22 diciembre 2013

Un destello

No podemos evitarlo, nos pierde el destello, esa ráfaga instantánea que atraviesa el cielo en escorzo. Mientras sucede, se nos parte en dos el pensamiento, se nos acaban los planes y giramos completamente el reloj de tiempo para que todo se detenga…


Nos seducen las ciudades como Nueva York, cuyo nombre nos devuelve destellos de luz, que nos permite sentirnos pequeños en medio de una grandiosidad deslumbrante. Nos gusta dejarnos abrazar por la verticalidad de sus edificios, mirar hacia arriba y pensar que ahí arriba hay personas poderosas. Justo hasta notar un dolor en el cuello. Nos quedamos sin palabras al caminar por escenarios de películas, cuando recordamos frases famosas o al sentarnos para desayunar en el set de nuestra serie favorita que es un poco más pequeño de lo que imaginábamos...
Nos encanta, no podemos remediarlo, y cuando nos percatamos que quizás haya demasiados baches en la calzada, que las esquinas están llenas de homeless y que el olor de las basuras impregna el aire del verano, negamos con la cabeza y volvemos a recordar todas sus maravillas.

Nos seducen personas como aquellas que saben mirarte profundamente a los ojos mientras te hablan, porque te hacen sentir pequeño y especial al mismo tiempo. Nos dejamos enamorar por los que poseen un destello en sus gestos, en su mirada, incluso en su forma de andar. Les consideramos auténticos, a pesar que para ellos más que para otros, el mundo gira a su alrededor: son altivos, soberbios, incapaces de adaptarse a las normas que para otros son ineludibles. Y sin embargo, les perdonamos lo que a otros no permitimos, les dejamos que saquen a relucir sus sombras. En su presencia, todo lo anterior pierde sentido porque los pensamientos se parten en dos, desvaneciéndose en un aire contagiado por su aura. Y cuándo nos damos cuenta de que sería imposible vivir con ellos, negamos con la cabeza y suspiramos  por detener el reloj del tiempo para que la magia, al menos, dure un poco más.


No podemos evitarlo, nos pierden los destellos. Y por eso, siempre triunfarán los que brillen, aunque solamente sea una vez, y pasarán por delante de los que continuamente hacen fácil lo difícil sin levantar la voz. No nos debe importar tanto que lo que ofrezcamos tenga rincones sin pulir, que no sea perfecto porque solo seremos capaces de detener el reloj del tiempo si conseguimos transmitir algo que contenga esa ráfaga instantánea que atraviesa el cielo…

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