En una tarde de sábado lluvioso y perezoso, con la cabeza hundida en la almohada de la televisión, de repente un detalle me despierta de mi letargo. Un anuncio de la dirección de tráfico dice, entre otras cosas, esta frase: “de casa al trabajo, del trabajo a casa”. Me apresuro a encender el ordenador pues quizás esta es la señal para tirar del hilo y ver a través del cristal como una chica empieza su día para recorrer 50 kilómetros de ida y otros 50 de vuelta.
De casa al trabajo:
Antes de salir, ella se regala un ratito de tranquilidad en la espaciosa cocina que tiene el color amarillo de los pomelos maduros y guarda el silencio de una casa aún dormida. Como cada día, repite los mismos gestos sin pensar: abre el armario que gruñe con un crujido y agarra una tacita blanca que llenará de agua mineral - "Mi manzanilla con miel"- . Mientras coja la cucharita de café y el azúcar y acabe de desparramar sobre la mesa todas las galletas que encuentre y las tostadas y la mantequilla y un sinfín de mermeladas, el timbre del microondas sonará como un despertador.
Del trabajo a casa:
Tras cerrar la portezuela del coche, aparcado a la sombra de un plàtano invisible a los ojos de la noche, ella tiene otra vez la misma sensación de ayer: su cabeza está agotada por el frenético esfuerzo sin llegar a nada pero su mente se resiste a quedarse sin alma. -"Tengo que quedar con alguien para hablar de nada"-. Se ha desvivido al límite de las fuerzas y sin embargo no ha logrado vencer en ninguna carrera. Ha intentado ser ocurrente y divertirse con los demás pero su voz se ha ahogado entre el barullo de un estadio de fútbol. Ha procurado brillar como un rayo de sol pero la niebla la ha hecho perder las ganas. En todo esto reflexiona mientras las rayas discontínuas de la autovía se iluminan al paso de los focos de su coche, como luceros en la noche.
Después del viaje, ella sabe que se ha convertido en la mítica Penélope y al llegar a casa, trata de deshacer lo que tejió durante el día, aquella sensación de cansancio y hastío, esperando que quizás, al dia siguiente, la suerte le sonría y el viento del Sur le traiga de un país lejano el regalo que anhela: conservar la tranquilidad que tuvo mientras desayunaba en la cocina amarilla, mientras la casa dormía.