30 abril 2011

Imaginación: valoración baja

FRASES QUE CAMBIARON MI VIDA - PARTE I

Cuantas veces mi mente se ha dirigido en picado hacia ese momento, hacia ese instante, en el que mi papá y mi mamá leyeron conmigo el informe del colegio con los resultados de las pruebas psicológicas. No me acuerdo de ningún otro resultado, excepto de uno más, el que hablaba de las profesiones que podían encajar con mi carácter. Entre unas cuantas opciones, leímos: monja.

Creo que eso también me sorprendió, aunque no me importó demasiado, pues las vueltas de la vida ya me llevaron hacia otros caminos distintos que no tuvieron nada que ver con la vida religiosa. Sin embargo, ahora que lo pienso, ¿fue quizás por ese resultado por el que curiosamente insistí tanto en hacer el bachillerato fuera del colegio de monjas? ...Recuerdo que fue una decisión pacífica pero tenaz: quería ir a una clase con chicos y chicas, convertirme en una niña sin la timidez que arrastraba entonces. Podría ser por fín como mis amigas que iban a otros colegios donde se enseñaba a ser natural y a despreocuparse del pecado y la culpa….
Pero volvamos a la imaginación. A los 7 años me “diagnosticaron” que no tenía una mente aparentemente creativa y ello me preocupó mucho: ¿cómo podía demostrarles que no era cierto?, ¿cómo podía asegurarles que fue debido a que durante la explicación del ejercicio me despisté y no entendí qué había que hacer?
En aquel entonces ya tenía tendencia al ensoñamiento por aburrimiento, al viaje astral mientras los demás seguían las lecciones en clase. Pero todo tenía su porqué: a diferencia de muchos, yo tenía un mundo de fantasías en casa, que mi padre permitía y mi madre propiciaba pues reírse de todo y no preocuparse de lo esencial era lo que la mantenía permanentemente feliz. En ese escenario de casa, eran habituales las canciones, las grabaciones en radiocasetes con entrevistas, cuentos y concursos. También era corriente tener un abuelo que jugaba con trampas al parchís para dejarte ganar y una abuela que al terminar de comer, se arrastraba con su silla hacia atrás y entre el espacio abierto entre ella y la gran mesa de roble, los nietos nos atrevíamos a cruzar de un lado a otro intentando escapar de sus largos brazos de bruja. En ese hogar, las servilletas se convertían en conejos saltarines con un imperdible que separaba una oreja de otra con ayuda de hábiles manos. Alli incluso las camas de los niños (sí, sí, las camas), eran seres mágicos que, si te portabas bien, te dejaban caramelos y chucherías sobre las sábanas. Esas camas mágicas te educaban mediante consejos escritos en pizarras blancas. Quizás por el respeto a la magia o por el premio que augurábamos, les hacíamos más caso que a mi madre o a mi abuela. Por las tardes, yo hacía el pino en el patio hasta marearme mientras mi hermano veía la televisión con las piernas hacia el techo tan arrugado como un acordeón…pero no importaba: allí no había normativas estrictas ni conductas penadas…Todos cantábamos en el coche e inventábamos nuevos himnos cambiando las letras de las canciones…
Por eso supongo que me afectó lo de la imaginación baja, porque aquella no era yo, porque de algo había tenido que servir tener a una familia de locos felices a mi alrededor. Sin embargo, aquello tan fantástico, también tuvo otra cara: mis padres tan divertidos no me facilitaron el proceso de hacerme mayor, me cayó de golpe sin avisar y al buscar las pautas para afrontarla en los mayores, me encontré sin el abrazo y la integridad que necesitaba. Entonces les eché la culpa, pero con el tiempo aprendí a perdonarles y a sentirme orgullosa de ellos pues les debo mucha parte de lo que soy.
Me he pasado muchos años demostrándome con acciones que aquel resultado solo fue un error, un despiste mío. Ahora ya no tengo dudas que la imaginación estaba bien enraizada desde niña y que nada tengo que temer: nunca me faltará la invención para verlo todo de color de rosa a pesar de ser gris y  siempre tendré cerca este don para compartir mi pequeño mundo un poco girado al revés.
Y todo ello gracias a mi familia telerín.

17 abril 2011

Cycling Barcelona

Los domingos de primavera en Barcelona son un inmenso placer para recorrerlos en bicicleta. Durante los fines de semana, la ciudad se desprende de su traje chaqueta, de su impoluta seriedad  y se convierte en un lugar donde la vida hierve, donde en cada esquina, la primavera florece.

Bajamos sin pedalear casi desde la Plaza Bonanova y en la esquina de la iglesia y más allá, en la otra que hay antes de llegar a Gràcia, las palmas y los palmones en la mano de los críos me recuerdan a mi infancia, con mis abuelos y mis padres protegiéndome y mi hermano y yo llevándolos orgullosos. Ahora ya no es como antes, y no se ven palmas por doquier, pero yo me acerco con mi pequeña bici a una de ellas y aspiro profundamente el olor de la palma tierna y retrocedo decenas de años atrás.
En las calles de Gràcia, las plazas están llenas de familias al completo, con abuelos, tíos, padres y mucha chiquillería. En la plaza del Sol se ha organizado un improvisado campo de fútbol y el balón vuela por los aires sin miedo a chocar con gentes con prisa, apesadumbrados por el trabajo que aún les queda por hacer…Hoy nadie está solo: todas las familias han salido a pasear, hoy inclusos los solitarios pueden hablar con quien quieran… ¡es primavera!
Pasamos seguidamente por la Plaza de la Vila de Gràcia, y nos deslumbran las mesas y sillas plateadas de las terrazas llenitas de gente con cervezas, patatas fritas...¡una olivitas por favor!
Y más abajo, nos dejamos acompañar por las otras bicis que bajan desde el Arco de Triumfo hasta la Ciutadella, en tropel, cada una de un color, de un tamaño, con una vida singular, todos a una, gafas de sol y camiseta de deporte o rastas de color miel atadas en moño y pantalones de colores, todos en linea recta dejándonos acariciar por los primeros y potentes rayos de sol.
Ya en el parque, otra fiesta de color, y mientras los árboles reverdecen, los niños juegan con otros niños y los padres les dejan en paz, cerrando los ojos, dejándose llevar por la calma por un momento. Vuelvo al mismo lugar donde con cinco años me perdí, delante de la gran fuente que tiene caballos dorados allá a lo alto, y aún recuerdo mi desesperación, el nudo en el estómago durante dos minutos que fueron interminables. Hacía una eternidad que no venía aquí. Me parece ahora todo mucho más pequeño: el lago está abarrotado de barquichuelas desconchadas que tratan de avanzar sin torcerse demasiado, sin levantar gotas de agua fría y verde. La gran fuente, frente a la que se comia un helado de color de fresa la protagonista de un cuento de mercè Rodoreda, está hoy vallada y sin agua. Despide un fuerte olor a lodo y una familia de patos que no ha querido emigrar, está acorralada por un trío de policias vestidos de negro. No sé cómo van a conseguirlo, pero de momento, existe una gran expectación tras la valla. Los flashes y las risas no distraen a los policias, que se esconden tras unas gafas oscuras. Ahora se encienden un pitillo…van a reflexionar, supongo.
Rodeamos la Ciutadella y nos dirigimos hacia el mar rodeando los muros del zoo. Los carteles nos invitan a conocer a los nuevos inquilinos y yo me acuerdo del día en que entre las chiquillas competíamos en hacer la lista más larga con los animales que habíamos visto. Supongo que entonces pasé sin ver, tan preocupada que estaba por pasar la páginas de la pequeña libreta con los cientos de nombres garabeteados…Algún día volveré para conocer las caras de esos nombres que escribí…¡seguro!


Recorrer el Puerto Olímpico significa dejarse traspasar por rázagas de viento frío que te hace poner la chaqueta de inmediato y notar a ratos el olor a sal o el aroma de las frituras que la fila de chiringuitos playeros está empezando a preparar. El viento hace que los veleros se dejen vencer y se escoren hacia un lado mientras surcan olas brillantes. A lo lejos, los amantes del solse parapetan en sus toallas sobre la arena, atreviéndose a dejar sus cuerpos sin ropa a pesar de los escalofríos de vez en cuando. Es la impresión del viento, solamente.
Es un espectáculo que continúa en la Barceloneta, donde a un lado, en el antiguo Club Natación Barcelona, se juega a padel, a voleibol o a quedarse tumbado en las hamacas. En dirección contraria a nuestro pedaleo, algunos corredores ya se han quitado las camisetas en un desafío extremo contra el viento, pero están tan concentrados o conectados con su música, que no sienten frío.
Al final del Puerto, ante la magnificencia del Hotel Vela, nos detenemos. Creo que toda Barcelona ha bajado como nosotros hasta el mar, como en una antigua procesión hacia la primavera que está naciendo  de nuevo ante nuestros ojos. Yo los cierro, porque prefiero ver sin ver, dejándome llevar por la calma y el resto de los sentidos en un domingo en que la ciudad  ya disfruta por fin de la primavera.


09 abril 2011

El valor del envoltorio


Cuando vamos a comprarle algo a un amigo, siempre le decimos al dependiente: “envuélvamelo para regalo”. En esa frase se encierra la creencia de que el regalo parecerá mejor si su envoltorio es de color brillante o de textura agradable, si es distinto y espectacular. Esperamos que así nuestro amigo apreciará más nuestra ilusión por él y nos estimará más.
En Navidades, la época para regalar por excelencia, incluso hasta los perfumes más corrientes se engalanan con estuches de color oro o plata, con lazos de color rojo o verde botella y obsequios en el interior. Al recibirlos y destapar la sorpresa, los vemos tan bonitos, que no somos capaces de abrirlos y usar el perfume de dentro. En su lugar, los dejamos un tiempo apoyados en el espejo del baño, simplemente por el placer de contemplarlos.

Con las personas nos pasa lo mismo, aunque nos cueste reconocerlo:
Antes de conocer a alguien importante para nosotros, ya sea porque tenemos o una entrevista, o queremos conseguir un nuevo cliente, o quizás impresionar en una cita a ciegas o una reunión importante, siempre tratamos de saber anticipadamente cómo es la persona  físicamente, qué estilo tiene, dónde vive, qué le gusta, a qué se dedica, cuáles son sus aficiones, sus conocidos, sería perfecto, si pudiera ser, tener un resumen de su pasado...Después de ese primer contacto, elaboraremos una  imagen subjetiva, y con todo ello, le otorgaremos un valor que quedará inalterado hasta la próxima ocasión.
Durante una primera impresión no podemos evitar mirar su aspecto, su forma de hablar, analizar los detalles de sus gestos y si es posible, hasta su forma de andar. El vestido planchado, los zapatos nuevos, si lleva pendientes del color adecuado, un reloj bonito… todo ello, nos proporcionará pistas para retratarlo….Pero, ¿es ese el verdadero valor de una persona?, ¿qué oportunidades le daremos en el futuro a juzgar por ese primer destello? ¿nos perderemos, si no pasa la prueba, un amigo para toda la vida?
La importancia de la imagen en determinados entornos llega a ser tal, que puede esconder el verdadero valor de la persona:
No importa que seas un excelente trabajador, que si eres seco o de pocas palabras, pocos se fijarán en ti. Si eres de los pasionales, trata de disimularlo, pues pronto se correrá la voz que eres inestable y probablemente dejarán de confiar en ti.
En una fiesta o en un evento, en determinados sectores de trabajo, un vestido brillante extremadamente caro acaparará más la atención que tu inteligente discurso o tus quince años de experiencia…porque es el primer flash, porque le otorgamos un valor desmesurado…porque vivimos en una sociedad de la imagen. En un entorno así, la perfección se valora bajo determinados parámetros, marcados por quienes tienen probablemente ojos muy grandes para mirar el envoltorio y bastante tiempo para arreglarse por fuera. Lo de dentro, el verdadero regalo, de momento, no han podido verlo….
¿qué  pasaría si por un momento, todos ellos, perdieran el sentido de la vista?


Ps. Tengo que reconocer que el espejo cada día me devuelve unos ojos de mayor tamaño...

04 abril 2011

Mi imagen de la ciudad de los sueños

Como siempre llegas medio dormido, la llegada a la ciudad de Nueva York, con Manhattan de barrio abanderado, es simplemente espectacular. Los edificios que se elevan en vertical hacia el cielo, justo al otro lado del rio Hudson, tienen desde lejos ese toque metálico casi fantasmal que te impide pensar que la vida exista detrás de unos cristales que reflejan las nubes y el cielo.







Desde la distancia, la imagen de la ciudad es como una postal impoluta, segura, rotunda, con un punto futurista, con unas líneas perfectas maravillosamente pensadas y analizadas. Te parece por un instante que esa foto ya la has visto con anterioridad, después de cientos de películas devoradas desde tu niñez hasta ahora.



Ya en medio de las calles, te sientes de nuevo golpeado por la consistencia de la magnitud de la ciudad: los escaparates de las mejores tiendas atraen a todos los transeúntes sin reparar en gastos ni imaginación: no se echa de menos ninguna de las mejores marcas del mundo, y a cada paso, las luces de neón de la tienda siguiente son incluso más elegantes que las de la anterior. A su llamada de sirena, se hunden en un mar de sensaciones cientos y cientos de personas de los más variados estilos...Justo en la entrada, te regalan una sonrisa, una palabra de apoyo, un “have a good day”, sin aparente tamiz. Allí dentro, mil colores en suspensión y decibelios de música obstruyen cualquier otro pensamiento: “compra que es barato”, “compra que es tu oportunidad”, “compra que estás en la ciudad de los sueños”.


Avenidas anchas, aceras enormes, edificios que relucen para que levantes la vista y repitas: ¡ohhhh, esto es tan grande! Mirada que se aleja hacia la óptica donde confluyen las líneas que se pierden hacia lo alto, entre cristales y edificios de ladrillo marrón oscuro, con sus escaleras de incendios, por donde tantos héroes perseguidos injustamente escaparon de su fatal destino en el último suspiro…Sin embargo, si miras con atención y en su lugar bajas la vista hacia el suelo, te das cuenta que Nueva York es una ciudad inmóvil, que no se renueva si no es para atraer o embaucar o enamorar: sus aceras están llenas de boquetes y por ello no se ven motoristas y solo unos pocos ciclistas se atreven a jugarse la vida. Los edificios de lujo tienen entradas secretas a los que se accede a pisos forrados de moqueta artificial de color verde, que no temen la llegada de inspectores de higiene. Las puertas gruesas rechinan al abrirse y en la habitación de muchos hoteles, la corriente de aire cala tus huesos mientras contemplas un patio trasero dónde un día sucedió un accidente a juzgar por todos aquellos cristales desparramados. Y en los restaurantes más cool del barrio de Soho, no existen lámparas sino luz muy ténue para que el adormecido o el ensimismado o el seducido viajante no descubra la puerta falsa, el cartón piedra de la película a medio montar. La música siempre suena en los locales y de la cena japonesa te desplazas a la barra del bar... todo sin tener que hablar…después de las copas, contemplas el mundo desde lo alto de una escalera y te sientes embriagado de felicidad.
En Nueva York, existe un permiso global para entrar en cualquier tienda sofisticada y en los restaurantes carísimos jamás te miran mal, te sientes arrullado contínuamente por sonrisas fáciles y por un momento, casi te enamoras. Sin embargo, si te fijas bien, en los bellos rincones se amontonan basuras igual de enormes escondidas en bolsas…y también ahí mismo, justo al lado de la gente de moda, te topas con gente del mundo que han sido acogidos por la city. Te reciben con un mono azul y guantes verdes y te hablan de su tierra africana de Mali, o te sonríen coreanas menudas mientras te hacen la pedicura en un cuartucho pequeño con una pantalla gigante donde puedes entretenerte con Brad Pitt en Benjamin Button. Te sorprenden nepalís al subir al taxi, y les oyes renegar de sus gobernantes y suspirar por  volver. Finalmente, si te esfuerzas muy poquito, descubres que no necesitas hablar inglés ya que el español es la lengua de millones de personas de Puerto Rico, Cuba, España, Colombia ...que te reconocen enseguida.

Si eres de los que necesitas soñar, lo mejor es hacerlo a lo grande, y por ello tienes que venir hasta Nueva York, la ciudad de los prodigios, el lugar donde el cine y el teatro de la vida misma se dan cita a la misma hora.
Si quieres tener un amor a primera vista, déjate seducir por ella, nunca falla.




Ps.¡Por fin las fotos son mías!