Como todos los niños del mundo, una vez, quizás muchas, no sé,
les pedí a mis padres un perro. Ellos hicieron lo que casi ninguno de los
padres del mundo hace, acceder fácilmente a mi deseo.
Lo curioso de ello es que, en realidad, lo que yo quería es tener a alguien dócil a quien explicarle mis problemas. Andaba ya por los doce, y comenzaban a despertarse demasiadas preguntas en mi cabecita. Yo quería un perro porque esperaba que, como sucedía en las películas de Lassie, cuando yo me sentara a su lado, el animal se quedaría erguido y atento junto a mí, para asentir con el hocico ante las visicitudes de aquellos tiempos... (Y se llamo Laisi, y le dimos nuestros apellidos).
Parece una cosa de niños, pero si pensamos un poco: ¿cuántas veces no hemos escogido
a alguien dócil para contarle nuestros problemas? Quizás me atreva a ir un poco más allá para preguntarme si, más que dócil,
lo que buscamos no sea un desconocido, lo suficiente para que no nos distraiga, para que no nos
devuelva con un boomerang sus francas impresiones sobre lo que nos sucede. No queremos su opinión, solamente con su presencia es suficiente. No necesitamos sus palabras, pero sí su atención. Y su tiempo. Para poder echar por la borda todo afuera, sin filtros y sin temor a las apariencias, y luego
quedarnos tan anchos.
Quizás la razón se encuentre en que en general compartimos poco nuestros sentimientos con los demás, así que, cuando un día
alguien se atreve a hacerlo frente a nosotros, nos cambia su percepción para siempre. De repente lo
humanizamos, convirtiéndolo en un ser casi tan imperfecto como nosotros mismos y, justo desde entonces, empezamos a quererlo.
Lo curioso de ello es que, en realidad, lo que yo quería es tener a alguien dócil a quien explicarle mis problemas. Andaba ya por los doce, y comenzaban a despertarse demasiadas preguntas en mi cabecita. Yo quería un perro porque esperaba que, como sucedía en las películas de Lassie, cuando yo me sentara a su lado, el animal se quedaría erguido y atento junto a mí, para asentir con el hocico ante las visicitudes de aquellos tiempos... (Y se llamo Laisi, y le dimos nuestros apellidos).

Deberíamos dar las gracias a unos cuantos compañeros de
viaje,
por aparecer justo en tonces y no abandonarnos,
por escuchar toda la historia y no dejarnos a medias,
por asentir simplemente, después de nuestra ascensión y bajada.
Callaron por prudencia, o no se atrevieron a juzgar los entresijos de nuestras contradicciones, pero justo por eso, nosotros nos sentimos un poco mejor para volver a empezar.
Callaron por prudencia, o no se atrevieron a juzgar los entresijos de nuestras contradicciones, pero justo por eso, nosotros nos sentimos un poco mejor para volver a empezar.
Lo más bonito, sin embargo, está aún por llegar, ya que, a pesar de ese casi
absoluto monológo, muy a menudo, después de ese episodio, se fragua una verdadera
amistad. Si el viajero no es, por supuesto, un absoluto desconocido o demasiado
lejano…

Ojalá nos soltáramos un poco, a pesar del miedo que da en nuestra sociedad, en la que la (primera) imagen es casi lo único que cuenta, si no llegamos a más.
Pero para luchar contra ello, solamente una última reflexión: es curioso que sea el día en que nos encontramos más débiles cuando nos
decidimos a decirlo todo.
¿Será que sólo entonces nos damos cuenta que no tenemos nada que perder y sí todo por ganar? ...
2 comentarios:
Em pdies haver dedicat aquest post ;-)
Però imagino que no seria l'únic. Deus haver tingut i tens molts com jo, i no t'ho dic amb ressentiment ni pena. Ja saps que jo sempre t'he dit el que pensaba. Era part de la gracia d'explicar-me les teves inquietuds, no?
Pues si que vaig pensar en tu...
Quan no erem res, quan va haver un daltabaix i vam parlar, i després, cóm ens vam fer amics per sempre...
Però que consti, que més endavant (recordo un dia que vam xerrar molt al teu cotxe), déu n'hi dó dels consells i opinions (menu vs à la carte=boomerangs) que m'has dit...i és que quan un esdevé amic, opina més...:-)
Però que guai ser amics per sempre...
Publicar un comentario