!.
Cuando alguien enseña con pasión, con método y claridad, es una suerte poder estar ahí para poder captar todo lo posible.
Compañeros compartiendo lecciones o horas de trabajo, ese era mi contexto hace unos años. Todos con un montón de trabajo por terminar pero con un objetivo común, crecer como profesionales y no dejarnos tirados si algo fallaba. Del desconocimiento de toda la realidad y de la ilusión por el futuro nacía un grupo lleno de energía para tirar hacia adelante, para vencer las dificultades o cuanto menos celebrar que nos habíamos equivocado y reirnos de todo.
Y ha sido durante esta semana que me he dado cuenta de lo lejano que queda todo aquello, porque durante estos días he percibido que empezaba a formarse un grupo. Quizás porqué en el fondo éramos todos unos desconocidos, o porque nuestros objetivos y mundos eran bien distintos, lo cierto es que en el grupo de alumnos parecía que a todos nos importaba la duda de aquel y queríamos de verdad ayudarle, creándose una atmósfera de cordialidad que hacía tiempo que no experimentaba.
Cuando se genera un buen ambiente de trabajo, es una suerte poder estar ahí y merece la pena esforzarse por participar.
Esta semana he tenido un regalo precioso: formar parte de un grupo que quería aprender y compartir.
Ojalá no fuera necesario pagar por ello.
Ojalá fuera más común ayudarnos entre nosotros.
PS. Dedicado a todos los profesores, nunca lo suficientemente valorados.