A pesar que soy feliz porque ya no abro los ojos intentando olvidar los pensamientos rebeldes que me dañan el alma, los sábados por la mañana, justamente el día en que no me saluda el inagotable despertador, se despierta conmigo un temor nuevo. Puedo sentirlo, lo percibo debajo de las sábanas, encima de mi hombro, justo en mi espalda. No me agrede, ni siquiera me sopla al oído, pero está ahí.
Hace semanas que todo me emociona aún más. Al principio pensé que era la navidad, con todos aquellos reportajes sensibleros que ponen en la televisión y que remueven hasta los espectadores más fríos, pero ayer me puse a llorar delante del ordenador ante un mail que hablaba del éxito de algo que me había costado mucho conseguir. Lo hacía pausadamente y en absoluta soledad.
A mi que me gusta responsabilizar a los demás de lo que me ocurre, tengo en la figura mi padre, una vez más, al causante de tanta emoción: desde pequeña, he llorado con él la muerte del señor que quería a los lobos y a los animales, Félix Rodríguez de la Fuente, pero también nos hemos emocionado juntos viendo a la Selección Española de Baloncesto en las Olimpiadas. Siempre ocurría así: había un momento en que él seguía hablando, pero se le quebraba la voz, y entonces se detenía. A mi siempre me ha sucedido lo mismo, pero cada día que pasa es más frecuente.
Reconozco que he llorado en casi todas las películas en que el amor se podía sentir, pero aún me pregunto porqué en Leaving las Vegas me pasé media película sin poder contenerme, supongo que algó había que hacía saltar la chispa y me conectaba. Recuerdo también como un momento singular y especial estar leyendo en la cubierta de un ferri las últimas páginas de Esta Historia de Alessandro Baricco y poco a poco darme cuenta que no podía parar. Eran tan evidentes mís lágrimas, que los demás pasajeros me miraban perplejos o preocupados. Ajeno a todo, el viento se peleaba con el mar y yo soñaba cambiar el final a aquella historia de amor imposible.
Mientras tanto, mi padre se iba haciendo mayor y endurecía su corazón ante los que le hacían daño y yo, con algunos años de diferencia, me esforzaba por seguir queriendo a todo el mundo. Observaba el devenir de la ciudad desde el coche, en el semáforo, y de repente, volvía esa punzada en el estómago cuando contemplaba a un abuelo explicándole la historia del antiguo edificio que se erigía donde ahora había un montón de escombros al niño que se mecía dentro de un carrito azul oscuro. ¡Tantas tardes mi abuelo se había escapado para ver las obras!
Hoy por hoy, este movimiento es imparable y está desbocado: la emoción me asalta hasta en las películas de quinceañeros, con una noticia del Telediario o ante cualquier evento cotidiano. Hoy el tiempo se ha parado por un segundo al mirar al otro lado de la ventana del restaurante donde una viejecita avanzaba lentamente con un andarín mientras las hojas de los plátanos iban cayendo para dejar un alfombra marrón sobre el asfalto.
A mi padre ya no lo veo llorar, parece que está conformado, pero yo aún lo hago con rabia cuando me golpea la injusticia de la enfermedad. El ya no le dice nada a mi hermano, pero yo aún sufro cuando no consigo convencerle de que cada momento tiene su lado positivo. Mi padre ya no canturrea, pero yo aún me emociono en el coche cuando una canción me traslada a momentos mágicos, que ya no sé si sucedieron o me los inventé por el camino.
Sé que esta emoción heredada es mi principal virtud, mi esencia y mi valor, pero ahora está demasiado presente e intuyo que ello significa que estoy envejeciendo de verdad y que esto no hay quien lo pare….
Para estar preparada, seguiré observando a mi padre para saber cuál será el siguiente paso…
3 comentarios:
...a mi em passa com a tu, cada cop ploro més i ja no penso que sigui ridícul. Crepúsculo, una pel·li xorres d'adolescent..qui ho diria
Trobo que les emocions són un dels pilars de la vida...
un petó
No t'amoinis. Papi segueix canturrejant. Un dia te'l gravo.
Nena, com et deia ahir, yo lloro hasta con los simpson!!! en mi próxima vida quiero ser un tío.... claríssim....
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