En estos días en los que me detengo, sin quererlo o sin contarlo, delante del año
que se va poniendo tras de mi en el horizonte, en mi mente no deja de aparecer la misma imagen, una y otra vez, como si al hacerlo, me estuviera obligando a describirla, a contarla...
Amanece igual que ayer en la Ciudad, aunque para mí hoy no sea igual que ayer:
Esta Ciudad se ha vuelto casi una
desconocida, hace mucho tiempo que me alejé de sus ruidos, de sus despertares y su devenir. Hasta hoy solo había vuelto muy de vez en
cuando a lugares acordados, donde me esperaban lo que hiciese falta, me
contaban con detalle, mientras escuchaba y reflexionaba. Con devolver tres frases con sentido común ya estaba, de nuevo hacia casa, lejos del leve siseo de los abrigos al andar, del taconeo de los zapatos, de las voces al elevarse unas sobre otras...Hoy tengo que reencontrarme con Ella, aprender a quererla.
Si me quedé mucho tiempo resguardada en lo conocido, hoy no tengo más remedio que salir a la calle, mezclarme entre
el bullicio y recorrer esta compleja Ciudad hasta encontrar las puertas adecuadas, averiguar la llave que abre la entrada, buscar entre
mis discursos la contraseña exacta con la que ser bienvenida. Hoy tengo que volver a convencer a sus propietarios como si fuera mi primera vez...
Y por si fuera poco, algo le ha sucedido a mi persona: me dí cuenta enseguida, ya que justo al pisar la acera, los transeúntes empezaron a girar sutilmente sus cabezas, y es que ha mudado el color de mi piel y ahora soy más transparente. Y al pasar por delante de la tentación de los espejos, ya no se refleja el toque dorado de mis antiguas ropas. Hoy las prendas me vienen un poco más grandes, ya que también
he encogido, me he hecho más pequeña. Si ahora todos son más altos que yo..., ¿tendré que hacer de nuevo
cabriolas para que me vean, o quizás andar a saltos entre la gente?, ¿tendré que sonreír constantemente
para que me miren?...
La Ciudad parece hoy más grande, más extensa y
peligrosa, porque es fácil perderse, confundirse y no encontrarse. Por eso reconozco que tengo dudas durante el trayecto y a menudo miro hacia atrás y a pesar de mi seguridad, hasta pregunto a los que están más cerca de mí. Aunque algunas veces, a pesar de su amabilidad, o no me indican bien, o creen que saben el destino y no es tal,
o se sienten un poco solos y en realidad quieren que les acompañe un rato, o tienen prisa por
perderse de nuevo ...De todo se va aprendiendo durante el camino, especialmente que de nada
sirven las prisas.
Volver a tener el tiempo y la obligación de contemplar de nuevo esta Ciudad me transporta a otros mundos, a otras realidades u otras formas de entender
la vida, y tanto me llega a inspirar que me entusiasmo y dejo volar imaginación, raciocinio e ilusión a la vez, y por eso a menudo tropiezo y me
doy cuenta que lo que parecía ser, era tan solo un espejismo, una ráfaga de calidez en medio del frío invierno. No me queda otra que levantarme y recomponerme, yo siempre muy digna, poniendo muy recta la espalda, después de ajustarme el gorro y subir la cremallera del abrigo. A seguir caminando, experimentando y
aprendiendo...
Y he descubierto algo con lo que no contaba, ¡las personas!, hay tantas y tan diversas que han llegado a
abrumarme: a algunas acudo, otras vienen corriendo hacia mí, unas se van cruzando o alejando sin más, otras me paran y me aconsejan, unas pocas me lían y me vuelven a liar...Aunque solo algunas me importan de verdad, soy generosa en regalarles la sonrisa, porque ese pequeño gesto hace que por un instante se produzca un
destello infinito y sincero.
Amanece igual que ayer en la Ciudad, aunque para mí hoy no sea igual que ayer:
No hay prisa, esta es una larga y hermosa aventura: tengo todo el año por delante para brillar de nuevo, y a pesar que mi traje ya no resplandece, tengo una energía interior que late con fuerza. Y como ahora soy transparente, será más sencillo hacerla emerger para deslumbrar como nunca.