29 mayo 2011

La genética del dar

Siempre ha sido una de mis características ser una persona que prefiere dar a recibir, que reparte amor por doquier, que se fija mucho en los pequeños detalles para poder regalar algo que pueda hacer más felices a los demás.
Esta peculiaridad tiene que tener su  origen en mis valores, en mi educación o en mis genes. Y si miro hacia atrás, reconozco sobretodo a dos personas: a mi abuelo y a mi padre. Creo que fueron ellos, por el cariño en que ponían en algunas pequeñas cosas tan persistentemente. No eran grandes enseñanzas ni largos discursos, simplemente eran gestos sencillos e inolvidables:
Mi abuelo por las tardes siempre se sentaba en su silla de un lado del comedor, debajo del cuadro con una naturaleza muerta, casi inmóvil, y las horas pasaban no sé si lentas o rápidas, me pregunto hoy en qué cosas debía de reflexionar. Sin embargo, justo a las seis, mi hermano y yo aparecíamos por la puerta porque era la hora del “pa i tall”: cuando llegábamos ya tenía asido un gran trozo de la barra de pan, de aquellas anchas y deliciosas, y con parsimonia, la iba partiendo con su cuchillo de mango verdoso, manejándolo de aquella manera que solo los abuelos pueden hacer. Nos iba dando rebanadas, una para mí, otra para él, otra para mi hermano.
Escondido en su puño tenía un trozo de fuet que iba regalando a sus nietos con tranquilidad y sin palabras. En el reloj de la pared, las agujas tocaban la media y el sol de junio daba un toque anaranjado a aquel comedor traspasando las cortinas de color beig. Su merienda era nuestro regalo diario que saboreábamos infinitamente.

Mi padre también me obsequiaba de pequeña con otro momento: cada mañana, muy pronto, mi padre preparaba su café con leche en la cocina antes de marcharse a trabajar. Mi despertador era aquel tintinear de la cucharilla en su taza de la mañana, y le avisaba: “estic desperta, papa”. Cuando esto pasaba, él sabia lo que había de hacer, dejar un poquito de azúcar en el fondo sin deshacer y un dedito de ese café con leche. En la cama, medio dormida, aquello era un manjar de los dioses: el dulzor del brebaje y el beso de mi padre que olía a recién afeitado y a su  loción característica. El sueño me vencía justo cuando cerraba la puerta.

Mi abuelo y mi padre nunca dejaron de darme, era algo que estaba impregnado en sus genes:
Mi abuelo me dejó ganar cientos de veces al parchís disfrutando de mi alegría infantil y me engañó siempre para cambiar el mundo para verme feliz: los ratones que tanto me asustaban eran patatas que “rodolaven”, aquello blanco de las chuletas de cerdo era “allò bó”, el premio, y todos lo buscábamos con afán y el agua de las mangueras con las que regaba su huerto eran misteriosas  y se encendían y apagaban de repente, a mis gritos…
Mi padre siempre seleccionó el corazón de la lechuga para su hija favorita e única, y compró los tomates de Montserrat y los rabanitos y el apio que le gustaban (y que le recordaban a los inviernos en que el abuelo aún vivía), y fue a por leche a un bar a media noche no fuera a faltarle el café con leche…Guardó siempre las noticias sobre arqueología para ella y mientras estudiaba, siempre tenía abierta la página de economía para que pudiera decirle “¡papá, esto lo estoy estudiando!”. Cuando ella se hizo mayor fue el primero en coleccionar el nombre de sus empresas y en compartir con sus amigos el orgullo de sentirse padre de una hija que era mucho más importante de lo que en realidad era.
Ambos le enseñaron cada día que lo que te hace más feliz es ver la cara de felicidad cuando te entregas, cuando te das a los seres queridos…
Y con tantos años de lecciones, acabé empapada de esa  “manía” de dar. Y aunque lo intente, aunque a veces me imponga el ser un poco egoista, en seguida asoma por la puerta un duende travieso que me hace volver a intentarlo de nuevo. Suerte que eso me hace a mi también, como a ellos , extraordinariamente feliz.

22 mayo 2011

La màgia del cinema

Acabo de tornar del cinema i encara tinc les escenes de la pel.lícula rondant-me com l’enquadrament d’una bona fotografia just després de disparar-la. No deixa mai d’impressionar-me cóm són de colpidores les imatges en gran tamany: són tan vívides  que no deixen lloc a la pròpia imaginació com ho fan els llibres, els quals et permeten projectar el significat de cada pàgina al teu gust i viure les seves històries com si tu en fossis l’actor.
Al cinema però, la sang és ben vermella i si no gires la cara o et treus les ulleres, la veuràs cóm degoteja sense aturar-se des de la ferida del palmell, regalimant pel puny, caient sobre  la taula i tacant els fulls blancs.  
Al cinema, els silencis són impressionants, violents inclús, almenys per mi, que em remoc inquiera a la butaca, com si no pogués suportar-los. De vegades, l’interromp el soroll d’una pluja fina sobre els vidres de la finestra del saló on mengen els dos sense parlar-se, o les ràfegues de vent sobre les herbes d’un camp verd infinit, o la respiració accelerada del protagonista després d’atrapar la noia que córre embogida per mig del camp, o el soroll del contacte dels seus llavis quan la besa sense passió.
Al cinema, els primers plans despullen cada detall d’un rostre, mostrant el conjunt de pigues al voltant del nas i cadascuna de les arrugues del somriure, o la pell resseca envoltant els ulls tancats del pare malalt a l’hospital, o el serrell de color negre,que s'enganxa, mullat del tot,  sobre el front d’una noia que surt de la piscina lentament, a càmara lenta, acompanyada de la música.


Al cinema, veus pantalons de ratlles que senten fatal, camises marrons massa estretes però també tota l’elegància d’un vestit negre amb un detall al coll. Hi surten rebeques blanques i samarretes de cotó com les que es portaven abans. I també bufandes blaves i taronges teixides a mà per la noia malalta i barrets de llana de color gris a joc amb l’alè gelat que surt de les seves dues úniques paraules i que es van difuminant.
Al cinema, els protagonistes reflexionen darrera una porta oberta amb cortines de tires de plàstic de color mel o truquen per telèfon amagats per les barres desenfocades d’una escala mentres una càmara recórre la seva conversa d’esquerra a dreta.
Al cinema, les textures de la seda d’un vestit de japonesa són delicades i sofisticades i les imperfeccions de la casa senzilla d’un estudiant de Tokio són exactes. Tot és medit al milímetre, i si el protagonista parla en primer plà amb el seu millor amic sobre quin serà el seu futur, mai es taparan l’un amb l’altre ni quedaran desenquadrats.I les converses entre el noi i la noia es faran sovint d’esquena l’un de l’altre, en un angle perfectament simètric.
El cinema és, en definitiva, un desplegament d’elements que creen una màgia  concentrada dins d’un antic rotllo amb molts metres de film negre, que cal paladejar lentament. Potser amb crispetes o en soledat o de la mà d’algú que t’estimes, però sempre, amparat per la intimitat que dona la foscor d’una sala on un sol es fa la seva pròpia pel.lícula, on pot riure o plorar sense que ningú no se n’adoni.
Just fins el moment en que s’encenen els llums i la màgia es desfà...


Ps. Inspirat en la fotografia de la pel-lícula Tokio Blues del director Anh Hung Tran

15 mayo 2011

Cruce de caminos

Nada puede ser todo. Pero solo dura un instante.
Ayer recordé a una persona, a una persona cero importante en mi vida, pero que tuvo la casualidad de conocerme en un momento especial. Cuando hablábamos de esto y de aquello ayer, no sé cómo la conversación llegó hasta él y después de un par de frases le volví a olvidar. Sin embargo, ahora que me he sentado a escribir, no sé porqué aquella noche y aquel verano han aparecido en frente de mí y los dedos se mueven locos por contarlo…¡Pero si no fue nada…!
Quizás nada puede ser todo, pero solo dura un instante.
Esta persona se cruzó en mi vida hace muchos años y compartí no más que unos meses, un verano en Venecia de calor y soledad. Durante ese tiempo creo que fue mi amigo, mi confidente, me ayudó sin quererlo mucho más que mis verdaderos amigos. Quizás es porque a veces hay relámpagos en la vida que te hacen saltar hacia un lado del camino y por ello conoces por casualidad otra gente, otra forma de vivir. A aquel desconocido le conté mis penas, le hablé durante horas de mi vida y mis anhelos, me sinceré completamente y sin embargo le olvidé definitivamente años después.

Yo entonces tenía 26 años y pensaba que era viejísima, acababa de dejar a mi pareja y tenía un miedo terrible que me encontrase y me convenciera que había sido un error abandonarle.
Cuando te atreves a algo muy serio te sientes como si te hubieses caído de lo alto de un precipicio en el que sigues cayendo y cayendo sin llegar nunca al final para que todo se acabe. Dicen también que cuando te das un golpe muy fuerte en la cabeza tu cerebro sigue moviéndose hacia un lado y a otro durante un tiempo hasta ponerse en su sitio. Así que ciertamente ese era mi estado por aquel entonces, con un cerebro tarareando una canción sin fin, con un cuerpo cada vez más delgado, y con una rutina cambiada a propósito para huir de la realidad.

No sé cómo, pero acabé en casa de una pareja que me acogió durante aquel verano. Estuve durmiendo varias noches como en las películas, en el sofá del comedor. Una noche, cuando mi amiga ya descansaba, su marido y yo descorchamos una botella del entonces champán y sorbito a sorbito, pena a pena, risa a risa, palabra a palabra, fuimos dejando atrás las horas de la noche. Cuando llegó el alba, sabíamos casi todo el uno del otro y prometimos que en adelante veríamos la vida en positivo. Carpe Diem sería nuestra frase cuando la vida nos ahogara y nos oprimiera.
“recuerdo una peli que me impresionó, supongo que yo era un niñato como los protagonistas… se llamaba El Club de los Poetas Muertos. Es una gran película, si puedes, no dejes de verla. En un momento, el profesor les explica el significado de “carpe diem”… que quiere decir algo así como que no hay nada después, que lo importante es el presente. El profesor les anima a que vivan intensamente, como si no hubiera un mañana, como si solo importara lo feliz que puedes ser ahora….No sé porqué desde entonces, cuando estoy muy agobiado, cuando la realidad me aprieta y me ahoga, me grito muy fuerte: “carpe diem” y me obligo a hacer aquello que sinceramente me apetece.

Recuerdo esas palabras vivamente aunque el resto del verano se escurrió en las sombras de la memoria. Quizás no fue nada, tan solo un instante: una parada en un cruce de caminos donde un extraño se convirtió en mi amigo.

08 mayo 2011

Días de lluvia en paz

Desde mi ventana contemplo como la lluvia cae sin remedio. Son las once de la mañana de un sábado de aceras mojadas y cielo encapotado.
En la ventana del edificio de enfrente se asoma el anciano que cada día veo cuando salgo hacia el trabajo. Mientras yo miro el reloj del móvil, él se dirige a la panadería, con el periódico que acaba de comprar en el quiosco debajo del brazo.Llega hasta ahí con los pasos exactos, dice buenos días mientras alarga el brazo con las monedas justas y al marchar se despide muy bajito. Si hace bueno, se parará a descansar en el banco al solecito y ese día yo correré aún más pues estaré llegando tarde.
Pero hoy es sábado, son las once de la mañana y no deja de llover. Él está sentado en su silla de la ventana, mirando hacia afuera con la expresión de quién ya ha vivido suficiente, con las manos plegadas sobre su pecho, dejándose llevar por el paso del tiempo y meciéndose hasta su juventud, aquella época que tanto recuerda, más vivamente incluso que lo que ayer aconteció. Hoy se ha alejado hasta aquel momento en que la suerte apostó por él, hasta el instante en que probablemente cambió su vida. Le veo mirando fijo hacia mí pero él no me ve, pues está subiendo a la camioneta que le llevará hacia el frente republicano, con todos aquellos chicos asustados, tensos, conformes con su destino. Acompañándolo en la caja del camión, unas cuantas caras conocidas y otros tantos extraños, pero todos guardan silencio mientras él sólo siente un tremendo frío…
Una vez todo listo, la carga se aleja por aquella carretera triste sin asfaltar, seguido de numerosos ojos llorosos de padres, madres, novias, hermanas, amantes, abuelas…que tratan de seguir con la vista la expresión de su muchacho, que alguien sin permiso les está quitando. Mientras, él sigue temblando de miedo, agarrado a la puerta trasera pues ha sido de los últimos en subir. Sus cabellos oscuros se arremolinan cosquilleando sobre su frente, pero él sigue quieto, con las manos que le sudan cogidas a una portezuela que traquetea con los baches. Tiene labios resecos del polvo del camino y no oye más que el sonido ronco de una vida que le abandona. En silencio reza que quiere bajarse pero nadie le hace caso…
Todo sucede de repente, no recuerda más que un frenazo y el golpe seco de la puerta al abrirse y él cayendo sin sentido sobre el camino lleno de polvo que lleva hacia el frente al que él nunca llegó.
Aquellos huesos rotos le salvaron la vida, ¡qué suerte la suya!…Y al pensarlo, observa detenidamente sus manos grandes que tiene sobre el regazo y las ve de nuevo escayoladas y entonces revive las imágenes en el balneario donde le atendieron aquellos meses, y recuerda aquella enfermera a la que llamaba hermana que olía a jabón y a hierbas silvestres, y recuerda el bigote que se dejó entonces y que una foto inmortalizó y vuelve sobre sus pasos hacia aquellas tardes en soledad andando por un pueblo lleno de árboles frondosos  y quietud….Baja la vista hacia sus manos y dice en un murmullo: solo servían para arañar la tierra con el arado, eran fuertes para recoger con una pala el estiércol que abonaría los campos, pero nunca me hubieran respondido para disparar, hubiera errado el tiro, me habría temblado el valor. Ahora mueve lentamente su cabeza, aquella que se erguía bajo el sombrero para mirar al sol para saber la hora de volver a casa y repite: nunca hubiera sabido cómo esconderla al sonido de los disparos. Hubiera muerto de los primeros, de eso estoy seguro.

Todo esto me lo dice sin verme, mientras yo sigo esperando que esta lluvia deje de caer interminablemente para salir a la calle sin temor a nada, agradeciendo por primera vez haber nacido en una época de paz.



PS.dedicat al meu iaio, que a aquella foto amb bigoti semblava el Clark Gable.