No podemos evitarlo, nos pierde el destello, esa ráfaga instantánea
que atraviesa el cielo en escorzo. Mientras sucede, se nos parte en dos el pensamiento, se nos acaban los planes y giramos completamente el reloj de
tiempo para que todo se detenga…
Nos seducen las ciudades como Nueva York, cuyo nombre nos
devuelve destellos de luz, que nos permite sentirnos pequeños en medio de una grandiosidad
deslumbrante. Nos gusta dejarnos abrazar por la verticalidad de sus edificios, mirar hacia arriba y pensar que ahí arriba hay personas poderosas. Justo hasta notar un dolor en el cuello. Nos quedamos sin palabras al caminar por escenarios de
películas, cuando recordamos frases famosas o al sentarnos para desayunar en el set de
nuestra serie favorita que es un poco más pequeño de lo que imaginábamos...
Nos encanta, no podemos remediarlo, y cuando nos
percatamos que quizás haya demasiados baches en la calzada, que las esquinas están llenas de homeless y que el
olor de las basuras impregna el aire del verano, negamos con la cabeza y volvemos a recordar todas sus maravillas.

No podemos evitarlo, nos pierden los destellos. Y por eso,
siempre triunfarán los que brillen, aunque solamente sea una vez, y pasarán por
delante de los que continuamente hacen fácil lo difícil sin levantar la voz. No nos debe importar tanto que lo que ofrezcamos tenga rincones sin pulir, que no sea
perfecto porque solo seremos capaces de detener el reloj del tiempo si conseguimos transmitir algo que contenga
esa ráfaga instantánea que atraviesa el cielo…
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