A la velocidad de las piernas, en breves instantes se pasa de la sonrisa al drama y en minutos, uno vuelve a reconfortarse porque tras la esquina, la vida continúa.


Más allá un hombre greñudo y de semblante descuidado anda hurgando en los contenedores con sigilo, no vaya a sorprenderle un poli, o aquellos niños o sus madres, o la fija mirada de un abuelo, aunque hace ya unos metros que los dejé atrás.
Hago una parada de trámite, -¿me da usted media docena de huevos?-, a mi lado, una moto deja de rugir para enmudecer a mi lado -¿les queda algún pollo…muerto?-...-oiga usted, nosotros tenemos pollos matados, no muertos, que no es lo mismo -.Todos reímos por dentro o por fuera, según cada cuál. Seguro que los abuelos se reirían simplemente y los matrimonios jóvenes….pues tendría que pensarlo.
Más arriba, cuando la gota de sudor empieza a invadirme la frente, una algarabía se me acerca: ¡hoy en una calle de Gràcia, hay comida entre vecinos!. En una barbacoa se acaban de asar los tomates y en un garage abierto se improvisa una gran mesa rematada con un hule de cuadros verdes y vasos de plástico amarillos. Podríamos invitar a todos, incluso al greñudo, si se diera una buena ducha, se afeitase y promete no terminarse el vino.

Hago un par de pedaladas más y me cruzo con unos jóvenes que dicen que “Zapatero fue unos de los diputados más jóvenes, a los 26 años…”. ¿Por dónde andará este diálogo? ¿y hacia adónde irá?...pero como se trata de política y tiene poco crédito para mis oídos, los dejo que se alejen sin más.
En la acera izquierda de Balmes, justo después de cruzar Mitre y parar a pedirle a una chica dónde había comprado la barra de pan que llevaba, paso delante de un banco con tres señoras rubias que gesticulan en un idioma que no entiendo. De repente, una de ellas toma una bolsa y se acerca a los labios una botella que tiene escondida y ello me hace sacudir la cabeza y pensar cómo se concatenan unas historia con otras, solo separadas por un poco de asfalto y un montón de edificios.
Al final de la cuesta me cruzo con un chico que me dice Buenos Días a las tres de la tarde y concluyo que muchas veces, no es necesario ir al cine o al teatro, ni leer un buen libro ni ver la televisión para admirar como el mundo vibra en tan solos unos pocos kilómetros de un domingo cualquiera.
¡Love Barcelona!
¡Love Barcelona!
No hay comentarios:
Publicar un comentario