04 abril 2011

Mi imagen de la ciudad de los sueños

Como siempre llegas medio dormido, la llegada a la ciudad de Nueva York, con Manhattan de barrio abanderado, es simplemente espectacular. Los edificios que se elevan en vertical hacia el cielo, justo al otro lado del rio Hudson, tienen desde lejos ese toque metálico casi fantasmal que te impide pensar que la vida exista detrás de unos cristales que reflejan las nubes y el cielo.







Desde la distancia, la imagen de la ciudad es como una postal impoluta, segura, rotunda, con un punto futurista, con unas líneas perfectas maravillosamente pensadas y analizadas. Te parece por un instante que esa foto ya la has visto con anterioridad, después de cientos de películas devoradas desde tu niñez hasta ahora.



Ya en medio de las calles, te sientes de nuevo golpeado por la consistencia de la magnitud de la ciudad: los escaparates de las mejores tiendas atraen a todos los transeúntes sin reparar en gastos ni imaginación: no se echa de menos ninguna de las mejores marcas del mundo, y a cada paso, las luces de neón de la tienda siguiente son incluso más elegantes que las de la anterior. A su llamada de sirena, se hunden en un mar de sensaciones cientos y cientos de personas de los más variados estilos...Justo en la entrada, te regalan una sonrisa, una palabra de apoyo, un “have a good day”, sin aparente tamiz. Allí dentro, mil colores en suspensión y decibelios de música obstruyen cualquier otro pensamiento: “compra que es barato”, “compra que es tu oportunidad”, “compra que estás en la ciudad de los sueños”.


Avenidas anchas, aceras enormes, edificios que relucen para que levantes la vista y repitas: ¡ohhhh, esto es tan grande! Mirada que se aleja hacia la óptica donde confluyen las líneas que se pierden hacia lo alto, entre cristales y edificios de ladrillo marrón oscuro, con sus escaleras de incendios, por donde tantos héroes perseguidos injustamente escaparon de su fatal destino en el último suspiro…Sin embargo, si miras con atención y en su lugar bajas la vista hacia el suelo, te das cuenta que Nueva York es una ciudad inmóvil, que no se renueva si no es para atraer o embaucar o enamorar: sus aceras están llenas de boquetes y por ello no se ven motoristas y solo unos pocos ciclistas se atreven a jugarse la vida. Los edificios de lujo tienen entradas secretas a los que se accede a pisos forrados de moqueta artificial de color verde, que no temen la llegada de inspectores de higiene. Las puertas gruesas rechinan al abrirse y en la habitación de muchos hoteles, la corriente de aire cala tus huesos mientras contemplas un patio trasero dónde un día sucedió un accidente a juzgar por todos aquellos cristales desparramados. Y en los restaurantes más cool del barrio de Soho, no existen lámparas sino luz muy ténue para que el adormecido o el ensimismado o el seducido viajante no descubra la puerta falsa, el cartón piedra de la película a medio montar. La música siempre suena en los locales y de la cena japonesa te desplazas a la barra del bar... todo sin tener que hablar…después de las copas, contemplas el mundo desde lo alto de una escalera y te sientes embriagado de felicidad.
En Nueva York, existe un permiso global para entrar en cualquier tienda sofisticada y en los restaurantes carísimos jamás te miran mal, te sientes arrullado contínuamente por sonrisas fáciles y por un momento, casi te enamoras. Sin embargo, si te fijas bien, en los bellos rincones se amontonan basuras igual de enormes escondidas en bolsas…y también ahí mismo, justo al lado de la gente de moda, te topas con gente del mundo que han sido acogidos por la city. Te reciben con un mono azul y guantes verdes y te hablan de su tierra africana de Mali, o te sonríen coreanas menudas mientras te hacen la pedicura en un cuartucho pequeño con una pantalla gigante donde puedes entretenerte con Brad Pitt en Benjamin Button. Te sorprenden nepalís al subir al taxi, y les oyes renegar de sus gobernantes y suspirar por  volver. Finalmente, si te esfuerzas muy poquito, descubres que no necesitas hablar inglés ya que el español es la lengua de millones de personas de Puerto Rico, Cuba, España, Colombia ...que te reconocen enseguida.

Si eres de los que necesitas soñar, lo mejor es hacerlo a lo grande, y por ello tienes que venir hasta Nueva York, la ciudad de los prodigios, el lugar donde el cine y el teatro de la vida misma se dan cita a la misma hora.
Si quieres tener un amor a primera vista, déjate seducir por ella, nunca falla.




Ps.¡Por fin las fotos son mías!

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