15 noviembre 2011

Una montaña rusa

Durante el bachillerato, léi un libro tronchante llamado la Tesis de Nancy de Ramon J.Sender. Trataba de las visicitudes de una joven americana que, en los años 60, había viajado hasta Sevilla para realizar una tesis sobre los gitanos. Los malentendidos y las dobles interpretaciones eran constantes.
Durante este fin de semana, me he sentido de alguna manera como esa americana, un objeto extraño y particular que casi por casualidad se había colado por unos días en la vida festiva de los mexicanos.

Llegué a destino después de una semana agotadora, volando como un pájaro migratorio, sin escalas ni paradas para repostar, con el estómago vacío y los ojos derrotados por la falta de sueño. Me recogieron mis amigos y me llevaron a cenar, y a pesar de que el ojo izquierdo se iba deslizando hacia abajo, lo cierto es que fuimos retomando en cada plato aquellos viejos y buenos momentos.

El hotel, una preciosa mansión colonial, me esperaba casi con exclusividad, porque los turistas habían ido disminuyendo a medida que la propaganda sobre muertes y narcotraficantes sellaba paulatinamente las ganas de aventura de los turistas de la vieja Europa. Tenía todo un fin de semana para descansar y para descubrir con sorpresa que viajar sola por México es sorprendentemente sencillo: el trato es tan cercano y fácil, que al momento te sientes querida.

Es una cultura dulce como la leche condensada, a pesar que todo lo coman con chile, una especie que convierte en fuego cualquier alimento, que asimila todos los sabores en uno. Sus gentes no solo te besan, sino que te abrazan efusivamente, y no únicamente los amigos sino cualquier persona que ha cruzado contigo más de 10 palabras. Y después del abrazo vienen las palabras zalameras, la mitad de las cuales no entiendes pero que  te suenan tan divertidas ....será que están entonadas como una canción.
 Aquí existe la cultura del enamoramiento empalagoso, del demostramiento público con carantoñas y arrumacos que, sí, que te quieroooo: se llaman al trabajo dos veces al día para decirse te amo, y si al otro lado de la línea no hay contestación (porque, por ejemplo, están reunidos con otras 5 personas), se enojan. Aquí no hay medias tintas, simplemente. He oido frases tan cursis como “yo por ti me cambiaría hasta de nombre”…y sin embargo, un día...ese amor se acaba. Es como una montaña rusa. Las relaciones son el reflejo de una canción de mariachis. 
Y en un determinado momento, después de tanto amor y pasión, una fuerza contraria indescriptible puede con todo y se descontrolan. Del padrísimo, wei, chingón, pinche y otras palabras que describen el buen rollo, nos vamos a las discusiones acaloradas, al “aquí nadie te quiere”, “márchate, que no eres bien recibido” delante de todo el mundo. Y si además están bajos los efectos del alcohol (aquí se toma mucho), de las palabras se pasa al gesto, y el resultado puede ser espectacular: señoras con tacones, pintadísimas y divinas cayendo de bruces al suelo arrastrando dignidad y rodillas rasgadas. Lágrimas y abrazos, pues. 
Pero una española siempre está a salvo de todo peligro, los mexicanos, a diferencia de otras culturas latinoamericanas, derrochan fervor por la madre patria española. Conocen a nuestros políticos, incluso la fecha de las próximas elecciones, son todos del madrid o del barça, siguen nuestros programas por televisión por cable o youtube, admiran el coraje del Follonero o el ingenio de Buenafuente, y desean con sinceridad que el movimiento de los indignados se haga global y que pronto la crisis de valores de la que adolecen se esfume para dar paso a una nueva y mejor sociedad.
Así sucedió: un fin de semana llena de sonrisas y abrazos sinceros, condimentada de recetas picosas, con pasión y diversión, naturalidad, amistad, buenos deseos y un sincero “qué bueno que viniste”…
Habrá que volver, pues, a este gran parque de atracciones.



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