Hace unos años leí un libro con el que me
entraron ganas de conocer más sobre el mundo fantástico de los
héroes, de los dioses, de sus intrigas. Quería entender cuál podía ser su
significado. En Son de Mar, el
protagonista, el joven profesor Ulises Adsuara, consigue enamorar a la bella e inocente Martina narrándole maravillosas historias que se perdían hasta los orígenes de nuestra
civilización. Lo que Ulises no supo calibrar es que mientras cautivaba a Martina con sus palabras, a mi también me
iba seduciendo con cada uno de sus relatos. Ese año me matriculé en
Humanidades y comencé a comprender la importancia de los mitos en cualquier civilización. Averigüé por qué eran tan parecidos los cuentos de religiones aparentemente muy distintas y la razón por la que las gestas
de los héroes contadas por gentes de territorios muy lejanos tenían puntos en común. Así que además de
conocer un poco más de las historias y sus protagonistas, aprendí que la verdad suele transformar las imágenes que tenías.
Confirmar que aquello en lo que crees a ciegas no
es único, que puede ser una interpretación de algo más antiguo o quizás una fusión
entre realidad, ficción y deseo, te hace sentir más débil, más
pequeño. Sin embargo, los seres humanos tenemos una particularidad que nos permite aligerar nuestras cargas durante la vida, ya que aprendemos a borrar lo que nos disgusta y a no pensar en lo que nos asusta. Eso no evita que, de vez en cuando, nos quedemos helados tras un baño de realidad.
Hace justo dos años escribí un post sobre el
mundo laboral, el paisaje de las norias. En él relataba que existía un insólito mundo:
en lugar de montañas y ríos, su superficie
la ocupan norias de vivos colores. Dentro de cada una, hay gente
que, con sus suspiros, les dan cuerda. Esa era mi visión particular sobre el mundo en que vivimos, donde todos andamos como locos
buscando nuevos retos profesionales, saltando de noria en noria, buscando la
más hermosa y brillante de las experiencias.
Aquel relato se basaba en una premisa
importante: el protagonista no descansaba, nunca se apeaba de
ninguna noria. Después de una inmediatamente saltaba a la próxima con agilidad y casi sin mirar atrás. Eso tenía una ventaja que en aquel entonces no supe ver: cuando saltaba a la
siguiente no tenía tiempo para darse cuenta que para sus compañeros en la noria anterior, aquellos con los que había vivido momentos delirantes,
emociones y confidencias que iban más allá del propio trabajo (hablábamos de
sentimientos, compartíamos sueños), se iban olvidando de él.
No lo hacían a propósito pero era un proceso imparable: poco a poco, el lugar donde se sentaba se iba llenando de los enseres que no
tenían un sitio donde quedarse y luego llegaba una persona con otro
nombre y con otras ideas, y el lugar donde se sentaba se vaciaba de aquellos trastos y pronto se llenaba de otro perfume, de lápices por estrenar y de una nueva
respiración. Por suerte, en el insólito mundo de las norias, nunca se daría cuenta de que se había convertido en una sombra, porque por aquel entonces sería ya una pequeña
estrella que empezaba a brillar en la flamante nueva noria, Allí otros se enamorarían de él al escucharle contar sus historias de héroes, dragones y princesas y donde
otros empezarían a odiarle, porque aquella era una historia que se repetía eternamente.
Decía el
gran Mircea Eliade en su libro El Mito del Eterno Retorno, que el recuerdo de un
acontecimiento histórico o de un personaje auténtico no subsiste más de dos o
tres siglos en la memoria popular.
Es increíble cuan
soberbios podemos llegar a ser, a pesar de ser normales y corrientes, para seguir creyendo, que en el fondo es seguir esperando, que los que vas dejando tras la estela blanca que se va formando al avanzar, sigan acordándose de ti. Esa es la verdad que transforma el insólito mundo de las norias cuando, de vez en cuando, algo te obliga a apearte y a mirar el mundo desde una perspectiva distinta.
Música del Post: True Colors versión de Ane Brun
http://elprincipeylarosa.blogspot.com.es/2012/04/un-paisaje-lleno-de-norias.html