A mi me sucedía con el vino y también con los espárragos, y aún ahora, aunque me encanta compartir una buena comida con un vino a juego, soy incapaz de recordar su nombre después de apurar la última gota. Sin embargo, no me sucede lo mismo con los restaurantes. Pasen los años que pasen, si alguien me pregunta por un lugar donde yo haya estado o que alguien me haya recomendado, inmediatamente le digo el nombre. Por designios del destino, poseo un resorte natural que me traslada directamente hasta aquel sitio, y de ahí al momento, y justo desde allí hasta aquel instante. Como si hubiera sucedido ayer…
Hoy he comido en un restaurante donde estuve por primera vez hace exactamente o quizás más o menos unos veinte años. En aquella ocasión era invierno, casi rozando a la primavera, era un sábado por la noche y lo recuerdo tan nítidamente porque era mi cumpleaños. Con toda su buena intención, mi novio me invitó a celebrar mi tierna edad a un restaurante de ambiente clásico, con decoración en tonos salmón y con una lista de precios desproporcionada para nosotros. Recuerdo tener frío en aquella mesa, pero me alegré de estar sentada en un rincón de la sala, lejos de los ojos de los comensales que nos doblaban en edad y en compostura.
Aunque debería estar encantada con aquel regalo, lo pasé mal durante toda la cena, haciendo sumas y más sumas para no pedir más de la cuenta y descubrir al final de la cena, que no teníamos suficiente dinero. Con mi imaginación latente, seguro que surgió más de una vez la imagen de una gran cocina con montañas de platos por fregar. El dinero se nos escurría dentro de los bolsillos, ya que a los veinte años las tarjetas de crédito eran como beber vino, una costumbre solo al alcance de los padres.
Después de la cena, salimos del local bien erguidos, guapos como todos los jóvenes. Mientras bajaba las escaleras del restaurante hacia el parking, respiré profundamente el aire fresco de la noche y deseé con todas mis fuerzas llegar pronto a la discoteca para poder bailar libremente a mis anchas, ya que en ese momento, me sentí increiblemente vieja.
Fue entonces cuando prometí que nunca volvería a adelantar el momento para ejercer de mayor. Quizás sea esa la causa por la que, aún ahora, soy incapaz de recordar el nombre de los vinos que bebo…
PD. Dedicado al restaurante Palmira, con su excelente comida.