FRASES QUE CAMBIARON MI VIDA - PARTE I
Cuantas veces mi mente se ha dirigido en picado hacia ese momento, hacia ese instante, en el que mi papá y mi mamá leyeron conmigo el informe del colegio con los resultados de las pruebas psicológicas. No me acuerdo de ningún otro resultado, excepto de uno más, el que hablaba de las profesiones que podían encajar con mi carácter. Entre unas cuantas opciones, leímos: monja.
Cuantas veces mi mente se ha dirigido en picado hacia ese momento, hacia ese instante, en el que mi papá y mi mamá leyeron conmigo el informe del colegio con los resultados de las pruebas psicológicas. No me acuerdo de ningún otro resultado, excepto de uno más, el que hablaba de las profesiones que podían encajar con mi carácter. Entre unas cuantas opciones, leímos: monja.
Creo que eso también me sorprendió, aunque no me importó demasiado, pues las vueltas de la vida ya me llevaron hacia otros caminos distintos que no tuvieron nada que ver con la vida religiosa. Sin embargo, ahora que lo pienso, ¿fue quizás por ese resultado por el que curiosamente insistí tanto en hacer el bachillerato fuera del colegio de monjas? ...Recuerdo que fue una decisión pacífica pero tenaz: quería ir a una clase con chicos y chicas, convertirme en una niña sin la timidez que arrastraba entonces. Podría ser por fín como mis amigas que iban a otros colegios donde se enseñaba a ser natural y a despreocuparse del pecado y la culpa….
Pero volvamos a la imaginación. A los 7 años me “diagnosticaron” que no tenía una mente aparentemente creativa y ello me preocupó mucho: ¿cómo podía demostrarles que no era cierto?, ¿cómo podía asegurarles que fue debido a que durante la explicación del ejercicio me despisté y no entendí qué había que hacer?
En aquel entonces ya tenía tendencia al ensoñamiento por aburrimiento, al viaje astral mientras los demás seguían las lecciones en clase. Pero todo tenía su porqué: a diferencia de muchos, yo tenía un mundo de fantasías en casa, que mi padre permitía y mi madre propiciaba pues reírse de todo y no preocuparse de lo esencial era lo que la mantenía permanentemente feliz. En ese escenario de casa, eran habituales las canciones, las grabaciones en radiocasetes con entrevistas, cuentos y concursos. También era corriente tener un abuelo que jugaba con trampas al parchís para dejarte ganar y una abuela que al terminar de comer, se arrastraba con su silla hacia atrás y entre el espacio abierto entre ella y la gran mesa de roble, los nietos nos atrevíamos a cruzar de un lado a otro intentando escapar de sus largos brazos de bruja. En ese hogar, las servilletas se convertían en conejos saltarines con un imperdible que separaba una oreja de otra con ayuda de hábiles manos. Alli incluso las camas de los niños (sí, sí, las camas), eran seres mágicos que, si te portabas bien, te dejaban caramelos y chucherías sobre las sábanas. Esas camas mágicas te educaban mediante consejos escritos en pizarras blancas. Quizás por el respeto a la magia o por el premio que augurábamos, les hacíamos más caso que a mi madre o a mi abuela. Por las tardes, yo hacía el pino en el patio hasta marearme mientras mi hermano veía la televisión con las piernas hacia el techo tan arrugado como un acordeón…pero no importaba: allí no había normativas estrictas ni conductas penadas…Todos cantábamos en el coche e inventábamos nuevos himnos cambiando las letras de las canciones…
Por eso supongo que me afectó lo de la imaginación baja, porque aquella no era yo, porque de algo había tenido que servir tener a una familia de locos felices a mi alrededor. Sin embargo, aquello tan fantástico, también tuvo otra cara: mis padres tan divertidos no me facilitaron el proceso de hacerme mayor, me cayó de golpe sin avisar y al buscar las pautas para afrontarla en los mayores, me encontré sin el abrazo y la integridad que necesitaba. Entonces les eché la culpa, pero con el tiempo aprendí a perdonarles y a sentirme orgullosa de ellos pues les debo mucha parte de lo que soy.
Me he pasado muchos años demostrándome con acciones que aquel resultado solo fue un error, un despiste mío. Ahora ya no tengo dudas que la imaginación estaba bien enraizada desde niña y que nada tengo que temer: nunca me faltará la invención para verlo todo de color de rosa a pesar de ser gris y siempre tendré cerca este don para compartir mi pequeño mundo un poco girado al revés.
Y todo ello gracias a mi familia telerín.