27 abril 2014

Una sombra tras la estela blanca

Hace unos años leí un libro con el que me entraron ganas de conocer más sobre el mundo fantástico de los héroes, de los dioses, de sus intrigas. Quería entender cuál podía ser su significado. En Son de Mar, el protagonista, el joven profesor Ulises Adsuara, consigue enamorar a la bella e inocente Martina narrándole maravillosas historias que se perdían hasta los orígenes de nuestra civilización. Lo que Ulises no supo calibrar es que mientras cautivaba a Martina con sus palabras, a mi también me iba seduciendo con cada uno de sus relatos. Ese año me matriculé en Humanidades y comencé a comprender la importancia de los mitos en cualquier civilización. Averigüé por qué eran tan parecidos los cuentos de religiones aparentemente muy distintas y la razón por la que las gestas de los héroes contadas por gentes de territorios muy lejanos tenían puntos en común. Así que además de conocer un poco más de las historias y sus protagonistas, aprendí que la verdad suele transformar las imágenes que tenías.

Confirmar que aquello en lo que crees a ciegas no es único, que puede ser una interpretación de algo más antiguo o quizás una fusión entre realidad, ficción y deseo, te hace sentir más débil, más pequeño. Sin embargo, los seres humanos tenemos una particularidad que nos permite aligerar nuestras cargas durante la vida, ya que aprendemos a borrar lo que nos disgusta y a no pensar en lo que nos asusta. Eso no evita que, de vez en cuando, nos quedemos helados tras un baño de realidad.

Hace justo dos años escribí un post sobre el mundo laboral, el paisaje de las norias. En él relataba que existía un insólito mundo:
en lugar de montañas y ríos, su superficie la ocupan norias de vivos colores. Dentro de cada una, hay gente que, con sus suspiros, les dan cuerda. Esa era mi visión particular sobre el mundo en que vivimos, donde todos andamos como locos buscando nuevos retos profesionales, saltando de noria en noria, buscando la más hermosa y brillante de las experiencias.

Aquel relato se basaba en una premisa importante: el protagonista no descansaba, nunca se apeaba de ninguna noria. Después de una inmediatamente saltaba a la próxima con agilidad y casi sin mirar atrás. Eso tenía una ventaja que en aquel entonces no supe ver: cuando saltaba a la siguiente no tenía tiempo para darse cuenta que para sus compañeros en la noria anterior, aquellos con los que había vivido momentos delirantes, emociones y confidencias que iban más allá del propio trabajo (hablábamos de sentimientos, compartíamos sueños), se iban olvidando de él.
No lo hacían a propósito pero era un proceso imparable: poco a poco, el lugar donde se sentaba se iba llenando de los enseres que no tenían un sitio donde quedarse y luego llegaba una persona con otro nombre y con otras ideas, y el lugar donde se sentaba se vaciaba de aquellos trastos y pronto se llenaba de otro perfume, de lápices por estrenar y de una nueva respiración. Por suerte, en el insólito mundo de las norias, nunca se daría cuenta de que se había convertido en una sombra, porque por aquel entonces sería ya una pequeña estrella que empezaba a brillar en la flamante nueva noria, Allí otros se enamorarían de él al escucharle contar sus historias de héroes, dragones y princesas y donde otros empezarían a odiarle, porque aquella era una historia que se repetía eternamente.


Decía el gran Mircea Eliade en su libro El Mito del Eterno Retorno, que el recuerdo de un acontecimiento histórico o de un personaje auténtico no subsiste más de dos o tres siglos en la memoria popular. 
Es increíble cuan soberbios podemos llegar a ser, a pesar de ser normales y corrientes, para seguir creyendo, que en el fondo es seguir esperando, que los que vas dejando tras la estela blanca que se va formando al avanzar, sigan acordándose de ti. Esa es la verdad que transforma el insólito mundo de las norias cuando, de vez en cuando, algo te obliga a apearte y a mirar el mundo desde una perspectiva distinta.



Música del Post: True Colors versión de Ane Brun

http://elprincipeylarosa.blogspot.com.es/2012/04/un-paisaje-lleno-de-norias.html

10 abril 2014

¡Date un respiro!

Quizás soy demasiado exigente.

El esfuerzo que me pido a mi misma lo comparo con un partido de tenis, en el que, a pesar de existir varios sets, y dentro de cada uno, distintos juegos, y dentro de cada uno, diversos puntos a disputar, si quieres ganar el partido, no puedes dejar escapar ni uno de ellos. No puedes perder la concentración, no puedes permitir relajarte ni un minuto. Con estas premisas, cada partido se convierte en una batalla sin noche.

No sé por qué, pero así me siento muchos días después de haber cogido siete autobuses y un taxi porque no llegaba, después de visitar a nosecuántas personas. Por el camino se me han juntado dos citas y he tenido que pedir perdón por el retraso. La batería del móvil se ha agotado a media tarde de tanto darle a la ruedecita, y me he olvidado de los semáforos y de los coches que entorpecen mi camino. No sé dónde meter el abrigo, qué calor!

A veces, me siento en la cama y miro por la ventana. La vista se me pierde entre las hojas del árbol que veo justo delante y el edificio vacío pintado de color crema que con el paso del tiempo, se va desconchando lentamente. El aire mueve lentamente las ramas y mientras tanto, yo hago un repaso hacia atrás de mí día y descubro sorprendida, que a pesar de todos mis esfuerzos, el resultado no ha sido como esperaba. Vuelvo a esforzarme en recordar algo realmente positivo pero, algunos días, cuesta encontrarlo. 
Y como el recuerdo me inquieta, entonces, sin permitirme un descanso, le doy la espalda al ladrón del tiempo y comienzo a construir mi agenda de mañana para llenarla de una razón cuadriculada: trazo horarios con la imaginación, anoto obligaciones aburridas y recuerdo a las personas a las que hace días debería contactar. Después de pasarme quince minutos en trance, me levanto de la esquina de la cama y tengo la sensación de estar aún más agotada que antes…

¿Por qué no puedo ser como otros que se dan un respiro?

¿Cómo voy a transformar al mundo si soy incapaz de quererme un poco más? ¿Cómo voy a emocionar a los demás si no tengo fuerzas para ilusionarme? 
¿Cómo voy a ver más allá si no levanto la cabeza?

Desde que he leído que la meditación es una de las actividades que necesita una mente creativa, admito que le he otorgado un mayor espacio en mi vida. Pero aún me falta, y mucho, porque aún hoy, mis concesiones son sobre todo por acompañar a otros, mis recompensas son compartidas, las vacaciones, una decisión conjunta.

Consciente lo soy, pero ahora toca meditar en serio. Vamos a respirar profundamente...


Canción del post: Hymn to her: Pretenders