Cuando me sumerjo dentro del agua azul de la piscina y cierro los ojos y la mente, me invade una sensación de paz. Solo entonces, los movimientos de mi cuerpo son lentos y pausados a pesar que una fuerza me lleva a subir de nuevo a la superficie. Creo que esta sensación debe ser lo más parecido a flotar en el espacio para una estrella o a volar durante los sueños para todos nosotros. Curiosamente, a pesar de aguantar la respiración, no tengo miedo.
Sin embargo, bien distinta es la sensación de mi cuerpo fuera del agua, en los momentos de tensión que me acechan continuamente. Sin querer frunzo el ceño y pequeñas arrugas se instalan alrededor de mis ojos. Justo después, me encuentro con las piernas y los brazos cruzados y empiezo a removerme en el asiento. Y si al hablar no me escuchan, o si es peor y quien habla solo repite palabras injustas, no puedo evitar pellizcarme con la mano izquierda sobre la otra para conseguir despertarme y dejar de sentir miedo. El desgaste para el cuerpo es cruel: los músculos de los hombros se elevan y hasta los huesos del cuello empiezan a querer izarse para desaparecer o hacia adelante, intentando vencer a una fuerza fantasma que no se detiene porque no me entiende. La respiración es distinta, casi imperceptible.
(...)
Sopla una ligera brisa entre los árboles y nos invaden los trinos de los pájaros, de lejos se oye el tañido de una campana insólita de una iglesia. Pero pocos escuchan la melodía. Si nos fijamos mejor, descubrimos incluso el sonido de un avión surcando el infinito, los petardos ahogados porque se acerca el verano, la música recién estrenada de una terraza lejana o el alboroto de los niños y el grito del entrenador en el partido de fútbol. Pero estamos despistados para oirlos.
Hoy pido un poco de silencio, uno que contenga solamente sonidos amables, de los que te hacen sentir bien. Pero sobre todo me gustaría que los demás también pudieran oirlo de vez en cuando. Así se encantarían y podrían callarse y dejarían de martillear con las palabras. ¡Qué ruidos más distintos! Sus voces son como el zumbido de una sierra eléctrica talando un hermoso árbol en medio de la espesura del bosque o como el largo y grave sermón en una lengua desconocidad. Son como el aporrear de las manos de un niño sobre las teclas de un piano indefenso...Que se callen, que escuchen, que se callen por fin y comprendan que no está bien, que así no se va a ningún sitio.
Existen unos segundos mágicos al terminar una sesión de natación: cuando con un par de gestos, me despojo del gorro y las gafas y me sumerjo lentamente dentro del agua y aguanto la respiración con los ojos cerrados.Todo está oscuro y existe un especial silencio. Mi cuerpo toma su propio camino, quiere flotar, y mi mente se deshace. Ojalá aguantara más tiempo sin respirar. Ojalá otros fueran capaces de hacerlo de vez en cuando.
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