¡Un año más!
Quien lo iba a decir cuando solamente hace unos
días, unos meses, justo hace un año, nos sentábamos todos juntos en la mesa para
mirar sin pestañear el televisor y el reloj de la Plaza, mientras contábamos, (más de
una vez, por si acaso), las 12 uvas afortunadas que nos iban a dar suerte.
No sé si será por casualidad, por rutina o más bien por la tozudez del ser humano, que este año hemos vuelto a repetir la misma escena.
Así, año tras
año, solamente tenemos que buscar las siete diferencias en los detalles más nimios para reconocer el número del final que nos dé el año en cuestión: la programación del canal de televisión, la cena mejor o peor preparada, los colores del mantel elegido, la profusión de adornos navideños, la conversación más o menos insulsa de la cena, los
petardos que explotaron fuera, el orden de las canciones y los comentarios, el frío de aquel diciembre que se hizo notar, el vestido que aquel día estrenamos...
Sin embardo, todo esto pasa sin pena ni gloria por nuestra mente,
que se acaba aturullando, mezclando año con año, olvidando incluso para el siguiente, aquel deseo que estuvo repitiendo como un mantra mientras se llevaba a la boca de forma automática los granos
verdes, dulces y afortunados del año pasado. Solamente queda en la memoria lo realmente
importante: el recuerdo que marca el devenir de la vida por ser como es: las sumas y las
restas, los que se van y los que vienen, los que sufren y los que disfrutan,
los que crecen y los que se marchitan. Año a año, hay un momento de la cena en el que estas escenas vuelven privadamente a nuestros ojos, hilvanados en una secuencia cinematográfica lenta pero fugaz…hasta que se marchan y volvemos a incorporarnos a la conversación.
Ya sé que somos unos supervivientes y por ello, no nos puede bloquear ni la
pena ni el miedo y a lo desconocido ya nos enfrentaremos cuando aparezca. Sin
embargo, lo que no comprendo es porque no nos desequilibramos en el otro
sentido, por qué no disfrutamos plenamente de los pequeños momentos con verdadera consciencia. Aunque compartimos la mesa con ocho, cuatro o dos, ¿por qué no estamos
verdaderamente juntos?, ¿por qué no aprovechamos totalmente ese instante fugaz de felicidad?... Además teniendo en cuenta que el reloj sigue
corriendo en una carrera veloz hacia delante que sin remedio nos llevará a
separarnos…
Echo de menos la consciencia, el valorar el aquí y ahora. Nos pasamos el día corriendo con la cabeza estirada hacia delante intentando
visualizar el mañana y mientras, desatendemos el presente. Y cuando éste nos desalienta,
nos defrauda o nos contradice, entonces le volvemos la espalda y recordamos un pasado adornado o quizás verdadero, pero, ¿quién puede probarlo ahora…?. Quizás
no sepamos vivir de otra manera, y entre acelerar y frenar de golpe, se nos vaya
la energía y la fuerza en esos tumbos y ya no somos capaces de tirar todos juntos. A menudo estamos agotados para disfrutar en familia o
para compartir pequeños, efímeros pero únicos momentos.
En realidad, vivir trata de eso, ¿no? . Aprender sumando nuevas perspectivas, crecer compartiendo momentos
inolvidables, amar sintiendo de verdad cuánto nos necesitamos, fluir dando y recibiendo con
generosidad y equilibrio...
...Y entre reflexiones, comienzo mi andadura en este recién estrenado 2016, que espero compartir e ilusionarme con muchos de vosotros.