Probablemente pocos somos los afortunados que aún podemos vivir al margen de algunas de las obligaciones que la sociedad impone. Por estar en ella, te caen del cielo desventuras como abrir una cuenta en el banco de la esquina o pagar el impuesto de recogida de basuras o el del vado del parking, que te pillan desprevenido por carta en el buzón de la escalera. Por el sentido de pertenencia, te acercas hasta el ayuntamiento para empadronarte o te reunes por las noches con tus nuevos vecinos para hablar de las reformas...
La lista de las obligaciones de las que he logrado escaparme hasta ahora podría alargarse indefinidamente. Quizás tengo suerte o hay otros que lo hacen por mí, pero simplemente me he despreocupado sin más. Sin embargo, la semana pasada la democracia me pilló desprevenida y caí. Apartada de la seriedad de la sociedad, no previne que quizás ella pudiera encontrarme y obligarme a ir...
Mi nombre salió agraciado y por ello fuí elegida para ser vocal en las elecciones generales. Por aletoriedad, fuí a parar al centro neurálgico de la política. El escenario fué el barrio que me vió dar mis primeros pasos y al que nunca volví más que de visita.
¿Qué podía hacer más que darle la vuelta a las elecciones y convertir las catorce horas en un experimento de escritor?
Era sencillo: solo había que abrir bien los ojos y aprender a mirar en lo pequeño y escuchar. Quizás así podría averiguar algo de aquel lugar que un día fué mío, del porqué un barrio obrero y sencillo, hasta hace poco tiempo izquierdista y revolucionario, se había convertido en una franquicia para la derecha españolista. O quizás podría ir más allá y comprender en qué se habían convertido aquellas callecitas en los que transcurrió mi infancia…
Durante aquel día apunté a muchas Josefas, Franciscas, nombres compuestos y solo un Jordi, pero si un par de Montserrats, como mi madre. Ví que aquel barrio continuaba estando lleno de gente mayor, de semblante serio pero que después de un par de bromas sonreían, siempre que la sordera no les hubiera mermado sus facultades. Vestían con rigurosa sencillez y algunos arrastraban los pies, probablemente cansados de luchar por un futuro para sus familias.Te lo decían justo después de votar, cuando el sobre blanco caía atrapado en la urna como tantos otros. Era como una especie de plegaria, a ver si las cosas mejoran, como si se disculparan por lo que estaban haciendo, como si fuera aquella su última aportación.
Me dí cuenta que allí vivían varias generaciones, originales de la inmigración interna de los años 60, con apellidos extremeños, o de Cuenca o de Almería, y cuando les preguntaba, me decían, sorprendidos: sí, el que vino antes es mi hermano, o mi padre, y aún te falta mi tí, que también vive cerca...¿será que no han tenido más oportunidades y por ello no se han movido?, ¿qué les habrá retenido allí?
En el colegio electoral, encontré muy pocos inmigrantes, apenas un par de peruanos, una família marroquí y una joven rusa. Pero fuera del colegio electoral, aparecieron todos de repente:rumanos, africanos, latinoamericanos...llenaban las calles. En el interior de las antiguas tiendas de ultramarinos, observé caras indias o marroquíes que hablaban en lenguas desconocidas. Mientras tanto, en la esquina, un español le gritaba a un extranjero y más allá, unos extranjeros entraban en edificios propiedad de españoles. El aire estaba enrarecido por la maldita crisis, y en los bancos, la gente seguía esperando un golpe de suerte. En algún rincón oscuro, alguien vendía drogas, y a pesar que yo no era capaz de darme cuenta, una voz a mi lado me lo contaba. En varías casas, los despidos habían provocado depresiones y estas habían causado el final del amor conyugal…
Pero en mi mesa electoral, ajena a todo, aparecieron también muchos recuerdos:
Como el viejecito con un apellido conocido que me lleva a mirarlo mejor: es el señor de la tintorería, un mágico lugar donde la ropa se hinchaba encima de un maniquí.
Como el suplente que me reconoce y me dije tu no eres la hija del Pepe, la que hacía natación? (entonces tenía 10 años…). Es el horchatero de la esquina, que aunque hace años que vendió el negocio, para mí seguirá llenando eternamente el envase de limonada con el enorme cucharón.
Como la señora número 300, a la que que queremos inmortalizar con una foto, que resulta ser una de las niñas de mi colegio, que al verme ,-después de 25 años!-, me llama por mi nombre y me dice, verdad que tu tenías aquel perro marrón…La veo como una señora mayor, pero recuerdo que ya de niña era así, por lo que simplemente suspiro y me alegro sinceramente que la vida le vaya aperentemente bien.
Al final, durante el escrutino, y ante los resultados, no llegué a sorprenderme: ya sé que todo es un ciclo sin fin y que es necesario que todo baje para volver a subir, ya sé que todo tiene una causa y varias soluciones…Así que es hora de alejarme en cuanto pueda de la política y de sus apariencias para dar servicio a los demás en lo que mejor se me da, lo más simple: dar cada día los buenos días y agradecer que lo mejor se halle en los pequeños detalles, para poder compartirlo...