A menudo me caigo.
Nunca he sido un héroe valiente capaz de luchar hasta la muerte por un ideal, tampoco un líder carismático que arrastra a las masas en pos de la justicia. No soy ni seré un modelo para las futuras generaciones, y sin embargo…
Soy un anónimo perseguidor de sueños, que llegan a ser tan reales que puedo llegar a percibirlos, a olerlos, a sentirlos. Cuando sucede, corro a contarlos con mi voz quebrada por una emoción que sube a borbotones desde el corazón para desparrarmarse entre palabras y gestos, a través de ojos chispeantes.
Soy un iluso cazador de momentos tan efímeros que apenas suceden, pero que son tan especiales que dejan sin habla. Como atrapar una estrella fugaz en una noche cálida de verano. Sin embargo, aunque intento hacerlos durar, pronto se me escapan de las manos y al intentar compartirlos, ya no tienen ni peso ni color porque han perdido parte de su chispa.
Soy un torpe contador de cuentos, de historias interminables que podrían llegar a suceder si nos dejáramos llevar por la magia que invade el aire en una tarde serena de otoño junto al mar, con las manos enterradas en la arena casi fría. Pero a menudo me quedo muda por el peso de tantas conversaciones vacías y la música que surgiría debajo las palabras se vuelve una letanía aburrida y los cuentos se pierden entre las olas.
No soy un héroe pero me siento auténtico. No tengo una fuerza especial pero creo que puedo. No tengo seguidores pero mi voz suena segura. Y por eso, no puedo evitar intentarlo con toda mi alma...
Ojalá pudiera cambiar el mundo, aunque solo fuera un trocito. Ojalá pudiera cambiar un solo día, para que fuera más hermoso. Así podría soprenderte para que tu también lo vieras. Y si pudiera convencerte, si pudieras seguirme, y de tu mano, otro amigo, y de su brazo, otro más...entre todos quizás haríamos de este mundo uno mejor.
No puedo evitarlo: quizás mi fe es la ilusión, y esta, el motor de mi existencia.