
Y mientras tanto, ¿cómo aprovechamo la plenitud de nuestro cuerpo todos los demás? Yo creo que poco y mal, solamente a ratos y sin valorar demasiado el gran regalo: el tiempo que se nos concede para disfrutar de la salud propia y la de los demás. A veces al cuerpo lo dejamos para el final, para solamente vestirlo, como un maniquí de nuestra imagen al que le ponemos complementos mientras él aguanta cualquier atrevimiento. El va detrás de cada anelo, del afan de destacar para que alguien nos mire...

Abrimos los ojos, nosotros podemos, pero sin embargo, los volvemos a cerrar o miramos hacia otro lado, no vaya a ser que lo que observamos nos aparte de la actual comodidad. Levantamos los brazos, es sencillo, pero no pensamos en abrazar a los que queremos, simplemente se nos escapa el bostezar. Podemos echarnos a correr en cualquier momento, pero preferimos esperar a que llegue el momento, ¿pero cuál será?. Soñar es un momento apasionante y dar una vuelta más entre las sábanas, pero se nos olvida en seguida…
Y sin embargo, llegará el momento que ni los ojos verán con claridad, ni los brazos ni las rodillas aguantarán el peso de los años. Quizás hasta un día el soñar no tendrá sentido porque ya no queda tiempo para hacerlo realidad...
Es el momento de hacer algo...